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Las noticias llegaban con cuentagotas.

Habían arrasado medio Nivel 2 y gran parte del Nivel 3. La Jauría no se andaba con tonterías. Habían entrado en las comunidades señaladas por el Estado como rebeldes y habían acabado con ellas. Bastaba con sospechar de un solo miembro para que el resto cayera con él.

A esas alturas, había oído de todo sobre sus métodos. Los supervivientes rebeldes que llegaban al Cero, contaban lo que habían visto y vivido, lo que permitía hacernos una idea general del panorama en Ingea: desde el uso de gases letales en la calle, tiros a bocajarro en edificios públicos, torturas llevadas a cabo en comunidades vacías... Todo valía para el Estado.

El Nivel 1 había sido sellado y aislado, y tan solo se permitía la entrada de Hijos del Estado bajo extrema vigilancia. Los biológicos tenían orden de denunciar cualquier comportamiento inadecuado que observasen, lo cual era peligroso, ya que les daba plena potestad sobre la vida de los Hijos del Estado.

No sabía nada de mi comunidad, nadie había podido aportarme un solo dato. Todo era confuso para los que conseguían llegar al Cero, y la gran mayoría de los que lo conseguían, eran del Nivel 3.

Gracias a un grupo de muchachos recién llegados, obtuve cierta información sobre la incursión de los rebeldes a la Matriz. Lo que no nos había dicho nadie, era que habían detenido a todos los miembros de la operación menos a dos de ellos. Por lo visto, habían conseguido escapar con mucha dificultad. Todavía se encontraban ingresados en el hospital en un estado muy crítico. Ni siquiera estaban seguros de que pudieran recuperarse.

Yo no hacía más que pensar si todo ese gasto humano estaba valiendo la pena.

Por mi parte, llevaba en el Cero unos pocos días en los que apenas había querido salir de los apartamentos que habían habilitado especialmente para nosotros.

Un apartamento solo para mí. No me lo creía. ¿Podía existir sensación más rara y gratificante a la vez?

Nos habían ubicado en un edificio bastante alto, al que le faltaban algunas paredes, e incluso varios tramos de escalera, pero era fuerte y estable. Había escogido el apartamento con mejores vistas, ya que la sala de estar quedaba completamente abierta a la ciudad, la fachada se había derrumbado. Desde ahí contemplaba la ciudad. Siempre me había maravillado ver a las personitas yendo y viniendo y, en el Cero, podía ser a cualquier hora. Era tan fácil como sentarse con los pies colgando al vacío y dejarme llevar.

Podía pasarme horas.

Cuando veía un nuevo grupo de recién llegados, bajaba a toda prisa para que me informaran de las novedades, y acto seguido, volvía a refugiarme a varios metros del suelo.

También me habían proporcionado una caja con sobres de distintas comunidades. Hoy tocaba la 827. Cada vez que abría uno, no podía evitar preguntarme qué habría sido de ellos y si, realmente, habían dejado de necesitarlos.

Dreo, sorprendentemente, se había instalado en el apartamento de al lado. Estaba muy pendiente de mí, y solía visitarme por las mañanas y antes de cenar y, aunque yo no tenía muchas ganas de hablar con nadie, agradecía sus visitas. Me contaba las últimas novedades y cotilleos del Cero. Una de las cosas que más me inquietaba, era que había rebeldes que estaban a punto de completar su entrenamiento.

Por otro lado, echaba de menos alguna noticia sobre Lucas. No sabía si había conseguido recuperarse, o si había muerto. Me bloqueaba tanto ese tema que no me veía con fuerzas de preguntar.

Tras el séptimo día de reclusión, y de forma espontánea, decidí salir a dar un paseo por la ciudad. Supongo que finalmente había aceptado que aquella era mi nueva realidad, al menos durante las siguientes semanas o, tal vez, meses. Por fin me había convertido en una más de esas personitas que caminaban libremente por la calle.

Crónicas de Ingea                             Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora