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Eran las seis de la mañana y, por primera vez en mucho tiempo, había conseguido dormir del tirón. No sabía a qué se debía, pero me notaba descansada.

En la cocina me habían dejado una nueva caja con alimentos. Me extrañé, ya que aún me quedaban sobres para varias semanas más.

Solté una exclamación al ver el contenido.

En su interior diferentes tipos de fruta, pan y cereales de verdad. Todo un tesoro. Me preguntaba de dónde lo habrían sacado. Una nota escrita a mano rezaba:

Energía extra para el entrenamiento.

Tendría que comer poco a poco. Recordé la primera, y última vez, que había probado los dulces en el despacho de Lucas, y cómo posteriormente me habían dado algunas molestias en el estómago. No estábamos acostumbrados a digerir alimentos.

Me recreé en los diferentes sabores y texturas. Esperaba que la nueva dieta se notara en el entrenamiento.

Me probé el mono azul, que resultó ser tan cómodo como aparentaba, y me calcé las deportivas. Al mirarme en el espejo, me di cuenta que en el pecho llevaba bordado mi nombre en un precioso color dorado. Justo debajo, un pequeño símbolo, dos redondas concéntricas, que había empezado a ver en los balcones de un montón de edificios, el escudo del Cero. Lo acaricié con los dedos y no pude evitar sonreír.

Miré la silla donde descansaban mis ropas parduzcas. Aún debía pensar qué hacer con ellas.

Unos nudillos golpearon la puerta.

Era Dreo, puntual y con una enorme sonrisa en la cara.

- Te ha sentado bien el desayuno – bromeé.

- Mejor de lo que esperaba.

Se tiró el pelo para atrás. Me di cuenta que al no habérselo cortado en todos esos días le había crecido un montón y se le rizaba más de lo habitual.

No le quedaba mal.

- ¿Nerviosa?

- Un poco... no te voy a mentir. No sé si podré cumplir con las expectativas de Simone.

- Lo harás bien. Yo también estoy nervioso – reconoció.

- No lo parece. Disimulas mejor que yo.

El día anterior apenas había parpadeado al ver las instalaciones. Costaba creer que pudiera sentirse nervioso.

Como venía siendo tradición, antes siquiera de haber traspasado el umbral de la puerta, me soltó una de la suyas.

- Hoy volverás a ver al delgaducho.

Hizo un gesto con las cejas que no me gustó.

Le miré con odio.

- Esto – dije señalándonos - iba demasiado bien como para ser verdad.

Dreo rió.

- No te enfades. Con lo que nos costó traerlo hasta aquí... deseaba que al menos el esfuerzo no hubiera sido en vano.

Decidí rebajar el tono.

- No te di las gracias. – dije sincera – No tenías por qué haberme... haberle ayudado – corregí - y aun así lo hiciste. Yo no hubiera podido manejar la situación la mitad de bien que tú lo hiciste, y encima te la jugaste con Simone.

Dreo hizo un ademán como queriéndole quitar importancia.

- Si realmente me hubiera parado a pensar lo que estábamos haciendo no creo que hubiera podido mover un solo músculo – reconoció.

Crónicas de Ingea                             Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora