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Lena nos llevó al primer departamento.

- Podéis empezar por lo más básico. Entrenamiento cardiovascular – dijo señalando unas largas cintas que servían para correr – y resistencia.

Me puse a temblar al ver las pesas.

- En todo momento vais a estar monitorizados y se os van a controlar las constantes. Como no podemos usar vuestro dedo índice, necesitamos ir recopilando vuestra información física para meterla en el sistema.

No había caído en la cuenta de que mi dedo índice no debía funcionar en esa ciudad.

- Tampoco lo hubiera podido usar – bromeó Daniel mostrando su falange seccionada.

- Qué bestia – murmuró Sarah – ¿Por qué algunos no tenéis dedo índice?

Por lo visto no era la única que se había dado cuenta.

- Fuimos de los primeros en instalarnos en el Cero y el estado trató de rastrearnos. Para evitar problemas, decidimos cortar por lo sano. Fue una medida práctica. Después de eso, muchos Hijos del Estado del Nivel 3 decidieron cortarse el dedo índice como rechazo a Ingea.

Estaban como cabras. Daniel parecía orgulloso, pero a mí la idea no me hacía mucha gracia.

- ¿Nos pueden rastrear? – preguntó Nai sorprendida.

- Ya no, chicos – aclaró rápidamente Lena – nadie os va a rastrear. Por suerte hemos podido eliminar la señal de vuestros dispositivos con total eficacia.

Respiramos aliviados.

- Lo que sí que os pediremos, es que llevéis siempre estos brazaletes. Servirán para gestionar vuestros perfiles y para que podáis seguir vuestra evolución.

Eran finos y de metal, y tenían una pantalla esférica que se encontraba apagada.

- Indicarán en cada momento en qué fase del entrenamiento os encontráis. Ahora están apagados porque aún estáis en el punto de partida. Cuando consigáis superar este departamento, la primera de las casillas se iluminará, y así sucesivamente, hasta que consigáis llegar y superar la Nave. Entonces se iluminará por completo.

Nos lo colocamos obedientemente. Conectamos nuestras constantes para completar los estudios biométricos e iniciamos los ejercicios.

Toda una jornada corriendo, saltando y realizando ejercicios diversos. Por un momento pensé que iba a echar el estómago por la boca. De hecho me pareció distinguir por el rabillo del ojo al pobre Isaac echando el desayuno en un rincón.

A pesar de que el traje regulaba nuestra temperatura corporal, notaba un intenso calor que se propagaba por toda mi musculatura.

Mis compañeros no eran una excepción, rojos por el esfuerzo, resoplando, poco a poco iban llegando a los mínimos exigidos para la siguiente prueba del circuito. Así hasta que todos superamos un primer día que había puesto a prueba nuestra resistencia e hizo que nuestro brazalete se iluminara por primera vez.

Poco a poco fuimos abandonando la sala de entrenamiento.

En esos momentos, a pesar de estar muerta de cansancio, me sentía llena de fuerza y de optimismo. Tenía ganas de seguir entrenando y de aprender más.

La Jauría se podía ir preparando.

Crónicas de Ingea                             Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora