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Samuel estaba en todos mis recuerdos, en el horizonte, en el patio del colegio, en las nubes, la música y las bicicletas. En todo momento. De camino, Blas temblaba. Creo que él también sabía que Samuel estaba en todo. Le dirigí una sonrisa y un jalón de manos llamándolo a la calma. Muchas veces pensé en retroceder, pensé en escapar, pero no lo hice, cuando toqué la puerta de la casa de mi amigo me quedé ahí, firme.

Él abrió la puerta y me miró con sus ojos color café.

—¡Chris, viniste! —Me dijo emocionado—. Iba a llamarte para que vinieras, tengo que mostrarte algo y...Blas...—Samuel carraspeó y reparó en que Blas me sostenía la mano. Más cohibido volvió a sonreír y hacernos entrar diciendo un poco más débil:

—Los iba a llamar a ambos.

—¿En serio?—El rostro de Blas trató de sonreír, pero su boca dibujaba una expresión grave —. Nosotros vinimos a hablar algo serio.

Samuel parpadeó veloz, lucía nervioso y con la voz precipitada nos condujo a la entrada de su taller:

—Bien, pero déjenme hablar primero.

Samuel tomó una bocanada de aire y tras ver que su cuerpo también temblaba, le interrumpí:

—Samuel, siéntate, tenemos que hablar.

—¡No! —gritó descorazonado—. Ya sé lo que tienen que decir y no quiero escucharlo—Samuel se frotó las manos y nos abrió la puerta de su taller—. Por favor...

Los dos entramos sin soltarnos. La mirada de Samuel parecía querer centrarse en cualquier cosa antes que en este gesto y comenzó a hablar febril:

—Si les parece que no les gusta o que está mal, pueden irse y no me enojaré, ni diré nada.

—Samuel, vamos a hablar quieras o no. —Le increpó Blas con la mirada firme.

Recuerdo que ese gesto se me hizo cruel y a la vez, admirable. Yo tenía mucho miedo de estar ahí. Todos los contornos del lugar se me hacían brumosos y tenía un dolor en la garganta que me calentaba la cabeza.

—Como dije, tengo...tengo algo que mostrarles—continuó Samuel sin otorgar espacio para los comentarios de Blas—. Lo inicié, para que se te quitara el miedo a las hojas de tu árbol, Chris. —Samuel esquivaba nuestras miradas, creo que estaba avergonzado.

Extrajo el gran cuadro del fondo cubierto por la sábana y Blas retrocedió soltando mi mano. Estaba asustado, Samuel estaba asustado y yo estaba aterrorizada.

—Yo quería...En un principio, hacer algo para que no tengas miedo, Chris, pero avanzó y avanzó...

—Samuel, gracias. —Le dije acercándome y tomando su brazo.

Quise tranquilizarlo, todo su cuerpo se estremecía bajo una delgada camiseta repleta de manchas. Nos miramos, sus ojos estaban vacíos y contrariando mis deseos, se apartó y aulló:

—¡¿Y quién me va a querer a mí?!

Como trueno escuchamos su llanto romperlo todo y botando la sábana nos descubrió un horizonte soleado con tres amigos. Blas se abalanzó sobre él y envolviéndolo en un abrazo intentó consolarlo, pero Samuel era un puñado de huesos gimiendo con angustia y suplicando afecto.

—¿Qué se supone debo hacer? —Se preguntó a sí mismo.

Samuel estaba destrozado y de vez en cuando los temblores se confundían con lamentos. Estaba preocupada, me sentía como las camisas repletas de diminutas manchas con las que se vestía y me imaginé a mí misma siendo ese lienzo en blanco, ese lienzo que aquel testarudo chico había manchado en su totalidad. Miré otra vez el cuadro. Estaba hecho completo de hojas y sobre ellas se encontraba la silueta de tres chicos parecidos a nosotros, contemplando el amanecer emerger por el mar. Y allí, no había dudas, sólo sonrisas y tranquilidad. Era una de las cosas más bellas que había visto y quise llorar, pero sólo grité:

—¡Samuel, es hermoso!

Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora