Capítulo 33.

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Me había dormido en la cama del rey después de terminar de llorar. No podía entrar a esa habitación y me asusta ya las cosas que ella pueda hacer en contra mía. Pero no tengo miedo por mí, sino miedo por las personas que me rodean.

Las cosas deben de ser así. Y al parecer tengo que hacer lo que tengo que hacer. Puse la daga en ni cinturilla, esta se encondía muy bien entre el vestido que llevaba puesto. La verdad estaba triste, los pensamientos se revolcaban en mi cabeza con dolor y desesperación al ver que no se me ocurría nada ahora mismo.

Junté mis cejas mientras caminaba por los pasillos, camino a la habitación del rey. Mi mirada esta perdida y no sé ya que hacer. Me siento mal, muy mal y no estoy dispuesta a convertirme en asesina por nadie, pero todo cambia cuando mi familia y la gente que más amo están en peligro. Entré por la puerta y luego la cerré a mis espaldas lentamente, preparándome mental y físicamente para esto.

Mierda.

El rey había salido del baño con una toalla secándose el pelo, estaba semi-desnudo. Su pecho estaba cubierto de gotas de aguas que bajaban como una lluvia de otoño. Su cuerpo escultural me llamó la atención por un segundo, pero al pensar lo que iba a hacer, todo se derrumbó en mi cabeza.

-pensaba que estabas durmiendo.- caminó hacía mí. Yo lo miré desde lejos, sin ganas ni siquiera de hablarle. Me sentía fatal.

Mi corazón estaba rebozando de culpa y remordimiento. No quería hacerlo.

-¿sabes que día es hoy?.- preguntó, lo miré y negué.- hoy es mi cumpleaños.- sonrió, lo miré con notable sorpresa.

No me jodas.

-felicidades.- dije sin ganas.

-gracias.- murmuró, sonrió abiertamente mientras se sentaba en su cama, lo miré desde lejos. -esta fecha me recuerda a los días de campo que hacíamos mis hermanos y yo.- Junté mis cejas.

-¿hermanos?.- pregunté.

-si, Natasha y un chico llamado Bastian.- explicó.- tiempos aquellos cuando jugábamos en las praderas.- me ojeó.- no te he contado toda la historia.- me miró, yo lo miré.

-¿Qué historia?.- pregunté.

-sobre mi familia. Mi vida.- murmuró. Miró el piso.- nací en Londres en el siglo XV, nacido en la realeza y en la maldición de no poder enamorarte de alguien de bajos recursos.- suspiró.- ahí nació todo lo malo que puede haber en mí, cuando me convirtieron en vampiro.

Me miró y suspiró.

-cuando maté a mi madre por Madeline, no lo pude creer. Me sentía tan culpable y no parecía ser yo. Me traté de suicidar esa misma noche, pero mi padre al verme en aquella situación, acudió a hechiceros. No quería dejarme morir y lo hicieron, pero con sangre de vampiro. Me convertí en lo que soy y en un momento de sed y de no saber lo que hacía, dejé a mi padre disecado en una de las sillas del palacio.- murmuró.- mi hermana quería también la inmortalidad, ¿y qué más bueno que compartir con las únicas familias que tienes para toda tu vida?. Eso creía yo, que tonto fui. Pero Bastian decidió elegir una vida normal y murió de vejez.

Prosiguió.

-Natasha siempre quiso el trono, ese era su sueño, liderar. Pero al no haber ninguna autoridad en el mundo vampiro y al yo ser de la realeza, me eligieron a mí como principal jefe del mundo vampiro. Mi hermana hizo muchas cosas para que yo cayera, pero no se le dió. Quería todo lo que yo quería. Reconozco que soy sádico, impulsivo y un asesino nato, pero por ti estoy dispuesto a cambiar, a darte lo que sea.- conectamos miradas.- haré lo que quieras.- murmuró.

En sus ojos había fuego, un fuego domable, un fuego hermoso.

-no puedo.- susurré.- no puedo amarte.- empuña los ojos y eché mi cabeza hacia  atrás. -eres una persona hermosa, pero no puedo hacerlo.- susurré destruida y cada vez más iba rompiendo en llanto por estas cosas.

-confieso que me enamore de ti.- murmuró y miró el piso con un semblante de tristeza en su rostro. No sabía que cara poner o si simplemente, llorar en ese mismo instante. Estoy destrozada completamente.- pero soy egoísta. Siempre lo he sido, siempre pienso en mí, en mí y en mi.- suspiró.- no dejé que tú decidieras.- murmuró y me miro.

-eres hermoso y cualquier chica te amaría con toda su alma pero es imposible amarte para mí. Siempre veré los que me has hecho y las cosas que pudieron haber pasado entre tú y yo, pero no.- me negué.- aunque eres una de las cosas más lindas que he conocido, donde muy en el fondo eres tan dulce.- susurré y partí en llanto.- por eso no puedo hacerlo.- murmuré sollozando.

Alce mi vestido sacando la daga de oro. Este la miró y yo la miré también, caminé hacia él y se la tendí.

-no soy lo suficientemente mala para hacerlo, no pude cumplir los deseos de tu hermana.- este alzó su mano, pensando en agarrar o no la daga, pero al fin lo hizo.

Me miró.

-¿por qué no me matas?.- preguntó, yo sonreí tristemente. Alcé mis hombros.

-no te lo mereces.- susurré. Este sonrió triste.

-claro que si.- murmuró  lentamente.- yo nunca seré feliz y nunca lo he sido.- esto me estaba rompiendo el corazón en quinientos pedazos.

Iba a llorar.

Mejor dicho, estoy llorando.

-no digas eso.- Junté mis cejas, mirándolo.

-siempre he matado, he torturado, he hecho cosas malas, no merezco vivir.- ¿de qué habla?.- y me alegra haberte conocido, por que pude amar otra vez.- sonrió y una lágrima salió de su ojo. Miró la daga entre sus manos. -siempre he estado tan solo.- susurró.- es mi destino.

Entonces grité con todas mis fuerzas y corrí hacia él, me hinqué en frente de él. Había agarrado la daga y con toda su paciencia se la había clavado en su pecho. Donde estaba situado el corazón. Sonrió y más lágrimas salieron de sus ojos, sollocé.

-no, no, no.- murmuré negando, ¿cómo pudo hacerlo?. Subió su mano y me acarició la mejilla mientras sonreía. La vida de sus ojos se extinguía con cada segundo que pasaba.

Intenté sacar la daga, pero esta se insertaba más en su pecho. Cerró sus ojos y mientras caía hacia atrás, me tomé el tiempo de llorar en silencio. Le había dado la oportunidad de vivir, no de decidir.

El quería hacerlo, pero yo aun no quería que se fuera. No aún.

Sentí las manos de alguien en mis hombros, miré hacia atrás ante el tacto. Kenya me miró triste.

-ven.-murmuró, yo negué, no quería alejarme de él.- él lo quiso así.- susurró.

-¡pero yo no quería que terminara así!.- grité y el llanto empezó a apoderarse de mi de nuevo.

-ya puedes irte, Jo.- musitó. Pero ni siquiera me inmute, me quedé en el mismo lugar lamentando esto. Siento que es mi culpa.

 Siento que es mi culpa

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