Ron Weasley y las reliquias de la muerte

Xenophilius Lovegood

Al día siguiente, Ron decidió empezar a poner en práctica su estrategia de mostrar continuamente un comportamiento sombrío en presencia de Hermione, como un signo externo de continuo arrepentimiento, para así arreglar las cosas con ella. Cosa nada fácil, porque la chica apenas hablaba y a menudo sólo le dirigía miradas desagradables y silencios mordaces. Sin embargo, durante los pocos momentos que Ron pasaba a solas con Harry (recogiendo agua y buscando champiñones en la maleza), se mostraba abiertamente alegre, bromeando y riendo. Y lo cierto es que tenía motivos estar alegre. Sí, todavía quedaban por encontrar tres horrocruxes, pero por lo menos ahora tenían algo para destruirlos. Habían recibido ayuda, y bueno, quizá el mismo que les había llevado la espada y les había mandado la cierva plateada podría prestársela otra vez. Y además, Harry le había perdonado por lo que había hecho, lo cual le alegraba más que ninguna otra cosa. Cierto que Hermione aún no, pero confiaba en que poniendo en práctica los buenos consejos de Fleur, las cosas se arreglarían poco a poco.

Al final de la tarde tomaron como pretexto el registrar los setos vacíos en busca de zarzamoras inexistentes para escapar de la presencia ceñuda y malhumorada de Hermione e intercambiarse noticias. Harry le contó a Ron que habían ido a Godric Hollow, que habían visitado la tumba de Lily y James (Ron se sintió muy conmovido y le dio unas palmaditas afectuosas a su amigo, prometiéndose que cuando todo acabara visitaría la tumba de los Potter), que se habían encontrado con quien creyeron que era Bathilda Bagshot y la habían seguido a su casa, donde habían encontrado unas fotografías que les llamaron mucho la atención, que la supuesta Bathilda había resultado ser un disfraz para Nagini, que habían escapado por los pelos de ella (y que en la lucha la varita de Harry se había roto), y por último, que mientras estaba inconsciente después de huir de Voldemort había tenido una visión de la muerte de sus padres (lo cual dio lugar a unas cuantas palmaditas afectuosas más). Después, Ron empezó a contarle lo que había sabido sobre el mundo de los magos durante esas semanas.

—¿Cómo descubristeis lo del Tabú? —le preguntó a Harry después de explicar los muchos intentos desesperados que hacían los hijos de muggles para evitar al Ministerio.

—¿El qué?

—¡Tú y Hermione habéis parado de decir el nombre de Quien-tú-sabes!

—Oh, sí. Bueno, es simplemente un mal hábito en el que hemos caído —dijo Harry—. Pero no tengo problema en llamarle V...

—¡NO! —bramó Ron, causando que Harry se cayese a un seto cercano y que Hermione (con la nariz enterrada en un libro en la entrada de la tienda) los mirase con el ceño fruncido—. Perdón —dijo, tirando de Harry para sacarlo de las zarzas—, pero el nombre ha sido maldecido, Harry, ¡así es cómo rastrean a la gente! Usar su nombre rompe encantamientos protectores, causa algún tipo de perturbación mágica... ¡así es como nos encontraron en Tottenham Court Road!

—¿Porque usamos su nombre?

—¡Exacto! Hay que reconocerles el mérito, tiene sentido. Era sólo la gente que se tomaba en serio lo de hacerle frente, como Dumbledore, la que se atrevía a usarlo. Ahora que le han puesto un Tabú, cualquiera que lo diga puede ser rastreado... ¡una manera rápida y fácil de encontrar a miembros de la Orden! Casi pillaron a Kingsley...

—¿En serio?

—Sí, un grupo de mortífagos lo acorralaron, según dijo Bill, pero consiguió escapar. Huyó, justo como nosotros. ¿No crees que pudo ser Kingsley el que nos mandó esa cierva? —dijo, mientras se rascaba con la varita.

—Su patronus es un lince, lo vimos en la boda, ¿recuerdas?

—Oh, sí... —dijo Ron decaído. La idea de tener al veterano Auror ayudándoles animaba bastante, pero Harry tenía razón. Miró a Hermione y vio que seguía bastante malhumorada, así que decidió alejarse un poco. Mientras lo hacían, se le ocurrió una nuva idea sobre el Patronus. Era absurda, pero quizá...