Un hermoso y salvaje fuego

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Pasó una semana antes de que Leo conociera el pueblo donde Álvaro había crecido, que le diera el sol y que disfrutara de las pequeñas actividades que su anfitrión le hacía para recuperar la confianza. Todo parecía perfecto, parecía que era mentira, hace días Leo no despertaba preocupado por los problemas que tuvo con Blas, ahora despertaba a lado de Álvaro, loco porque todo era alegría.

Se había pasado la vida creyendo que había sentido amor, pero Álvaro le había demostrado que jamás lo había sentido. Leo lo escuchó bajar corriendo las escaleras.

- ¿Qué pasa? - sentado en el salón, había encontrado un libro con el que pasar el tiempo en que Álvaro había recados y no lo acompañaba.

- Hoy es la noche de San Juan. Hay fiesta, vamos - extendiendo su mano para que se pusiera de pie.

- Pero no tengo nada qué ponerme...  - subiendo las escaleras detrás de Álvaro.

- Es cierto - volteando a verlo -. Tu guardarropa es horrible - lo pensó un momento -. ¿Qué te parece sí vamos de compras? Puedo ayudarte a elegir.

- ¿Tú? - chistó Leo - ¿El chico que tiene la misma playera en diferentes colores?

- Serás... - comenzando a perseguirlo por toda la casa -, ¡verás lo que te haré sí te atrapo! - riendo. Leo se detuvo en seco y Álvaro lo cogió dejándolos frente a frente.

- ¿Qué me vas a hacer? - mirándolo, ya se había dejado llevar por esos ojos.

Sus mejillas habían vuelto a tener ese rojo característico de Leo y había retomado su color, se veía más alegre de cómo lo había encontrado. Acomodó el fleco detrás de su oreja y repasó el contorno de su rostro con su mano y estuvo a punto de darle un beso pero en vez de eso...

- No - sintiendo los dedos de Álvaro en su vientre -, por favor todo menos eso - riendo más, queriendo huir.

Las acciones de Álvaro habían conseguido animarlo. Jamás había creído que una sonrisa podía cambiar su vida y vaya la forma de hacerlo: abrazos, miradas, detalles tan pequeños que valían tanto para Leo.

Bajaron al centro del pueblo abrazados, haciéndose reír porque ambos tenían la misma playera de manga ranglan, que se habían encontrado en una tienda, sólo que Álvaro roja combinado con vaqueros negros y Leo azul con un jean azul marino.

- Pudiste haber elegido otra... - riéndose al verlo de nuevo.

- Pudiste haberlo hecho tú - replicó Leo abrazando a Álvaro de la cintura y este pasando su brazo por sus hombros.

Escucharon música al aire libre, poemas e historias recitadas en plena noche, rodeado de personas que disfrutaban de lo mismo.

- Venga, que ya es hora - tomándolo de la mano y abriéndose paso entre la gente. Vieron cómo se encendía y todos hacían silencio, unos mirando al cielo, otros al fuego que crecía, algunos más con los ojos cerrados o como Álvaro, que miraba a Leo cerrar sus ojos y soltar su deseo, abrazándolo admirando el hermoso y salvaje fuego.

Tomaron y comieron con conocidos de Álvaro, quienes lo recibieron bien, haciendo bromas y haciéndolo disfrutar de una velada increíble en los brazos del moreno, con quién no dejaba de bailar y reír.

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