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Se me cerraban los ojos en clase.

Tan solo esperaba que Simone no se sintiera ofendido en caso de verme dando cabezazos. La culpa era de las noches tan calurosas que estábamos pasando y que no nos permitían dormir más de dos horas seguidas.

El tema del día, muy conveniente, la gestión de recursos en Ingea. Aterricé de nuevo tras oír la última pregunta que acababa de lanzar a la clase.

- ¿Creéis que nuestra alimentación, ropa, enseres personales, tecnología... se gestionan de un modo equitativo?

Simone pisando terreno resbaladizo.

- ¿Todos los niveles reciben la misma ayuda? ¿O tal vez creéis que podríamos obtener las ventajas que poseen los miembros de otros niveles?

Se hizo un tenso silencio en el aula.

Miré a los alumnos intentando descifrar sus caras, pero no sabía si estaban pensando la respuesta, o si se les habían cortocircuitado las neuronas.

Una valiente levantó la mano.

Me eché hacia delante para verla mejor.

- Claro que sí – respondió con seguridad – es obvio que los alimentos llegan a todos los niveles. Todos los días tenemos algo que llevarnos a la boca. El Estado cubre nuestras necesidades y cuida de nosotros por igual.

Ella sí que me parecía obvia. Bueno, más bien predecible.

Simone asintió sin decir nada. Su cara no transmitía ni acuerdo no desacuerdo.

Dio paso a otra mano levantada, esta vez, un chico.

- Opino igual. Ingea nos da a todos la oportunidad de tener nuestro lugar, todos tenemos trabajo y un techo bajo el que dormir, seamos del nivel que seamos.

Supuestamente, las intervenciones son para intercambiar distintos puntos de vista, pensé con ironía.

Simone volvió a la carga.

- Entonces... ¿Eso significa que todos disfrutamos de las mismas comodidades? ¿Vivimos igual que alguien del Nivel 1? ¿O que una familia biológica?

Todo el mundo asintió en bloque.

- Muy bien – finalizó dirigiéndome una mirada furtiva – tras esta... reflexión – aclaró con una ligera ironía - os dejo apuntadas las tareas para mañana.

Se dio la vuelta y empezó a escribir con rapidez.

En este preciso instante sonó el timbre que indicaba el final de las clases. Todo el mundo empezó a recoger animadamente. Se notaba que era última hora del día, ya que los alumnos parecían tener algo de prisa por llegar a sus comunidades.

Simone me localizó entre el tumulto y me hizo una seña para que me esperara.

Cuando el último alumno salió del aula, me acerqué sonriendo.

- Buen intento – bromeé.

- Llevo una hora explicando las diferencias entre cada nivel, y he dejado caer de manera explícita las comodidades y las penurias que nos diferencian. Y no se han quedado con nada. No sé ni para qué hacemos clase. Sólo saben repetir lo mismo una y otra vez.

- He estado a punto de levantar la mano – reí.

- Me alegra que no lo hayas hecho - dijo resignado - acompáñame al despacho – añadió cargando con un par de cajas llenas de papeles.

Crónicas de Ingea                             Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora