Cachorro (Capitulo 18)

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-No pudiste haberme olvidado, es decir, mierda. Te visité un par de ocasiones en Los Ángeles, en el psiquiátrico ¿No te viene a la mente? Tu solía llamarme Lium- Will ríe amargamente, no dice nada por un buen rato y se limita a observar el estanque mientras hace muecas tratando de tomar coraje para lo siguiente- Yo no era William para ti, mucho menos era Will o Liam. Era Lium, fui por un buen tiempo Lium. Luego no volví a saber de ti y al parecer tu de mi menos, pareciera que me borraron de tu cabeza- 

-Fui sobre medicada, he perdido grandes lapsos de memoria. No tengo muchos recuerdos del psiquiátrico, cosa que he considerado un remolino. No sé qué ha sucedido conmigo, que hay de perdido en ese lapso y de pronto llegas tú ha decirme que te he conocido antes y no puedo simplemente recordar. Will, me drogaban, he perdido tantos recuerdos que no lograrías si quiera adivinar el número de ellos. Tengo miedo de lo que ha pasado y tu sigues aquí, no me entiendo pero pareciera que tu lo sabes mejor que yo y tengo miedo de ello- las lágrimas no tardan mucho en brotar, por lo que Will toma mis manos y trata de brindarme una sonrisa antes de que sus ojos formen pequeñas lagunas que trata de ocultar. 

-¿Miedo? No existe mientras yo esté ¿Correcto? Tu no deberías preocuparte de absolutamente nada mientras esté, Cass- levanto la mirada contrariada- Me importa un bledo que haya sido de ti y lo que consta de un pasado ya pisado. No me interesa lo que hayas hecho mal, yo no soy nadie para juzgarte y la vergüenza claramente no debería estar en nuestro vocabulario. Todos hemos pasado un infierno, mírame, yo ya he atravesado el mío. ¿Quieres que te cuente algo? Sufrí mucho tiempo en un instituto, nadie me tomaba en serio y nadie me quería. Mi familia eran mis amigos, desde luego antes de conocer a tu hermano. Ser amigo de Edward era algo nuevo y fascinante para mi. Rápidamente se convirtió en mi mejor amigo pues no tenía a nadie más. Cuando pasó el incidente en año nuevo, con mi hermana en cama y Edward pasado de copas, simplemente no pude evitar tratar de encontrarte a escondidas de Ed. Comencé como desquiciado a buscarte hasta encontrarte en Los Ángeles como un supuesto regalo de pase de año. En cuanto te vi en aquella habitación, por primera vez dudé bastante que fueras la persona que Edward mencionaba como alguien gris de tiempo atrás- 

-Yo lo era, pienso que lo sigo siendo- William sonríe ampliamente. 

-Claro que no. Ese día vi a una chica cruzada de piernas en la cama, con una enorme masa de tirabuzones rojizos sobre un libro de Poe. Que fuerza para leer algo así en aquel lugar. Alzaste la mirada desconcertada, no tenías ni la menor idea de quien era pero ese hermoso brillo dorado de sus ojos no se ocultó mucho tiempo como tu sonrisa. Parecías consternada pero curiosa, muy curiosa. Hablábamos durante todo el tiempo que se me permitía estar contigo. Me mencionaste que tu también bailabas, te emocionaste cuando te dije que yo lo hacía y me incitabas a bailar en Francia pero te contaba de la ilusión que me hacía estar en el instituto Australiano.  Te observé bailar a escondidas en uno de los salones de aquel lugar, fue ahí dónde vi esa luz de la cual hablaba Edward. Aquel tipo de luz propia que nunca observas en otras personas, una particular. Diferente, única, bella. Observé a la chica de cabello flamante y de ojos dorados, ya no eras normal, ahora me eras peculiar. Estuve un par de meses en Los Ángeles en casa de la hermana de mi madre, por lo que iba a visitarte diario. Tal vez un par de meses. Al menos hasta la muerte de tu amiga- 

-Ágata- él sonríe y asiente, trato de deshacerme de su mirada. Su solo nombre sigue causando un dolor agudo dentro de mi ser, por lo que Will lo nota y deja escapar una risa apenas perceptible. 

-Ella era un remolino andante, hablamos en el comedor y siempre me decía que eras alguien a quien ella amaba. Un solo paso en falso y no recordaría cómo había llegado a casa caminando- el chico al notar como me roba una carcajada niega observando la fiesta de adentro. Nadie logra percatarse de que faltamos, por lo que no tarda en retomar la plática- Era un viernes, viernes trece para ser exacto. Me recibió aquella enfermera amargada, la que nunca dejaba que transcurrieran cinco minutos para despedirnos. Esta ocasión ella estaba distinta, triste podría asegurar por lo que me dejó pasar sin mucho problema pero tu estabas distinta. No querías hablar ni conmigo ni con nadie. Observabas solamente la ventana anhelando que ella regresara, pero no lo haría. No llorabas, mostrarías debilidad tratabas de asegurar. Estabas muy mal, jamás había visto a alguien tan extinto, por lo que quise abrazarte pero me apartaste tan hostil. Estabas tan enojada que simplemente las palabras brotaban de tu boca pero yo parecía estar sordo hasta que me dijiste que me largara y nunca regresara. No querías volver a saber de mi. Querías estar sola, quise hacerte entrar en razón pero no pude. No querías volver a verme, ni a mi ni a nadie- 

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