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Lucas no me había dado muchas opciones.

Mañana a las 17h.

Y a continuación, una dirección que se debía corresponder con algún edificio del Nivel 1. No podía consultar el lugar en el que se encontraba, ya que no disponíamos de mapas de esa zona, aunque había tenido el detalle de tramitarme el permiso para poder acceder al Nivel 1.

Y allí me encontraba, pasando la frontera entre niveles, como si fuera una extranjera en mi propia ciudad. Tras hacer cola, los agentes de seguridad comprobaron que el pase estuviera en orden, y tras registrar en la base de datos el lugar al que me dirigía, me dejaron entrar sin problemas.

Apenas me había dado tiempo a pensar cómo narices iba a encontrar la dirección, cuando un lujoso vehículo negro con cristales tintados, se detenía y abría la puerta delante de mí.

Me quedé estupefacta.

Miré el interior y vi que no había nadie.

Una voz mecánica me sobresaltó.

Señorita Adia, bienvenida, en breve la dejaremos en su destino.

Miré a todos lados como si la cosa siguiera sin ir conmigo, y finalmente me decidí a subir.

Los asientos crujieron bajo mi peso. Una mampara negra me separaba del conductor, si es que lo había.

Sabiendo que no podía verme nadie, me pegué al cristal y me dispuse a fijar en la memoria aquel lugar. Pasamos por parques y más parques, todos artificiales, claro, en los que incluso llegué a ver a niños jugando.

Qué diferente era todo. Había zonas para practicar deporte y para pasar el tiempo en familia.

Finalmente torcimos por una calle y nos metimos en el centro financiero.

El cerebro de Ingea.

Edificios de cristal, delicados a la vista, componían un paisaje bello y frío a lado y lado de la avenida. Una mezcla de Hijos del Estado con ciudadanos biológicos salía de ellos. Muchos, camino de sus casas en el Nivel 2, y otros, camino de sus residencias en las acomodadas urbanizaciones del Nivel 1.

Era una mezcla a la que no estaba acostumbrada, aunque su actitud sí me resultaba familiar: nadie miraba a nadie.

El vehículo se detuvo suavemente.

Su destino queda a la derecha.

Descendí desorientada.

La dirección que me había dado correspondía a la de unas oficinas, por lo que, supuse, debía trabajar ahí.

El edificio era altísimo, empecé a subir con la vista hasta que alcancé a ver el piso más alto.

Allá vamos, me dije haciendo acopio de todo el coraje del que disponía.

Entré en el espacioso vestíbulo y no pude evitar guiñar los ojos, las luces eran cegadoras. Noté el mismo aire fresco que en el museo, por lo que podía respirar profundamente sin ahogarme.

El mensaje de Lucas rezaba planta 52.

Menuda aberración de edificio. Mirase donde mirase solo veía gastos innecesarios. Lo que debía costar mantener una sola de esas lámparas gigantes de diseño que colgaba del techo, seguro que daba para comer a un distrito entero.

Subí en uno de los enormes ascensores y busqué el piso 52.

Qué sorpresa, pensé poniendo los ojos en blanco, su despacho estaba en el ático. Por lo menos tendrá buenas vistas.

Crónicas de Ingea                             Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora