Sentada en la fría sala de espera de la Oficina del Estado no podía dejar de dar vueltas a lo que se me venía encima. Me preguntaba una y otra vez si toda mi vida iba a ser una sucesión de niveles y obligaciones en los que otra gente iba a decidir por mí quién debía ser y qué debía hacer.
No sabía si estaba siendo egoísta o si simplemente había algo mal en mí. Muchos hubieran estado encantados con el deber de ser Orientadores. En cierto modo era una forma de añadir prestigio y puntos a nuestro expediente, y que a la larga se traducía en pequeñas facilidades como añadir sobres de alimento extra o un nuevo uniforme al año. También contabilizaba en la asignación de nuestros futuros trabajos como Adulto: a más puntuación, mejor posición.
Recordé vagamente la última visita que había hecho a aquellas oficinas. Acababa de cumplir los cinco años de edad cuando me actualizaron al programa Junior y me asignaron a la Comunidad 684. Hasta que llegaba ese momento, se nos criaba de forma común en los Centros de Crecimiento del Estado. Eran una especie de granjas en donde, no solo se concebían niños de forma artificial, sino que además se criaban hasta que se consideraban lo suficientemente mayores para poder formar parte de una comunidad.
Creo que si realmente recordaba algo, era por los videos de propaganda y documentales que se retransmitían continuamente por toda la ciudad. A estas alturas no sabía si mis recuerdos eran verdaderos, o se habían adaptado a lo que había visto miles de veces: grandes y espaciosas aulas llenas de niños correteando y realizando actividades sin parar, mientras un batallón de funcionarios con batas blancas tomaba cuidadosamente notas en sus cuadernos. Las paredes siempre cubiertas de espejos dando mayor amplitud a la sala, y tras las que debía haber más funcionarios observando cómo los niños se relacionaban y jugaban.
Los niños con mayor capacidad resolutiva, o que resultaban ser líderes innatos en el juego, no pasaban desapercibidos. Al Estado le interesaba que esos pequeños líderes fueran estimulados al máximo para sacar de ellos el mayor beneficio posible en un futuro. Eso sí, estimulados según las doctrinas del Estado: obediencia, disciplina y trabajo. Una vez salían del Centro de Crecimiento los distribuían estratégicamente en el Foro, asignándolos a grupos en los que pudieran seguir destacando y en donde pudieran competir con otros alumnos igual de superiores que ellos. De esos grupos nacerían los futuros líderes del mañana.
Por descontado, yo no debía estar en uno de esos grupos de élite... Dreo estaba en mi grupo clase, así que aunque mis calificaciones no estaban nada mal, el Estado no debió considerarme una de las más inteligentes de mi promoción.
Maldito Dreo. ¿Por qué aparecía de nuevo en mi cabeza?
Miré por la ventana para distraerme un poco. Un alumbrado tenue y tristón intentaba dar algo de vida, sin mucho éxito, a las calles de la ciudad. Calles perfectamente cuadriculadas con hileras interminables de edificios altos y grisáceos. Parecían enormes cajas de zapatos. En ellos vivían centenares de familias como la mía. Al fondo, las luces del Foro. Era realmente hermoso visto desde fuera. Era el único elemento que rompía con la monotonía de aquel paisaje. De forma ovalada y cubierto de preciosas cristaleras azuladas que reflejaban el brillo de las farolas. Sin duda se notaba que el Estado estaba orgulloso de su más preciada instalación, incluso se habían esforzado últimamente y había colocado reproducciones de árboles y césped artificial en los alrededores. Supongo que eso debía ser lo más cercano a lo que debían ser las ciudades del antiguo mundo.
Me sentía inquieta y me revolví en el asiento.
Miré el reloj. En breve me llamarían. Se me aceleró el corazón y me empezaron a sudar las manos al ver que la secretaria se levantaba de la mesa de recepción. Llevaba un uniforme gris, casi tan recto como su sonrisa.
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Crónicas de Ingea Volumen 1
Science FictionTras ser arrasada y agotar todos los recursos naturales, el único modo de sobrevivir a las duras condiciones de vida de la superficie, ha sido desterrar la maltrecha civilización restante bajo tierra. Los habitantes de Ingea, una ciudad modélica que...