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Llevaba una hora con los ojos clavados en el techo. Ya no sabía cómo ponerme y el colchón me parecía más duro que nunca, pero no quería levantarme y hacer enfadar de nuevo a Álex.

Cerré los ojos por undécima vez y tomé una bocanada de aire que solté poco a poco. De repente, recordé que no había descargado los datos del sobrino del Dr. Anderson. Tanto revuelo y al final ni siquiera sabía cómo se llamaba.

Me incorporé y me puse de rodillas. Activé el pequeño panel en el cabezal de la cama y acerqué mi dedo al lector. Normalmente lo usaba para guardar información relacionada con el Foro o con mis asignaturas, así que esta era la primera vez que lo usaba para obtener los datos de un contacto.

Me sorprendió sentirme nerviosa y excitada.

La pantalla cargó y ahí estaba.

Lucas, susurré.

Sonreí mientras leía su dirección y un número largo con el que tenía la opción de establecer video llamada. Me quedé embobada durante unos segundos mirando la pantalla. ¿Qué se suponía que debía hacer con aquello? ¿Contactar con él en breve? ¿Hacerlo en un futuro? Ío seguro que sabía qué hacer en estos casos. Aunque lo que más me desconcertaba eran las ganas que tenía de volver a hablar con él.

La alarma de Álex saltó, y del susto apagué rápidamente la pantalla. Oí que se levantaba como un resorte para encender las luces de los cubículos.

- ¡Buenos días Adia! – dijo alegre antes de salir por la puerta.

Yo también me levanté con rapidez. Cogí la ropa y vi, recostado en la silla, el precioso vestido verde que había llevado la noche anterior. Había querido devolvérselo a Ío, pero me había insistido en que era un regalo y que quería que lo tuviera yo. Una pena, no iba a tener la oportunidad de volver a usarlo en la vida. Lo único que tenía claro era que me moría de ganas de enseñárselo a Rhía.

Me dirigí a la cocina y cogí uno de mis últimos sobres de cereales.

Se oía movimiento en las habitaciones y en el pasillo. Sam y Damian entraron en la cocina y dieron los buenos días educadamente. Estos dos se habían vuelto inseparables últimamente. Muy ordenados y en silencio, ya que Álex les vigilaba muy de cerca, cogieron sus desayunos y se sentaron. En el sobre de Damian ponía pasta. Arrugué la nariz y él se encogió de hombros como si le diera igual. Buen desayuno pensé con ironía.

Sam me miró e hizo un gesto con la cabeza, me preguntaba cómo había ido la noche. Le di a entender que bien y asintió levemente en respuesta. Con el tiempo habíamos aprendido a comunicarnos por señas.

Apuré el mejunje y recogí mis cosas. Tras comprobar mis tareas diarias me dispuse a salir.

Justo cuando llegaba al cubículo, noté una pesada mano en el hombro. Sin necesidad de girarme sabía que era Álex en busca de respuestas.

- Ha ido bien – la tranquilicé mientras me daba la vuelta. – Ningún incidente en toda la noche – mentí.

¿Por qué parecía aliviada?

- Me alegro – respondió sincera. – No estaba segura de que supieras desenvolverte en un ambiente así, no porque no confíe en tus cualidades – aclaró rápidamente – simplemente no confío en los demás.

Y tras soltar esa bomba se dio la vuelta para volver a la cocina.

A veces me descolocaba. Tal vez no fuera tan ingenua después de todo. Estos dos años como Orientadora la habían vuelto más fría, pero supongo que también se debía a las experiencias con el Estado con las que había tenido que lidiar.

Salí veloz de la casa y como cada día, coincidí por las escaleras con los chicos y chicas de otras comunidades, que al igual que yo, iban camino del Foro.

Todos iguales.

Siempre nos mirábamos de reojo pero nunca nos saludábamos.

Bajé la interminable escalera y cuando sentía que mis pies empezaban a perder el control, vi la puerta de la calle.

Un día más.

El biobús llegó puntual y repleto de gente. Me hice un hueco entre la silenciosa multitud y me evadí un rato pensando en la noche anterior. Me centré en las cosas buenas. Para las malas habría tiempo. A una parada del Foro levanté la vista y mis ojos se encontraron con los de Dreo. No le había vuelto a ver en toda la noche. No nos dijimos nada, ni siquiera un gesto. Mantuvimos la mirada hasta que llegamos a nuestro destino.

La multitud empezó a descender de manera ordenada, y en breves segundos se había dispersado por los alrededores dejándonos solos. Dreo caminó a mi lado en silencio hasta el vestíbulo del Foro.

Decidí romper el hielo.

- ¿Qué tal terminó la noche? – pregunté por educación.

No tenía ningún interés en saberlo.

Se paró en seco y vi que tenía los ojos enrojecidos, como si hubiera estado llorando. Tenía pinta de no haber pegado ojo en toda la noche.

- ¿Qué te pasa? –pregunté frunciendo el ceño.

- ¿Qué ocurrió exactamente en la conferencia?

Apretaba los puños y la mandíbula fuertemente.

No estaba para rodeos.

La pregunta me sorprendió, pero recordé que el evento había sido a puerta cerrada y que ningún Hijo del Estado había estado presente. Excepto yo, claro.

- Bueno... - titubeé sin saber qué contestar – al final fue un poco más intensa de lo previsto.

- Adia – bajo la voz – los del servicio no pudimos entrar en la sala de conferencias. Después de preparar la sala de invitados, fui a la zona de contenedores a tirar las bolsas de basura – hizo una pausa como queriendo recoger fuerzas – y lo que me encuentro es a uno de los colegas de Simone inconsciente, lleno de golpes y de cortes por todo el cuerpo. El tipo se estaba desangrando – se le cortó la voz y se miró las manos como si todavía pudiera ver la sangre en ellas.

Palidecí y sentí que me empezaba a encontrar mal.

- Dreo, yo... no sé si es el mejor lugar para hablar de esto.

Miré a mi alrededor nerviosa.

Demasiada gente yendo y viniendo.

Dreo asintió comprensivo.

- ¿Nos reunimos en el árbol? – propuse, aunque más que una pregunta parecía un ruego.

- Sí, claro, nos vemos después de las clases.

Se despidió con el semblante gris me dejó sola, temblando como una hoja. Me empezaba a dar cuenta de lo que realmente había presenciado la noche anterior.

Crónicas de Ingea                             Volumen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora