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Sus ojos, que solían ser tan expresivos, parecían apagados y me miraban fijamente. No lograba descifrar su rostro.

- ¿Rhia? – pregunté temblorosa.

Mi cerebro me debía estar jugando una mala pasada, no podía ser real.

- ¿Qué haces aquí?

Me tendió una pálida mano, era como si quisiera que la acompañara a algún lugar. Me acerqué con cautela y la observé con detenimiento. Parecía ella pero había algo que no cuadraba.

Por fin habló.

- Ven conmigo... y todo será como antes.

Parecía su voz.

- ¿A qué te refieres? – pregunté extrañada - ¿Dónde quieres que vaya?

- A Ingea – respondió robóticamente.

- No podemos volver a Ingea, pequeña... nuestro hogar ya no existe.

- Tenemos la oportunidad de recuperarlo, pero tienes que venir conmigo – insistió una vez más.

No me la creía, se estaban metiendo en mi cabeza.

- Volveremos a la comunidad, volverás a ver a los chicos de la casa, volveremos al Foro y a las rutinas... Es lo que has estado deseando desde que has llegado aquí.

Me quedé en silencio unos segundos y medité sobre aquella vuelta a la normalidad que me ofrecía. Lo decía como si volver a Ingea fuera algo valioso para mí, algo que en el fondo deseaba pero no era capaz de reconocer.

Aspiré profundamente. Solo había un modo de saber si era real o no.

- ¿Dónde guardaste el pasador de pelo que te di?

Intenté que no temblara la voz.

- Tal vez me lo podrías volver a dejar – sonreí.

Me miró sin inmutarse y tardó un largo minuto en contestar.

- En mi habitación – contestó tendiéndome la mano.

Era muy insistente.

- Muy bien Rhía – dije apretando los labios.

Las lágrimas no tardaron en asomar, noté como rodaban por mi mejilla. Me alejé poco a poco de la niña, sin perderla de vista, intentando memorizar cada detalle de su físico. Quién sabe si volvería a verla.

- Lo siento, no puedo – dije con la voz entrecortada. – Adiós Rhía.

Me pareció ver, durante un microsegundo, un ligero parpadeo a su alrededor, como si se tratara de una burda proyección.

La niña no se inmutó, no sonrió, ni siquiera hizo una mueca. Simplemente se quedó allí de pie, mientras aquel polvillo que se había levantado tras mí caída, se volvía a levantar solo, y me daba sueño, y todo se volvía borroso.

Acto seguido todo se volvió negro.

Voces lejanas querían despertarme, me molestaban y entorpecían aquel sueño reparador. Me revolví inquieta pero no me pude liberar de ellas. Un dolor intenso se apoderó del lado izquierdo de mi cabeza y me hizo volver a la realidad. Abrí los ojos, que pesaban como nunca, y me encontré en los brazos de Lucas. Estaba rodeado de Daniel y de Sarah, que me miraban preocupados. Había mucha más luz de la que recordaba, a pesar de que seguía dentro de la caseta.

Toqué la cara de Lucas como si no me creyera que realmente estuviera ahí.

- ¿Lucas? – murmuré - ¿Eres tú de verdad? ¿No eres una alucinación?

Crónicas de Ingea                             Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora