22

29 9 0
                                    

Dreo cargó con Lucas como pudo. A pesar de que no era tan alto como él, estaba más fuerte de lo que pensaba y pudo levantarlo. Le ayudé pasando uno de los brazos por detrás de mis hombros, aligerándole la carga.

Le sacamos del cuartucho y le apoyamos contra la pared. Lo recompusimos como pudimos. Dreo terminó de romperle la camisa y se la ajustó haciéndole un pequeño torniquete en la herida que más sangraba.

Seguía sin dar señales de conciencia.

En aquel instante me di cuenta que nuestras propias ropas parduzcas se habían teñido de un rojo brillante. Sentía que estaba a punto de desmayarme, pero por fortuna, Dreo tenía la suficiente sangre fría como para dirigir la operación.

- Las coordenadas marcan un punto cercano al museo, en el límite de la ciudad.

Observó los alrededores, sopesando nuestras posibilidades. Cuando pareció tenerlo claro, me hizo una seña para que cargara con Lucas de nuevo.

- ¿Sabes hacia dónde te diriges? – pregunté confundida.

Aunque parecía confiado, el peso de Lucas era considerable y no quería malgastar fuerzas en vano.

Asintió en silencio.

Rodeamos el museo hasta la parte posterior, atravesamos un falso jardín y llegamos a la parte trasera, donde se encontraban los contenedores.

Dreo los miró de reojo.

- Aquí nos encontramos de nuevo – dijo con sorna – espero que al menos este pazguato consiga vivir.

Me dieron ganas de echarle una reprimenda, pero me contuve. Sabía que aquel lugar le traía recuerdos horribles.

- Hay que avanzar un poco más – dijo mirando el espesor de los árboles que disimulaban los límites de la ciudad.

Nunca me había acercado tanto a las paredes de Ingea.

Me sentía agotada, y cada segundo que pasaba parecía que me fuera a desplomar.

Avanzamos hasta meternos de lleno en el bosque, un punto muerto en el que no transitaba nadie. Al cabo de lo que me parecieron horas, se abrió un claro.

- ¡Una caseta! – exclamé al ver la pequeña edificación de una única planta. – Parece de mantenimiento.

- Es lo único que hay en los alrededores. Las coordenadas marcan este punto... así que debe ser aquí.

Nos acercamos cautelosos, en silencio, mirando a todos lados.

Dejamos con cuidado a Lucas en el suelo. Me acerqué a la puerta de entrada y tiré de la gruesa cadena de la que colgaba un enorme candado. Estaba cerrado. Las ventanas estaban apuntaladas, y las paredes medio resquebrajadas. Hacía siglos que no entraba nadie.

Dreo se acercó a la desvencijada escalera de emergencias. Estaba precintada y se veía completamente en desuso.

- Debe haber algo que nos estemos perdiendo – murmuró.

Tiró de la escalera pero no se movió del sitio, aunque sí soltó un quejido lastimero. Palpó las paredes buscando algo poco habitual pero tampoco tuvo éxito.

- Tal vez deberías colaborar ¿No crees?

Me miró con el ceño fruncido.

- No sufras, no se va a mover de ahí.

No tenía ganas de discutir, así que me puse a bordear la pared inspeccionando la caseta.

Vi que Dreo se agachaba extrañado y empezaba a remover el césped con el pie.

Crónicas de Ingea                             Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora