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Cuando Samuel me invitó a su casa para trabajar en la tarea, estaba emocionaba por la idea, pensé que la calma se acercaban a nuestras vidas y que había presenciado otra vez una de esas tontas peleas entre Blas y Samuel que se resolvían por arte de magia.

Poseía la loca ilusión de que volvería a las viejas rutinas con mis mejores amigos. Estaba tan emocionada que tras arreglarme, bajé las escaleras corriendo y busqué a Nino a toda velocidad:

—Hermana, ¿me podrías llevar a...?

—No puedo, linda—respondió mi hermana—. Debo llevar Fernandito al hospital, pues está un poco congestionado.

—Iré yo—interrumpió mi madre—. Dime, Chris, ¿dónde deseas ir?

—A la casa de Samuel —señalé confundida.

Mi madre hablaba con una seriedad espeluznante.

—Bien, entonces apresura, te llevaré.

Asentí y tomando mi bolso corrí a la camioneta. Mi madre me llevaría, cosa poco común, ya que ella no gustaba de conducir. No puedo negar que tenía miedo de aquella rara actitud. Cuando comenzó el interrogatorio comprendí el interés:

— ¿Qué pasó con las clases?

—Nada, sólo no podré postular para presidenta de la clase otra vez—Me encogí de hombros—. No es la gran cosa.

Aunque para mí, aquello era la gran cosa. Todo mi esfuerzo de esos últimos años no había sido recompensado, en gran medida por mis descuidos. Era bastante triste.

—Chris, lo que hiciste... ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. —Y luego me quedé callada.

No quería preocupar a mamá, ella seguía tiritando y eso le sucedía a pesar de los calmantes que había comenzado a tomar. Nunca creí que mi madre sería tan nerviosa y que el miedo la sucumbiría de esa forma, pero debo admitir que nuestra familia se estaba destrozando de a poco. Se sentía venir su ruptura. No era algo que escucharas como un alarido, pero si era potente. Se escuchaba como un golpeteo en la puerta de una visita no esperada, pero nadie se atrevía a admitirlo, yo no me atrevía a admitirlo.

Nuestras costumbres se habían vuelto silenciosas, por ende omitir cualquier vestigio de rareza se volvió nuestra forma. Mi madre omitía sus calmantes, yo omitía sus temblores. Mi padre fingía ser invisible, Nino se ocultaba en su pieza. La puerta seguía sonando.

Mi madre me sonrió y yo sonreí. Aunque había sido un interrogatorio, nadie dijo nada, nadie expresó nada. Debí saber esa sería la tónica para mí en mucho tiempo.

Me bajé del auto una vez estacionado frente a la casa de Samuel, y tocando el timbre, esperé paciente.

— ¡Chris, pasa, bienvenida! —Me invitó la madre de mi amigo.

Ella fue muy amable en ese momento, causándome tristeza por primera vez en mucho tiempo. A menudo, al igual que el padre de Samuel, ella me causaba miedo, pero que cargara con tanto gusto la vida que llevaba era algo deprimente y confuso. No creo que nadie se mereciera esa vida. Me costaba entender por qué los padres de Samuel fingían que la vida era perfecta, cuando era evidente que su familia se estaba hundiendo.

Por Samuel me había enterado que su padre tenía otra pareja, y que sólo se habían mantenido unidos para evitar las habladurías de los familiares. Eso a Samuel le dolía mucho más que la verdad. Al fin y al cabo, creo que su familia se parece bastante a mi familia y creo que a muchas familias, quizás eso fue lo que me obligó a sentir empatía. Nadie viene preparado para los problemas y fingir en principio, es más fácil que aceptar.

Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora