Capítulo 32| Pelea.

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••• Maratón 1/3 •••

En lo que resta del día, estoy de lo más distraída: los libros saludaron al suelo tres veces y, en la clase de matemáticas avanzadas, una suma tan sencilla como "4+6", tiene un resultado de 13.

— ¿Qué vas a pedir?— la voz notablemente frustrada de la cocinera me saca de la quinta distracción que tuve en el día.

— ¿Qu-qué?— pregunto haciendo que ella resople, impaciente.

— Pide algo o te largas— ordena de mala manera. Decido no contestar mal a sus exigencias ya que su rostro arrugado y malhumorado provoca escalofríos por todo mi cuerpo del miedo. Sacudo mi cabeza y pido mi almuerzo, que consiste en una botella de agua y un pastelillo de manzana. No tengo hambre, se me revuelve el estómago con solo pensar en comida.

Me dirijo a la mesa que Taly reservó para nosotras dos, pero mi camino es interrumpido por algo que traba mis piernas y caigo de cara al suelo dándome un fuerte golpe en las rodillas y doblando un poco mi muñeca derecha, con la que intenté evitar que, el día de mañana, no tenga que venir con una bufanda hasta la nariz y con tres dientes menos. Mi rostro se sonroja por la vergüenza, me levanto rápidamente y recojo el pastelillo. La botella rodó tres metros lejos de mí, terminando debajo de una mesa del fondo. Escucho risillas bastante agudas detrás de mí y parpadeo, desorientada.

Sherley, junto a sus grupies, se ríen con sus manos en sus bocas. ¿Por qué tienen que molestarme siempre a mí? ¿Qué fue lo que yo hice para obtener su odio? De todos modos, parte de mí se siente bien con que se desquiten conmigo. Estoy salvando a miles de pobres nerds que no podrían defenderse por sí solos. Yo no les tengo miedo ni me acobardo ante ellas, simplemente estoy cansada de todo esto: de sus burlas, las bromas y los chismeríos que inventan sobre mí.

— ¡Oh! Lo siento tanto— su voz está teñida de sorpresa totalmente falsa—. Compraré unos pantalones nuevos para tu abuela, no te preocupes— exclama al ver que mi prenda se rompió en la zona de las rodillas.

Suelto un suspiro de forma cansada.

— De verdad, Sherley, no tengo ganas de pelear— le advierto.

Ella da un paso hacia mí.

— ¿Tienes miedo, zorrita?

Otro paso.

— No sé qué es lo que vieron en ti— prosigue ella—. ¿Cuántas veces te has operado la nariz para que quede así?

Aprieto los puños a mis lados, controlándome.

— Te lo dije una vez y no lo volveré a repetir: dejas de joderme o ya verás las consecuencias si no lo haces— mascullo. He llegado al límite.

En este momento ya tenemos más de treinta pares de ojos sobre nosotras y hasta a algunos imbéciles aclamando algo de diversión a este día mientras gritan "¡Pelea!¡Pelea!¡Pelea!". Eso no hace más que agrandar mi furia y no sé si podré resistirme.

— Dime, Katherine. ¿Cuántas veces te lo has tirado? ¿Siete, ocho? ¿Diez?— mis puños tiemblan a mis costados por la fuerza que estoy haciendo—. También te tiraste a su hermanito, ¿no es cierto? O tal vez lo hiciste con los dos al mismo tiempo.

El coro que exclama "Uuh" por cada cosa que dice está por ponerme loca y probablemente parezca un ogro por la expresión de enojo que llevo. Lo que más me frustra es que ella no demuestra estar afectada en lo más mínimo con esta situación y tiene una estúpida sonrisa plantada en su rostro que podría ser la misma que lleva el Diablo.

— ¿De qué hablas?—gruño con los dientes apretados, aunque sé perfectamente lo que está insinuando.

—No te hagas la santa, Katy. Tú sabes bien de qué estoy hablando.

Persiguiendo la VerdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora