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Si las estaciones hubiesen sido personas, el otoño habría sido como Blas, de piel clara y fría, ojos alegres, pero inclementes y con ese carácter que te invita a jugar, aunque no estemos en los días más cálidos del año. Samuel en cambio, es como la primavera, cambiante, precipitado, colorido y enamoradizo. Yo soy el invierno, siempre reservada, y capaz de variar de serena a estrepitosa.

Cuando Samuel me confesó sus emociones por Mariela, algo se quebró en mi interior, pero llevaba largo tiempo preparándome para asumirlo, porque verla a ella me hacía pensar que lucía como el verano, a veces, un poco más seca que la primavera, pero no por eso menos llamativa.

—¿Estás seguro?—Le pregunté temerosa.

—Me gusta—Liberó una sonrisa y se encogió de hombros—. Es raro, ¿cierto?

Negué con la cabeza con honestidad. Al ver esto Samuel se emocionó mucho, incluso lo suficiente como para que al día siguiente se declarara.

Cuando Mariela se llevó a Samuel durante el recreo. Lo que más furia me causó, era que él se fue con una sonrisa en toda su extensión. Me había quedado sola y recordando como mi amigo se había enamorado, observé el patio. Ocultando la rabia en el vacío y tragando el nudo que tenía en la garganta.

El viento desordenaba mi nudoso cabello y a pesar de que quería arreglarlo, no podía. Esto me exasperaba. Contuve las lágrimas, después de todo no era culpa de Samuel estar enamorado de Mariela, era culpa mía no haberme declarado a tiempo.

— ¿Qué pasa? —Me preguntó Blas sentándose a mi lado.

—Nada.

— ¿Viste cómo se fue?—Mi amigo negó con la cabeza—. Es un idiota.

—Lo elegimos así, ya no podemos arrepentirnos.

— ¿Crees que volverán?

—No lo creo, lo sé.

Y tal cual lo dije, al final del segundo recreo ya era noticia de pasillo, Mariela y Samuel habían vuelto a ser novios. Acabando así todas mis posibilidades de declararme.

Mi amigo no paraba de sonreír casi como si su amor propio se hubiera esfumado con las hormonas. Estuve enojada todo el resto del tercer bloque y de camino a casa no cruce palabra amable con su persona.

Blas tenía razón era un tonto y pensé que yo era más tonta por estar enamorada de él. Controlé las lágrimas un buen rato, lo único que no podía controlar era mi carácter, así que avancé varios pasos lejos de mis amigos.

—Chris, ¿estás bien?

—No. —Le respondí a Samuel agresiva.

Supongo que ambos, descubrieron los motivos de mi enojo, mucho antes de que yo siquiera pensara en decir la verdad. Pues Samuel se fue por otro camino y Blas se encargó de alegrarme el resto del trayecto.

Estaba siendo muy evidente, pero ya no quería guardarme mis celos.

— ¿Y ahora qué harás? —Me cuestionó Blas con seriedad, una vez estuvimos frente a mi casa.

Me encogí de hombros.

—Me quedaré en casa y almorzaré, luego haré las tareas y....

—No me refiero a eso.

Intercambiamos miradas. Blas sabía mi secreto, ya era muy difícil ocultarlo.

—No te estoy entendiendo.

Luego de esto, me adentré a toda velocidad. Me daba terror lo obvia que estaba siendo en esas últimas semanas. Pensé que hasta Samuel ya debía saber, y si era de esta forma, pues era más cruel de lo que yo quería admitir.

 Pensé que hasta Samuel ya debía saber, y si era de esta forma, pues era más cruel de lo que yo quería admitir

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Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora