Por más que la situación sea aterradora a tal punto de quitarle el sueño a cualquiera, los cuerpos de los chicos no pueden ignorar todo el cansancio que llevan encima. Antes de que pudieran darse cuenta, se han quedado dormidos en el sofá. Pero esta vez no es un sueño placentero y recuperador, porque en medio de la madrugada una serie de golpes empiezan a escucharse. No son los de la puerta delantera, ya que el grupo de enfermos que antes estaban allí ahora se han disipado. Son golpes en madera, pero vienen de más lejos. Alan es el primero en empezar a notarlos, abriendo los ojos y guardando silencio para saber de dónde viene el alboroto. Pero su boca no dura mucho tiempo callada, ahora sabe de dónde provienen los sonidos. -¡Marc! ¡Despierta! –Grita agitando el cuerpo de su amigo. -¡La puerta trasera! ¡Escucha! –Los golpes empiezan a ser más constantes después de la voz del rubio.
Marc se incorpora de inmediato, poniéndose de pie y haciendo una señal con su dedo para indicarle al otro que haga silencio. –Toma el bate. –Dice casi en un susurro, buscando también su hacha. Ambos caminan despacio hasta acercarse a la habitación que conduce al jardín. -¡Maldición! –Se queja el moreno al darse cuenta que la luz de ahí está encendida, probablemente en su afán de encontrar a alguien en casa olvidó apagar las luces cuando estaba revisando. Parece que los enfermos además de sentirse atraídos por la carne de las personas también lo hacen con las luces. Se escucha el "clic" de la tecla de la luz al mismo tiempo que el cuarto queda a oscuras, pero los golpes en la puerta no se detienen. Marc asoma su ojo a través de la cortina que cubre una pequeña ventana.
-¿Son ellos? –Pregunta Alan es voz baja, con sus puños apretados alrededor del mango del bate.
-Si. Vamos a traer el sofá para trabar la puerta. –A medida que permanecen en la habitación, los golpes se hacen más agresivos, como si los de afuera pudieran oler la carne a través de la madera. –Rápido. –Dice Marc al escuchar como el ruido se hace más fuerte. Tratando de no hacer ruido con los pasos, los dos van hasta la sala y se ponen cada uno en las puntas del gran sillón. Lo levantan del suelo y comienzan a moverlo rumbo a la puerta. -¿Puedes? Descansa unos segundos. –Dice el más alto al notar la cara de cansancio del otro.
Alan baja su parte del sofá. –Debí haberte acompañado al gimnasio. –Suelta las palabras de su boca entre suspiros agitados. Una vez más, vuelve a levantarlo y se acercan más a la puerta. Pero la cerradura comienza a ceder más con cada golpe, está a punto de abrirse. -¡Rápido! –Grita el rubio ignorando todo el cansancio que sentía antes. Con un último golpe por parte de los de afuera, la puerta se abre, pero se traba con el sofá que ambos llegaron a colocar en los últimos segundos, dejando una pequeña abertura. En ella se asoman los dedos largos y pálidos de los enfermos, que rasguñan la madera haciendo que sus uñas muertas se desprendan de la carne. Los gruñidos se hacen más fuertes, quieren su comida.
El sofá es pesado, pero no es lo suficientemente fuerte para detener la furia de la gente de afuera. Las patas del sillón se van corriendo centímetro a centímetro, anunciando la inminente entrada de esos caníbales a la casa. -¡Hay que salir de aquí! –Dice Marc, y ambos se alejan. El reloj corre y saben que en cualquier segundo van a estar encerrados con visitas indeseables. Ya en la puerta principal, pueden oír que el sofá se movió por completo de su lugar, dejando la entrada libre a los enfermos que se acercan.
-¡Ayúdame! –Alan intenta mover la mesa que antes habían puesto para bloquear la entrada.
-¡No hay tiempo! –Marc usa el mango de su hacha para romper el vidrio de la ventana que da a la calle. -¡Sal! ¡Apresúrate! –Dice terminando de romper los cristales puntiagudos que quedan aferrados al marco. Alan pasa lo más rápido que puede, evitando los restos de vidrio.
-¡Ahora tu! ¡Vamos! –El rubio se altera al ver como la rotura de la ventana llamó la atención de los otros enfermos que deambulaban por la calle.
Dentro de la casa, las personas hambrientas están a metros de llegar a su victima que es Marc, quien intenta pasar a través del estrecho cuadrado. En el apuro de salir lo antes posible, la pierna del moreno roza uno de los filosos cristales que abre una larga herida que empieza a sangrar. A pesar del dolor, Marc termina de pasar sus piernas y cae de espaldas en el césped de la entrada. Pero el peligro continúa, en los enfermos de la calle que ya están muy cerca de ambos, sumados a los brazos con venas azuladas que tratan de agarrarlos desde el interior de la casa.
-¡Levántate! Estarás bien, ¡vamos! –Dice Alan ayudando a ponerse de pie a su amigo, que se toma la herida tratando de parar el sangrado que gotea tiñendo de rojo el suelo.
El círculo de caníbales que los rodea se achica cada vez más, dejándolos sin salida aparente. –Corre Alan, tienes que correr antes que se acerquen más. Déjame. –
-¡No te voy a dejar! ¡Levántate por favor, tenemos que salir de aquí! –Los ojos aguados del rubio miran a ambos lados viendo como esos cuerpos que se acercan hacia ellos los rodean por todos los ángulos. Ya no queda ninguna salida, y el final de ambos parece estar a pocos minutos.
Sin embargo, el sonido de los neumáticos de un vehículo frenando invaden el ambiente, seguido de una ensordecedora balacera que va dejando los cráneos de los enfermos agujereados, y sus cuerpos tendidos en la fría acera. Alan cierra los ojos, esperando que los disparos no impacten también en él, pero el portador del arma parece tener buena puntería. Cuando el ruido se detiene, el rubio abre los ojos y ve una figura alta acercarse corriendo. Es un hombre de piel blanca y ojos negros, con una barba de algunos días.
-¡Vamos! Vengan conmigo, tú sube al auto. –Dice el extraño ayudando a Marc a ponerse de pie y llevándolo hasta el automóvil. Recuesta al chico herido en el asiento trasero, y quitándose la camisa que llevaba encima de su camiseta, envuelve la pierna de Marc apretando para que deje de sangrar. –Tranquilo, vas a estar bien. –Dice cerrando la puerta y tomando su lugar delante del volante. Gira las llaves y pone en marcha el auto, avanzando a lo largo de la calle. –Wow, eso que hicieron fue increíble. Soy André, ¿y ustedes? –El hombre sonríe mirando a Alan, como si no le importara lo que está pasando, ignorando a todos los enfermos que aparecen iluminados por los faros del vehículo.
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Virus H
Science FictionLa intervención de la ciencia en la salud puede salvar millones de vidas, pero también puede acabar con ellas. El brote inesperado de un virus que se expande rápidamente por el planeta trajo pánico a la población. El mundo da un giro inesperado haci...