¿Salida a dónde?
Aunque tampoco importaba. A esas alturas no temíamos lo que pudiera esconder ese cartel.
Accedimos despacio, como si fuéramos a cámara lenta, primero poniendo un pie y después el otro, por lo que pudiera ocurrir.
Pero no pasó nada. Ninguna alarma, ningún ruido.
Lo que más llamaba la atención, era la limpieza y el cuidado del túnel, que parecía indicar que a pesar de estar tan escondido, era usado con frecuencia.
Avanzamos unos pasos, y al lado del cartel de Salida, una puerta doble de metal. Apenas se apreciaba y se confundía con la propia pared.
Pasé las manos por las dos hojas y por último acaricié la hendidura entra las puertas.
Estaba cerrada.
Miré a Dreo con gesto interrogativo, pero él, con los ojos brillantes de la emoción, parecía haberse dado cuenta de algo.
- Es un ascensor.
Señaló un fino relieve redondeado y con pinta de ser un botón.
- Tal vez lleva de vuelta a las plantas de abajo – sugerí.
- ¿Y por qué está escondido? Nada más salir de las oficinas tienen dos ascensores más. No tiene sentido.
No, no lo tenía, pero cualquier explicación que se me ocurría, parecía descabellada.
Nos quedamos mirando fijamente el botón.
- Apriétalo – dije con firmeza.
- Adia... ¿Me oyes?
La voz de Diana resonó en la estancia metálica.
La ignoré.
- Adia, responde.
Dreo miró de nuevo el cartel luminoso de SALIDA y sin pensarlo un segundo, pulsó el botón.
El sudor le empapaba el pelo y varias gotas le rodaban por la sien.
Podía escuchar mi corazón latiendo a toda velocidad.
Pero no ocurrió nada.
Tras varios segundos, me miró serio y apretó los labios visiblemente desilusionado.
Suspiré y rescaté el pinganillo para colocármelo con la resignación del perdedor.
Habíamos llegado tan lejos...
Dreo detuvo mi mano a medio camino.
- Escucha... - susurró.
Era ruido de maquinaria, lenta y pesada. La maquinaria de un ascensor.
Diana, a esas alturas, estaba profiriendo una docena de palabras malsonantes.
Solté el pinganillo e indiqué a Dreo que mantuviéramos cierta distancia de las puertas.
Fueron los segundos más largos de mi vida, incluso me planteé que pudieran ser los últimos ¿Y si de repente aparecía la Jauría?
Un suave timbre indicó que el ascensor acababa de llegar y las puertas se abrieron con solemnidad.
Silencio.
Fui la primera en asomarme, no podía esperar más. Era sobrio por dentro, de metal y con unas ventanas a la altura de nuestras cabezas. Tan solo constaba de un botón idéntico al de afuera.
Entramos.
Por las ventanas solo se veía pared metálica, con lo que no terminaba de entender la función de las ventanas.
Escuché voces proviniendo del exterior. Seguramente los chicos habían accedido al edificio y estaban realizando el mismo camino que nosotros.
- Hemos llegado hasta aquí por algo – dijo Dreo.
El zumbido del pinganillo me estaba poniendo de los nervios. Me lo arranqué y lo tiré al suelo.
Teníamos que hacerlo ya, de lo contrario, los rebeldes tomarían el lugar y quién sabe si nos íbamos a poder encontrar en esa misma situación.
Inspiré profundamente y apreté el botón.
Me dio tiempo a ver la silueta de alguien asomándose entre las pantallas rotas y de escuchar nuestros nombres.
El ascensor, que tanto había tardado en llegar, aceleró en décimas de segundo en dirección al techo.
Temí que nos estrellásemos contra algo, pero no fue así. Salimos de la cúpula, expulsados casi a reacción. A través de las ventanas pudimos ver el cielo de Ingea, y cómo los edificios cada vez se volvían más pequeños. Me agarré fuertemente, apoyándome entre las dos paredes y miré a Dreo, que se encontraba absorto siguiendo la trayectoria de la caja metálica.
No nos sujetaba ninguna cuerda, simplemente volábamos como si de una pequeña cápsula se tratara, hacia algún emplazamiento desconocido.
Y de repente, con toda la delicadeza del mundo, nos detuvimos.
Por las ventanas solo se veía el cielo abovedado de Ingea, mucho más evidente desde nuestra posición.
- ¿Y ahora qué? – pregunté.
El ascensor recuperó la lentitud del inicio y ascendió con suavidad. Las ventanas se volvieron a teñir del color del metal y nos detuvimos.
El timbre sonó, indicando que acabábamos de llegar a nuestro destino.
Las puertas se abrieron y una luz blanca, penetrante y que brillaba con una intensidad que nunca antes habíamos contemplado, nos cegó durante unos instantes. Me cubrí el rostro, esperando que aquella sensación pasara lo más rápido posible.
Me asusté al pensar que tal vez pudiera ser una trampa y que Diana tan solo había querido avisarnos.
Dreo me cogió de la mano instintivamente.
Salimos del ascensor a tientas y temblando.
Un golpe de aire nos azotó y noté que los pulmones se me llenaban de un aire caliente y extraño. Hacía mucho calor.
Escuché la puerta cerrándose detrás de nosotros.
Poco a poco me destapé el rostro.
Empezaba a enfocar las imágenes, borrosas, aunque aún me dolían los ojos.
- ¿Dónde estamos?
No podía estar más confundida.
Vi que Dreo miraba atónito el paisaje que nos rodeaba.
- Estamos fuera Adia... estamos en la superficie.
El ascensor se cerró a nuestras espaldas y desapareció por el mismo sitio por el que había llegado
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Crónicas de Ingea Volumen 1
Science FictionTras ser arrasada y agotar todos los recursos naturales, el único modo de sobrevivir a las duras condiciones de vida de la superficie, ha sido desterrar la maltrecha civilización restante bajo tierra. Los habitantes de Ingea, una ciudad modélica que...