Capítulo 8: Un amor que durará para siempre.

128 5 0
                                    

Apenas abrí la puerta de mi casa, los brazos de Darnell me rodearon todo el cuerpo con mucha fuerza. Comencé a oír sus quejidos, pero sólo lo abracé porque no quería ponerme a llorar otra vez.
—Valerie... ¡Cuánto lo siento!—dijo y me abrazó con más fuerza.
—Ya.
—No.
—Dar...
Él se separó de mí.
—¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Qué pasó?
Lo miré directamente a los ojos, sus ojos cafés se habían vuelto negros por la angustia y el dolor.—No sé.
—Sí sabes. No has ido a clases durante tres días. Vine a traerte algunos apuntes que tu amiga Page me dio y también vengo por Rider.
—No puedo seguir con esto—dije con las comisuras de los labios apuntando hacia abajo.
¡No Valerie, no llores!
Darnell agachó un poco la cabeza.
—Valerie...
—¿Qué?
—Hay algo que tengo que decirte.
Levanté la mirada al mismo tiempo que él, así que nuestros ojos se miraron fijamente.
—¿Qué tienes que decir?
—Mira..., no sé si en tu situación deba de decirte pe...
—¿Chismes?—dije exaltada.
Darnell torció la boca.
—Los papás de Rider le pidieron al director que te mantuvieras lo más lejos posible de él; los insultos y las ganas de pegarte no han cesado, incluso molestan a Mark con que es un marica porque una chica lo controló y...—se calló.
—¿Y qué?—dije con la voz rota.
—Te quiero, pero creo que debemos de alejarnos un buen tiempo.
—Darnell—dije en un susurro muy lastimoso.
—Lo siento, Valerie—me dijo.
Pasó a mi lado para ir por Rider y llevarlo a su camioneta.
La ardiente sensación familiar en mis ojos me llegó de repente y, en cuestión de segundos ya estaba llorando, con las manos ahuecadas en mi nariz y mis labios. Darnell pasó a mi lado con Rider en brazos y sin siquiera mirarme, se marchó.
—¿Quién era, Vali?—dijo Taylor, con voz rasposa.
Lo ignoré, tomé las llaves del coche de mi padre y salí de mi casa exactamente a las siete de la mañana. Arranqué con fuerza, el motor rugió junto con las llantas debajo de mí y éstas chillaron cuando di vuelta para salir de la manzana. Iba a más de 180 kilómetros por hora (bastante para mí), cambiaba con una mano la estación de radio y con la otra mantenía el volante en su lugar. Las llantas chillaron más de tres veces cuando yo di vuelta hacia callejones no muy recurridos por la gente. Pasé por varios baches, sentía que el piso se iba a romper de tan deforme que estaba. Cuando salí del último callejón di vuelta en una calle que llevaba a una fábrica abandonada; cerca de ahí había un local de pintura así que antes de estacionarme frente a la fábrica, fui a comprar más de cuatro botes de pintura. Ni siquiera pedí color, sólo le dije al encargado que me los diera al azar y ya. Regresé al coche con los botes y volví a arrancar para llegar al lugar abandonado, di vuelta y pasé rompiendo unas tablas de madera podrida, que me llevaban al interior del lugar. Aparqué en un lugar arenoso, lleno de camiones con varios accesorios faltantes (balatas, mangueras, calaveras, etcétera). Salí de coche con la pintura y un six de cervezas, caminé hasta una habitación grande que todavía conservaba algunos anaqueles ya viejos, cubiertos por sábanas blancas y en la que también había un gran muro totalmente gris. Tomé una tubería que estaba ahí y abrí los botes de pintura, también una cerveza, tomé de ella (más de media lata), la dejé en el piso y agarré dos puñados de pintura azul y pintura amarilla. Comencé a pensar en toda la gente que me había insultado, que me había criticado sin siquiera conocerme, gente que no valía la pena, que no tenía vida social, que sólo se dedicaba a lanzarse mierda entre sí y a otras personas. Gente insignificante.
Arrojé los dos puñados de pintura y estos se estrellaron contra el muro, haciendo dos largas y deformes líneas cruzadas entre sí. Acabé mi primera cerveza y tomé la mitad de otra, agarré otros dos puñados de pintura verde y roja; pensé en lo mucho que había jodido a Taylor con todos mis malditos asuntos. Las arrojé y volvieron a estrellarse, cruzándose con las dos primeras líneas. Así continúe como por tres horas. Lo único que recuerdo fue que, al acabar mi sexta cerveza ya no soportaba la cabeza de tanto llorar. Había anochecido y los guardias no tardarían en llegar para echar un vistazo al terreno.
Cuando revisé mi celular me di cuenta de que tenía más de cincuenta llamadas de mamá, de Lina, de Taylor, de Mark, de Page...
Una mierda.

365 días [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora