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"La verdad nos hace libre" Eso fue lo que me dijo Blas cuando se confesó, pero luego de eso se había encerrado en una forma de actuar que no se condecía con lo que me había explicado. Me evitaba a todas horas y ya casi no me hablaba. Parecía que su corazón se había estrellado contra el suelo, y yo no había sido capaz de cogerlo a tiempo.

Tampoco entendía a Samuel, el cual casi todo el tiempo discutía con Mariela, pero no era capaz de admitir que su relación había terminado para siempre.

Eres insoportable, no me hables.

Se quejaba ella mientras se cruzaba de brazos y se alejaba por vía diferente. Siempre hacía lo mismo, y yo sólo me quedaba mirándolos. A veces, intentaba que mis pies se despegaran del suelo, pero luego mis ojos se intercambiaban con los de Samuel, el cual sólo negaba con la cabeza y corría tras Mariela.

Estaba convencida de que ya ninguno podía con esa relación y también sabía que Samuel tenía plena conciencia de ello. Lo que no lograba entender era la razón por la que no era capaz de asumir que eso ya se había roto y no se podría reparar.

— ¿Sigues sin decirle nada? —Me preguntaba Blas dejándome pálida.

Luego él también negaba con la cabeza y se alejaba. Pensé largo tiempo, que quizás, nuestra relación tampoco se podía reparar.

Estaba enfurecida con mi incapacidad para abrir la boca y decir lo que sentía, pero en gran medida no sabía cómo hacerlo y era ese el motivo por que fallaban mis planes. No sabía qué decir, ni cómo decirlo, y mucho menos cuándo.

Enrabiada, uno de esos días, corrí a casa a toda velocidad, intentado aliviar mi mente. En ese preciso momento, sentí una especie de liberación. Como si algo estuviera cambiando, un pequeño pedazo imperceptible dentro de mi cuerpo cambiaba, me quebraba en dos. Un gran acantilado se abría en mi corazón y supe que necesitaría un gran salto para avanzar. Uno que no sabía si sería capaz de dar. Me mareaba. Todavía lo hace al recordarlo.

Mi cabello se deshilaba al son de la brisa y cada paso que daba, cada charca que saltaba, era como una forma de remover mi mente, y cuando al fin llegué frente a la puerta de entrada. Mi respiración se encontraba estremecida y no podía parar de tiritar, pero aún tenía rabia, frustración y confusión.

Una mezcla de ideas me perseguía, aterraba y quitaba el sueño. Lo peor es que no sabía determinar bien cuáles eran, ni cómo enfrentarlas. ¿Estás bien, Chris? ¿Le tienes miedo al otoño, Chris? ¿Y si Samuel no te quiere jamás? ¿Y si algún día te arrepientes de no haberle dicho nada a Blas? ¿Qué se supone es este sentimiento? ¿Quién oirá lo que yo digo? Tenía tantas preguntas y todas sin responder.

Miré la puerta, apoyé mis manos en la cintura y cerré los ojos. Pronto comenzaría a llover, pero no me importaba. Necesitaba aclarar mis ideas.

No quería arrepentirme, no quería quedarme quieta, sentía era necesario avanzar, pero tampoco quería retroceder y mucho menos sentir la libertad que decía Blas, ya que no me convencía en lo absoluto. La libertad, era un término tan desconocido para mí en aquel entonces.

Ajusté mi morral y volví a alejarme de casa. La lluvia era cada vez más densa, pero seguí mi camino, precipitándome entre gotas de agua, recorriendo esquinas, grietas de acera y tiempo perdido. Finalmente, luego de varias cuadras corriendo y cuando las prendas de mi ropa se encontraron empapadas y adheridas a mi cuerpo. Pensé que era momento de volver a casa.

— ¿Necesitas que te lleve? —Me dijo una voz familiar.

Negué con la cabeza muy firme e inicié mi regreso a casa.

—Te enfermarás, sube, si quieres te cambias de ropa y salimos a pasear.

Nino me sonrió y disminuyó la velocidad del auto. Por alguna razón, su rostro se me hizo amable entre el paisaje vaporoso y gris que se elevaba a esas horas.

Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora