Capítulo 1.

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La niña castaña de cinco años jugaba sola en el patio. Sabía correctamente lo que pasaba, pero debía ser fuerte por sus papás. Que ironía que una niña de 5 años pensara eso.

Su madre agonizaba dentro de la casa, no quería presenciar ese momento y antes de que su padre le dijera que saliera, ella salió sin reproche alguno. Esperando el momento en que le dijeran la noticia. Lo que sabía que vendría.

Se sentía muy triste. Su mamá era joven y bella. Y perdió la batalla contra el cancer de mama. Estaba muy enferma. Ya no quería toparse con un hospital jamás, la pequeña Joyce, lo veía en su semblante. Esta sufrida, ya estaba cansada de los agujones en sus venas y del tintineo de las maquinas. Le tenía pavor a los hospitales, y se moriría de tristeza si, pasara sus últimos momentos metida alli.

Ya era demasiado tarde. Cuando le diagnósticaron cancer, era ya demasiado tarde. Su cabello comenzó a caerse y se volvió más pálida de lo que ya era. Demacrada. Pero nunca dejaba de sonreir y de demostrar que estaba bien, aunque fuera una total mentira.

Jo admiraba a su madre por su fuerza y valentia.

Ella era una ama de casa nata. Podía trapear, cocinar y lavar al mismo tiempo. Con su cabello castaño amarrado con un bolígrafo, y su habitual camisa ancha. Sus ojos grises estaban acompañados de una sonrisa radiante y alegre. Aunque tuviera el malestar que tuviera. Pero el cáncer ganó la batalla.

No le gustaba ver caricaturas, le gustaba correr y brincar en la lluvia, casi no se enfermaba, era una chiquilla llena de luz, y con muchas esperanzas de vida.

Desde uno de los árboles, sentado, estaba Benjamín Adams.

Por fin, la había encontrado. Y otra vez la vería crecer. Aunque no se lo diría a nadie por ahora. Tenía que estar 100% seguro de que fuera Jo. Aunque todos los radares apuntaban a ella.

Su cabello castaño estaba suelto. Era largo y llegaban a su cintura, abundante. Sus ojos eran grandes como dos bombillos, verdes, casi grises, y era muy viva. Como era Jo Carter de pequeña.

La misma cosa. Una copia. Idénticas.

Jugaba con su carrito, aunque ya no funcionaba, solo lo empujaba.

Benjamín miró en su mano, la pulsera de oro, con el "Jo", impreso. La extrañaba mucho y apenas habían pasado 5 años desde su partida. Pero veía en frente a la posible Jo.

Se tiró del arbol, cayendo de pie. Caminó hacia la casa, llamando la atención de la pequeña.

Benjamín al llegar, a ella, se agachó.

-Hola pequeña.- ella lo miró de arriba a abajo, descifrando si lo conocía. No, nunca lo había visto. Y como me había enseñado sus padres, no debía de hablar con extraños, aunque algo le simpatizaba de él, aunque nunca lo había visto.

Sintió una extraña corriente, pero la pequeña hizo caso omiso al sentir aquella sensación.

Sentía que podía confiar.

-hola.- su dulce vocesita había salido de sus labios carnosos y rojos. Era un completo ángel a simple vista. Una adoración.

-¿cómo estás?.- preguntó Benjamín, dulce.

-no muy bien, mi madre está muriendo.- dijo con un semblante de tristeza.- papá no me quiere decir que le pasa, pero claramente lo sé. Esta muriendo.- sus labios temblaron. Era una niña demasiado pequeña, para enfrentar aquello. Pero al parecer sabía que su madre se iría, y eso era lo que mas le dolía.

Benjamín la miró.

-mira, te regalo esto.- Benjamín sacó de su bolsillo, la pulsera, de oro. Joyce sonrió grandemente.

-es hermosa.- celebró.

-cada vez que te sientas triste, mírala y acuérdate de tu madre. No dejes que tu padre la vea, sino, te la quitará.- comentó Benjamín.

Pero esta juntó sus cejas.

Benjamín sonrió de tristeza, era una de las tantas cosas que caracterizaba a Jo Carter. El juntar sus cejas cuando pensaba o cuando estaba enojada.

-no debo de aceptar nada, de extraños.- musitó la niña, este sonrió abiertamente. Era lista.

-no soy un extraño, querida amiguita.- le susurró, mientras estaba de cuclillas, esta lo miró.

-¿y quién eres?.-preguntó ella, curiosa.

-un viejo amigo y pronto te acordarás de mí, por ahora solo acepta esto.- la niña indecisa por sus palabras aceptó. Y no sólo por eso, sino por la conexión que sentía con el, como si él fuera uno de sus amiguitos, como si él fuera su mejor amigo Jeff, o simplemente su mejor amiga, Leah.

Lo aceptó, y este sonrió.

Se lo guardó en un bolsillo.

-¿me explicarás quien eres?.- preguntó la chiquilla.

-si lo haré.- susurró el chico.- pero más tarde.- esta sólo asintió lentamente.

-Joyce.- escuchó la voz de su padre, Nathan. Esta la miró. Tenía una cara de tragedia terrible. Su cara estaba roja y sus ojos también. -tu madre quiere verte.- murmuró, ella solo asíntio lentamente y volteó su cara, para despedirse de aquel sujeto. Pero este ya no estaba, se había ido.

Le pareció extraño, pero no mencionó nada acerca del extraño chico de pelo rizado y alocado.

Entró sin dudarlo. Su padre estaba triste, pues le dolía que su esposa a la que tanto amaba, iba a morir. E iba a dejar a su hija y a él, solos.

Tendría que ser padre y madre al mismo tiempo, y hasta explicarle cosas que él no entendía sobre las mujeres. Mierda.

Jo, caminó hacia la cama y vió a su madre, tenía los ojos cerrados pero al escuchar sus pasos, sonrió y abrió los ojos para mirarla. Para ella era la mejor cosa que había hecho en toda su vida.

Aunque una cosa si la ponía triste... No podría estar con ella en su primer corazón roto, no podrá maquillarla cuando se vaya a casar, no podrá darle de comer a sus nietos. Eran tantas cosas, que solo con verla, le daba nostalgia de una cosa que no ha pasado.

Acarició su pelo.

-siempre voy a estar contigo bebe.- Joyce tocó su mano, la que estaba posada en su mejilla.

-espero que descanses de tanto dolor mami, que seas feliz allá en el cielo.- la madre no pudo aguantar, se largó a llorar por las palabras de su hija. Y la abrazó.

-te amo.- susurró, Joyce escaló la cama. Y se acostó a su lado.

-yo también te amo.- susurró la niña.

El padre se acercó a la madre y la besó dulcemente, como lo había hecho los últimos 7 años de matrimonio.

Pero la dejó de besar al ver que no respondía. El dolor creció y lloró en silencio. Joyce al ver el rostro empapado de su padre, ya sabía lo que pasaba. Pero abrazó más fuerte al cuerpo inerte de su madre mientras comenzaba a sollozar.


Iguales (Two Souls #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora