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Apoyé mi cabeza en la mesa y miré como Fernandito jugaba apacible con las cacerolas y las golpeaba con los cucharones. Tenía tanta felicidad al machacar sus implementos que, casi sentí que podría llegar a omitir por unos instantes, la dura expresión que se había dibujado en Samuel, antes de que se alejara por completo de nosotros.

— ¿Por qué tan deprimida?

Suspiré intentando omitir la pregunta de Nino.

— ¿Cómo van los preparativos del día de las madres? —continuó mi hermana, cambiando de tema y sirviéndome una taza de té.

Aspiré el vapor y cogí la taza para sorber un poco. Estaba rico y sentí la calidez recorrer mi cuerpo.

—Gracias.

—No es nada. —Me respondió con una sonrisa.

Creo que tanto ella como yo no sabíamos cómo ser hermanas, así que tras notar que estaba intentando ser cordial, sonreí e hice caso a su repentino cambio de tema.

—Todavía faltan cosas por hacer y...—Detuve mis palabras y las enrollé entre mi lengua y la garganta. Había recordado que quería hacer todas las cosas, que planeaba decir, junto con la ayuda de Blas y Samuel, pero ahora no tenía la menor idea de cómo actuar frente a los dos.

—¿Te puedo preguntar algo?, ¿o es demasiado? —Mi hermana se sentó en la mesa a mi lado.

La presencia de ella, por muy sospechosa que fuera, no me acomplejaba de maneras tan irreconciliables. Mi único gran problema con su persona, era lo frágil de nuestra relación. Sentí que era momento de superar mis desconfianzas, después de todo, a mis padres eso no les afectaba tanto como me causaba miedo.

—Pregúntalo, no me enojaré—acepté bebiendo breves sorbitos de té.

—Bueno— sonrió bamboleándose en la silla con un rostro infantil que se me hizo gracioso—, no es por exagerar, pero puedo ser muy buena organizando cosas, Chris y por eso, quería preguntarte: ¿Quieres mi ayuda? Ya sabes, para organizar el evento del día de las madres.

A pesar de que la pregunta me tomaba de sorpresa. Pensé que si hacíamos algo juntas quizás, sería capaz de superar mis recelos. Asentí tímida con la cabeza.

—Si quieres...

Nuestra conversación se detuvo cuando la puerta comenzó a sonar estrepitosa producto de los golpes de un puño contra la madera. Nino se levantó de un salto y mirando por la ventana, me susurró:

—Llévate a Fernandito y llama a papá.

Sin poner dudas en sus órdenes, cogí a mi sobrino y caminé hasta la sala, donde se encontraba mi padre.

—Nino dice que vayas a la cocina—enuncié con seriedad, para que él notara que algo grave estaba sucediendo, aunque no sabía o no quise saber con propiedad qué era.

Mi padre al igual que mi hermana se incorporó con celeridad a lo que estaba ocurriendo, mientras me dijo:

—Sube con el bebé a tu pieza, y cuídalo un rato, princesa.

Durante un poco más de cuarto de hora cuidé a Fernandito. Se me hizo agradable ver lo tierno que era, apenas si se podía el cuello, pero tenía unos dedos muy fuertes, que apretaban sin compasión mi mano y la metían a su boca. Nunca había compartido con él tanto tiempo. Esperaba en secreto que mi hermana no se alejara de nuestra familia nunca más, así podría ver a ese bebé más a menudo.

— ¿Cómo está el bebé de la abuelita? —dijo juguetona mi madre entrando a la habitación.

Me causaba gracia verla en su faceta de abuela, ya que era muy diferente a la madre que yo conocía. Que si bien solía ser dulce, se contrarrestaba con muchas exigencias duras hacia mi persona.

— ¿Te agrada tu sobrino, Chris?

—Sí, es lindo y tienes unos deditos muy fuertes—respondí jugueteando con él, mientras permanecía en los brazos de mi madre.

Sabía que mi madre estaba intentando cuidarnos a los dos en la habitación, de lo que pasaba abajo, pero tomando la seriedad correspondiente, me determiné a conversar el tema:

— ¿Mamá, quién vino?

—Nadie, Chris. —Me aclaró mi madre tajante, pero creo que notó que me había causado enojo su reacción, pues luego y con velocidad me tomó del mentón y mirándome a los ojos me dijo—. Escúchame, hay cosas que no queremos que sepas no porque pensemos que no eres capaz de comprenderlas, sino porque queremos que no tengas que entenderlas.

Mi semblante se suavizó tras este enunciado. Era difícil ganarle a mi madre en batallas de este tipo.

—Gracias por cuidarme—cedí agachando la cabeza y volviendo a jugar con Fernandito.

Que mis padres cuiden de mí no me sorprende, incluso, a veces suelo darlo por sentado. Lo que sí me sorprendió fue ver a mi hermana corriendo a abrazar a su bebé mientras nos decía:

—Gracias por cuidarlo. —Nino se veía agitada, nerviosa y mientras acariciaba a Fernandito, pude notar que mi hermana ya era una madre y el tiempo de las niñas ya había terminado.

Al contemplarla cuidando de su bebé, pude comprender que algo había cambiado, y pensé que ese algo, era lo que había hecho que ella volviera a casa. Pensé que posiblemente había comprendido al fin, todo por lo que pasaron mis padres al cuidarla, y esperaba eso nos mantuviera unidos muchos años. Creo que esperaba muchas cosas, cuando en realidad, no era necesario esperar nada de nadie.

—Entonces... ¿Me ayudarás? —pregunté continuando nuestra conversación anterior.

—Pues claro—aprobó ella sonriente, mientras miraba a mamá de reojo y se transformaba en mi cómplice.

Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora