Quiero la verdad

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Capítulo 11: Quiero la verdad


El sábado, cuando desperté, me desayuné la noticia de que mis padres salieron y no vendrían por un tiempo, por lo que aproveché para hacer algo que me estaba carcomiendo la cabeza desde hace años

-John, ¿Puedes venir un segundo?

-¿Qué quieres? –Preguntó cuando vino.

-Necesito preguntarte algo. –Al ver que John me incitaba a que siga, continué. –Necesito saber qué hacías en Inglaterra.

-Estudiaba. –Respondió seco.

-Ya, en serio, ¿por tantos años?

John suspiró y me miró. –Prométeme que no me odiarás cuando te lo cuente.

Lo miré extrañada, esperando que me salte con una gran carcajada diciendo "deberías haber visto tu cara" o cosas por el estilo, pero no ocurrió. Por el contrario, cada vez lucía peor.

-No podría odiarte, John, dime.

-Ok. Debes saber que no soy tu tío, porque ni Adolfo ni Clara son tus verdaderos padres. -¿Qué? John debe de haber visto mi cara, porque me dijo que tal vez no era buena idea, pero lo alenté a continuar. –Ok, tanto tus padres como Adolfo y Clara eran narcotraficantes, y los dos muy amigos, pero un día a tus verdaderos padres les llegó la noticia de que los estaban buscando, así que huyeron hacia Europa, dejándote a cargo de Adolfo y Clara cuando no tenías un año siquiera. En realidad fueron ellos quienes responsabilizaron a tus padres cuando la banda cayó, por lo que quedaron libres. Frederick y Lizzie, tu verdadera familia, debieron separarse. Frederick fue a la cárcel, y Lizzie huyó, aunque él desde prisión incluso logró mandar a buscar a Clara y Adolfo, pero ellos huyeron a Inglaterra, y sólo volvieron dos años después, bajo los nombres con los que los conocemos ahora. Yo tuve que volver después de unos años porque era el blanco principal de los agentes que tenía Frederick, ya que pensaban que, por ser joven, podrían sacarme cosas. Adolfo me escribió hace unos meses diciendo que ya podía volver, y que confiara en él, así que aquí estoy.

Luego de un momento, sólo atiné a preguntar una cosa.

-Ya, en serio, ¿Qué hacías en Inglaterra?

John rió, con una risa nerviosa que no solía ver en él. –Ya te lo he dicho. –Respondió. –Creerme ya es tu problema –Dijo mientras salía de la cocina.

-Espera, ¡No te vayas! –Le grité antes de que salga de la casa.

Mi tío volvió sobre sus pasos y me miró fijamente.

-¿Cómo puedo saber que es cierto?

-Bueno, tienes dos opciones: Buscar los documentos necesarios para averiguar los nombres reales de Adolfo y Clara, buscar tus papeles de nacimiento, comprobar que no son los mismos, y decirme que tenía razón; o confiar en mi palabra. Elige.

Reí, aunque en realidad no era divertido. Es que no sabía qué hacer. –Ok, júrame que dices la verdad.

-¡Por supuesto que sí! –Exclamó algo ofendido.

Le tendí mi dedo meñique para que lo entrelace. Desde pequeños, hacer éste gesto era la máxima confianza en la palabra del otro. Sin dudarlo lo hizo.

Todavía era temprano, así que decidí salir a caminar un rato. Claramente necesitaba aire fresco, y por supuesto John no me lo negó. Debía procesar lo que había ocurrido hace unos minutos, y en cómo todo lo que había vivido se convirtió en una mentira en menos de tres minutos, que fue lo que tardó mi tío, llamándolo así por costumbre, en decírmelo. También me preguntaba una y mil veces por qué no me lo había dicho antes. Tengo una familia fuera, en algún lugar del mundo, que tal vez me aprecie. Muy pocas veces Adolfo y Clara me demostraron siquiera afecto, y claro, no tienen por qué hacerlo. No conocía a mis padres, pero sentía muchas cosas. Principalmente pena y lástima, porque confiaron en las personas equivocadas, aunque también tenía un profundo enojo por la vida que al parecer llevaban.

No me di cuenta hacia dónde caminaba, pero al parecer me había distraído por un largo rato, ya que cuando volví a la realidad me encontraba bastante alejada de mi casa. Había caminado muy poco por donde estaba, aunque era un lugar maravilloso.

Las casitas eran pequeñas y hermosas, como una aldea de las películas de Disney pero un poco más lujosas, rodeadas de árboles y plantitas. Me senté en un banco, en un ancho boulevard que dividía la calle principal. No soy experta, pero por la posición del sol debían ser cerca de las once, once y media como mucho. Sin correr el riesgo de que alguien conocido me vea, saqué un cigarrillo de mi chaqueta y lo fumé con profundo placer, todavía procesando la información nueva.

Debo admirar mi talento para aparentar mantener la calma en éste tipo de situaciones, ya que cuando estaba volviendo a casa, una hora después, Daniel pasaba por allí y me invitó un helado con total normalidad. Daniel es una de las personas que más me conoce, y nunca le he ocultado nada, así que debo fingir bien. Aunque siendo realistas, ya había salido del shock, y ahora sólo estaba pensando en qué hacer a continuación.

-Tengo algo que contarte. Seguro te infartas cuando te lo diga. –Le dije después de acabar mi helado de frutilla. En un principio mi idea era mantener todo en secreto, pero no podía escondérselo.

Le conté todo apresuradamente, y cuando terminé se notaba que estaba más aturdido que lo que yo había estado.

Muy al contrario de lo que había imaginado, simplemente pagó los helados y se despidió de mí. Confundida regresé a casa. Ya eran las dos menos cuarto y no le había avisado a John hasta qué hora estaría fuera, aunque dudo mucho que le importe.

-¡John, regresé! –Grité cuando entré en casa. Sin embargo nadie respondió.

"salí con una amiga. No me esperes para la cena. Te quiero" decía una nota que había en la mesa. Sabiendo que iba a tener la casa sola para el resto del día me dirigí a mi cuarto y me puse mi ropa de dormir, tomé una frazada y me envolví en ella, para tirarme en el sofá y mirar Dr. House por lo que quedaba del día.

El domingo pasó lo que se tarda en pestañear, y cuando quise darme cuenta, Steven Tyler estaba gritando "Crying" en mi oído, avisándome que debía levantarme.

Fui a ducharme, para luego ponerme una camiseta roja, jeans, Converse y un simple suéter blanco. Tomé mi teléfono y mi bolso y corrí por unos waffles con café.

La última vez que había visto a Germán había sido en el parque, y había acordado con él que pasaría por mí por las mañanas, así que rápidamente terminé de prepararme.

-¿Y qué cuentas? –Pregunté para romper el silencio.

-No mucho, me pasé el fin de semana corrigiendo tareas, y debo decir que hay una tal Sarah Johnson a la que le está yendo bastante mal, y si sigue así deberá ir a recuperatorio. –Dijo mirándome con reproche.

-Lo siento, no he tenido tiempo para hacerla, ya te dije. Esa semana fue tétrica, parecía que todos los profesores habían confabulado en nuestra contra.

-Es que eso hacemos, ¿Qué no lo sabías? Todos los meses tenemos reuniones en donde acordamos poner todos los exámenes y trabajos en la misma semana, ¿No es obvio? –Respondió sarcásticamente. Yo, por mi parte, casi le lanzo el paquete de pañuelos que estaba en el asiento.

Era un momento muy incómodo, ya que al parecer teníamos algún tipo de relación, pero no sabía cómo actuar. Para ser sincera, jamás había salido con alguien, y nunca pensé que la primera vez que lo haría sería con un hombre mayor que yo. Simplemente me quedé calladita por el resto del viaje.

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Si votan y comentan les darán fuerzas a Sarah ;)

Forbidden (2022 - SIN EDITAR) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora