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Llevábamos una hora caminando cuando empezó a hacer un sol de justicia. El calor de la selva era húmedo y sofocante, y las gotas de sudor empezaron a rodar por nuestra cara.

En esos instantes, echaba de menos el refrescante aguacero que habíamos vivido a nuestra llegada. Desde el Cero, Diana o quien fuera, nos pensaba fastidiar lo máximo posible.

Daniel y Dreo estaban muertos de hambre, y así nos lo anunciaban cada cuarto de hora. Cuando querían, eran insufribles. Jon, por otro lado, era mucho más comedido, y continuaba en su línea, reservado, callado y prudente. Mantenía muchos rasgos propios de los Hijos del Estado, pero era muy buen observador y tenía una gran capacidad de análisis.

Hicimos una breve parada para beber el agua que había quedado estancada tras la lluvia en las enormes hojas tropicales. Por lo menos, no moriríamos deshidratados.

Debíamos estar a menos de un kilómetro de nuestra primera llave. Contemplamos el mapa por enésima vez y comprobamos con sorpresa que, el otro punto azul y el punto rojo, se encontraban en el mismo emplazamiento. Por alguna razón que no comprendíamos, ambos se habían lanzado a por la misma llave.

- ¿Por qué no habrán ido a por otra? – pregunté extrañada.

- Era la más cercana – señaló Dreo – tal vez pensaron que podrían ser los primeros en llegar. Quién sabe... - dijo encogiéndose de hombros.

No entendía la estrategia que habían seguido y me preocupaba el enfrentamiento, no sabíamos nada sobre el equipo rival.

- Será mejor que nos centráramos en nuestro grupo – comentó Jon – no podemos hacer nada por ellos ahora mismo. Si nos damos prisa, podremos alcanzar nuestra primera llave. Hay que ir ganando terreno.

Todos asentimos, aunque no podía dejar de pensar en lo que debía estar ocurriendo.

- Si no me equivoco – prosiguió Jon – debemos estar a punto de llegar.

Avanzamos unos metros más y nos dimos cuenta que el camino se había ido ensanchando. Avistamos un claro a pocos metros y apretamos el paso, queríamos descubrir qué era lo que nos aguardaba aquel pedazo de jungla.

El corazón se me aceleraba por momentos.

El claro se abrió y contemplamos la gran explanada de tierra. Era circular y despoblada de vegetación, con lo que quedábamos completamente expuestos y sin árboles entre los que resguardarnos. En el centro, una montaña de tierra vertical, de más de dos metros se alzaba fuerte y bien construida.

La observamos en silencio.

- Hay algo suspendido encima – señaló Jon.

Era un objeto pequeño y redondo.

- Parece la llave – dijo Dreo – habrá que cogerla.

Con cautela, se encaminó hacia el centro del claro.

- ¡Vigila! – le advertí nerviosa.

Observé los alrededores, pendiente de cualquier ruido o movimiento que indicase la presencia de algún animal.

Daniel me hizo un gesto tranquilizador y siguió a Dreo de cerca, guardándole las espaldas.

Jon y yo nos mantuvimos en los alrededores.

- Sí... es la llave –confirmó Dreo poniendo un pie en el montón de tierra y acercándose a ella – tiene muescas en uno de sus lados. Supongo que habrá que encajarlas en algún sitio de este maldito lugar.

Crónicas de Ingea                             Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora