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- Felicidades – me susurró una voz familiar al oído.

- Gracias Dreo. ¿Por fin hemos dejado de evitarnos?

Sonrió echándose el pelo para atrás con una mano.

- Te gustas demasiado – le dije mientras cerraba mi taquilla.

- ¿Y qué tiene de malo? – preguntó encogiéndose de hombros.

- Que te mira todo el mundo.

Le señalé el grupito de chicas que teníamos en frente. Los pasillos del Foro no eran el mejor sitio para pavonearse.

Dreo las saludó con la mano y ellas salieron huyendo entre indignadas y avergonzadas.

- Ahí te has pasado.

Me tuve que morder la mejilla para no reírme.

Resopló como si todo le diera igual y se apoyó en las taquillas. Nos quedamos mirando sin saber qué decirnos, aunque en realidad yo sabía lo que quería preguntarle desde hacía semanas.

- ¿Estás mejor?

Asintió, pero estaba segura que seguía luchando contra aquel recuerdo.

- ¿Y tú?

Parecía incluso interesado.

- Algo mejor... tampoco he tenido mucho tiempo para volver a pensar sobre todo esto.

- Me lo imagino – hizo una pausa. - He tenido suerte, otro chico de mi comunidad se inició como Orientador hace apenas unos meses. Si no hubiera sido así, ahora estaría en la misma situación que tú. Y te puedo asegurar que sería terrible gestionando la casa.

- No lo dudo – reí.

Me dio un pequeño empujón y noté que me había puesto nerviosa. Me recoloqué y cambié de tema.

- Aún se lo tengo que decir a Simone... aunque seguramente ya estará al corriente. Tengo hora con él en breve.

Miré el enorme reloj que presidía el pasillo.

- Simone está al día de todo – sonrió levemente – yo también me tengo que ir. Nos vemos por aquí.

Me despedí con la mano y me dirigí a la zona de despachos de los Guías.

Algunos chicos esperaban pacientes en las puertas para ser atendidos. A lado y lado del pasillo, una puerta tras otra, todas iguales con diferente número. El despacho de Simone era de los últimos. Caminé por el angosto pasillo hasta que dejé atrás el murmullo de estudiantes. No entendía por qué aquella zona se veía un poco más dejada que el resto. El fluorescente del techo guiñaba un poco y el color de las paredes era más amarillento. Debían cuidar los espacios más transitados. Pura apariencia.

Me senté en la única silla que había justo delante de la puerta que, por cierto, estaba coja. Llegaba un poco antes de la hora y no quería molestar. Tomé aire lentamente, aunque de poco servía. Qué calor. El número del despacho de Simone había sido arrancado, pero aún se veía la marca del 145.

Me puse a ojear las lecciones en el pequeño panel portátil para hacer tiempo.

Nada más encenderlo, una luz verde saltó en la pantalla de inicio. Deslicé el icono para ver de qué se trataba.

Un mensaje.

Algo extrañó, ya que no solía recibir mensajes de nadie. Lo abrí expectante y no pude evitar un gesto de sorpresa.

Crónicas de Ingea                             Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora