Capítulo 8.1.

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—¡Por fin vacaciones! ¡Sí!—grité, mientras me aferraba con fuerza al cuello de Taylor.
Estaba en su espalda y él me daba vueltas por toda la sala.
—¡Chicos!—chilló mi madre—. ¡Van a tirar el árbol!
—¿Ves por qué no es bueno que se reconcilien?—dijo mi padre, burlón.
—Sería un puto desastre si estuviéramos peleados—dijo Taylor—. ¡Lo acepto, no puedo vivir sin ella!
—¡Ni yo sin él!—les dije y seguí dando vueltas junto con Taylor.
—Tía Ellyn, ya está el ponche—canturreó Lina—. ¿Alguien quiere?
—Sí—dijimos todos.
—¿Vendrá mi tía y Albert?—pregunté.
—No, fueron de vacaciones—dijo Lina.
—Me alegra—dijo Taylor—. Estar aquí con quien sí es mi familia.
—Morgan—empezó mi madre.
—Ya—dijo él y se fue escaleras arriba junto conmigo.

Horas después comenzamos a dejar los regalos debajo del árbol, no los abriríamos hasta mañana y eso me mataba. En Navidad, siempre me sentía como una niña de siete años esperando a Santa Claus. Amaba la Navidad con todo mi ser.
—¿Y Mark?—dijo papá.
—Cómo jodes—dijo Taylor—. Cortaron, ese imbécil no la merece.
Mi padre lo ignoró y siguió leyendo su periódico.
Ayudamos todos a poner la mesa y cenamos pavo mientras contábamos historias cómicas que habían formado parte de la familia, parte de nuestros momentos juntos, partes que se habían quedado en fotos para nunca irse. Partes inolvidables.
Después recogimos la mesa y bailamos un poco, luego cantamos, luego reímos. La noche fue mágica.
Exactamente a las 11:00pm del día de noche buena, recibí un mensaje. Era Mark.

Te necesito. No puedes hacerme esto. Por favor.

M.

Apagué el celular pensando que eso haría que me olvidara de aquel mensaje tan lastimoso pero no fue así; decidí levantarme y salir un rato. Seguro estaría ahí para las doce de la noche.
—¿A dónde vas?—dijo mi mamá.
—Será una sorpresa—mentí mientras me ponía el abrigo—. No tardaré, estaré aquí exactamente a la media noche. Voy por sus regalos.
—Pero aquí están—dijo Lina.
—Será mejor—sonreí y salí de casa.
Pasé mi fleco hacia atrás con mis dedos enredados en él. Suspiré y me repetí a mí misma que debía dejar de llorar, pero ya no podía más, ya no quería seguir con esto, ya no quería.
Una anciana se sentó a mi lado y al ver las cristalinas lágrimas correr por mi rostro me tendió un pañuelo de tela blanco.
—¿Estás bien, jovencita?—masculló, mirándome con el ceño fruncido.
—Lo estoy, señora. Gracias—forcé una sonrisa y tomé el pañuelo con ambas manos para llevármelo a las mejillas ya irritadas por el interminable contacto de tela y papel que pasaba por ellas cada que lloraba.
—No te ves bien—negó con la cabeza y subió sus lentes hasta su coronilla—. Algo te pasa a ti, dime, ¿es un chico?—arrugó el entrecejo.
Yo sonreí.
—Sí, sí lo es. ¿Cómo lo supo?—volteé a verla, con los codos recargados en mis rodillas.
—Experiencia, mi niña—se encogió de hombros—. Tengo tres nietos y cuatro nietas, todos adolescentes. ¿Crees que no voy a saber de amores juveniles?—sonrió.
—Vaya, creo que sabe más de lo que se le tiene permitido.
Ella rio un poco.
—Algo así, mi chica. Cuéntame ¿te lastimó?
Tragué saliva y comencé a jugar con la puntita del sedoso pañuelo.
—Algo así, señora.
—Magda—sonrió—. Me llamo Magda, ¿tú eres?
—Margaret—le sonreí—.Mucho gusto.
—Dime, Mar. ¿Qué te hizo este chico?
—Mejor dicho qué no me hizo, Magda—sonreí con ironía, recordando.
Sus cejas se dispararon hacia arriba en cuanto escuchó eso.
—¿Pues qué sucedió?
—Es un maldito desastre.
—¿Es un maldito desastre, o son un maldito desastre?
—Es un maldito desastre, no sabe lo que hace ni lo que dice, ya me tiene harta, siempre encuentra el momento más inoportuno para hacerme enojar y que todo se vaya al caño—bajé la mirada hacia mis manos.
Magda tomó mi hombro.
—Ay, niña. ¿No crees qué es mucho dolor para tan poca edad?—arrugó la frente—. Se supone que ahorita tú, a tus maravillosos diecisiete, si es que no me equivoco, deberías estar feliz de la vida sintiéndote muy acá—hizo un ademán con la manos, cosa que provocó mi risa—. No deberías estar lloriqueando por todas partes por un chico que se friega la vida él mismo. Eso es una relación tóxica. Si quiere ser un desastre pues que lo sea, pero tú no formes parte de su plan porque te fastidiara a ti también.—Me señaló con su dedo índice.
—No es la primera vez que me dicen eso—sonreí.
—Ahí lo tienes, cariño, no es la primera vez que te dicen esto. Deberías tomarlo en cuenta.
—Lo tomaré, Magda.
—¿Pelearon ahora?
—Sí—resoplé.
—¿Dónde está él?
—Lejos de aquí.
—¿Por qué comenzó la pelea?
—Todo comenzó porque...—Las lágrimas se me enjugaron en los rabillos de los ojos, provocando que no viera muy bien—. ¡Ay, Magda!—no soporté y rompí a llorar—. Él golpeó a mi mejor amigo sólo porque me compuso una canción. ¡Lo golpeó! Si no hubiera llegado a separarlos, ahorita mi amigo estaría destrozado. Él no estaba midiendo su fuerza ni su furia, porque cuando traté de acercarme para apartarlos él me empujó lejos de mi amigo haciendo que tropezara y cayera.—Pasé las palmas de mis manos por mis mejillas, quitándome las lágrimas.
—¿Qué pasó después?
—Yo me levanté furiosa, lo empujé lejos y le grité cosas feas, feas en verdad, Magda. Me llevé a mi amigo para curarlo y... yo no supe qué hacer, así que huí. Fue lo mejor, pero ahora él me odia más de lo que me imagino.
—¿A intentado llamarte?
—Me saturó el celular—respondí molesta.
En ese momento llegó mi tren y me paré de un brinco.
—Magda, éste es mi tren. Sólo saldré a dar una vuelta por el parque, ¿quieres venir conmigo? Prometo volver para no preocupar a mi madre. Estaré aquí más tardar a media noche, ¿tú seguirás aquí?
Magda tomó mi rostro con ambas manos y depositó un beso en mi cabeza.
—No olvides que ahora no es tarde para nada. Él no te odia ni te odiará, sólo... piensa bien las cosas y arréglalo como mejor lo sabes hacer, Margaret—sonrió—. Ojalá y te vea un día de estos.
Sonreí y subí al tren con ayuda de un señor, busqué mi asiento y desde la ventanilla le dije adiós a la anciana.
—Ojalá—susurré, mientras el motor rugía de nuevo bajo nosotros.

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