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Hubo una época hace ya dos años, en que el amor apareció en mi vida en todo su esplendor. Comprendí que el amor estaba lleno de incertidumbres y emociones infantiles. Que el amor nunca deja de aparecer en tu vida en distintas facetas y se descubre como un amanecer sonriente con tus amigos.

En aquella época entendí que el dolor se disfraza de amor y que el amor es sólo el más sincero y tranquilo de los regalos que nos da la vida. Sé que no soy una experta y mi familia todavía es recelosa a cada una de esas emociones. También sé que el dolor se incrustó en nuestros corazones e incluyéndome, temo mucho de caminar junto al desamor.

Ahora, ya más grande escribo estas hojas para recordarme por siempre esos días y así poder enfrentar con mayor tranquilidad los que vienen.

—Es brillante—afirmó Blas invitando a Samuel a la fiesta que eran nuestros elogios.

Samuel dejó de temblar y apagado preguntó:

—¿En serio les gustó?

—Es hermoso.

—Estás loco. —Lo alabó Blas.

—Me siento nervioso—dijo Samuel cubriendo sus manos bajo los puños de su camisa—. Creí que no les gustaría, creí que no sería suficiente.

—Es más que suficiente— añadí intentando tranquilizar a Samuel y mirando el cuadro otra vez. La forma, el color, la alegría. Samuel nos amaba.

—...Ninguno de los dos sabe cuánto me importan, quizás, nunca lo sepan, pero me importan y necesitaba decírselos antes de que un día nos alejemos.

Él suspiró y comenzó a temblar más fuerte.

Reí intentando controlar mis miedos, porque sentía no estar entendiendo nada, Samuel hablaba como si estuviéramos en una despedida, pero yo no estaba lista para despedidas y él llevaba mucho tiempo despidiéndose. Todo era tan lindo, todo al fin era tan claro. ¡Samuel nos quería! Nos quería como en ese cuadro, como en ese recuerdo y yo no quería renunciar a eso, no quería despedidas.

—¡Los quiero! —grité rompiendo nuestro secreto y por primera vez ambos me escucharon—. Los quiero como a nadie.

Blas sonrió y se acercó para darme un abrazo.

—Chris, no llores—Blas miró a Samuel y liberó una carcajada—. La hiciste llorar, idiota. Tú cuadro es...No sé qué decirte, eres un enfermo, siempre lo has sido.

—Maldición. —Se quejó Samuel.

Presuroso se acercó también a consolarme y una vez cesaron las lágrimas, Samuel nos invitó a sentarnos a la mesa. Comimos galletas y pie de limón, pero Samuel seguía hablando como si se estuviera despidiendo. La comida cocinada por mi amigo nunca me supo tan triste.

—Saben, he pensado en esto todos estos días y no sé qué se supone debo hacer—Suspiró—. Siento que escapé de decir las cosas, pero creo que es el tiempo y si lo pierdo, no regresará. Tengo que decirlo... Sólo con ustedes me siento de esta forma—señaló el cuadro—. Sólo con ustedes sonrío así, pero no he sido honesto con ustedes, creo que nunca lo he sido—Me miró muy fijo a los ojos y continuó—. Chris, me gustas desde séptimo grado cuando fuiste mi compañera de artes. Estoy tan loco por ti que te regalaría todos mis trabajos de arte, aunque eso signifique que me pondrán una mala nota.

Reí al escuchar esa confesión y escondí la mirada en el té.

—Eres un tonto—susurré.

—Todo este tiempo pensé que si salía con otras...otras personas podría quitarme esto. A veces, me pregunto si soy extraño y luego, me digo que no, pero me sigo sintiendo extraño—Dejó de mirarme y centró su mirada en Blas—. Me gustas, me gustas desde que me hiciste escuchar Things behind the sun cientos de veces, me gustas quizás desde antes—Su voz se volvió quebradiza—. Cuando... cuando lloraste ese día en que fuimos a ver el amanecer y dijiste que era lo más hermoso y tan sólo la idea de que te hagas daño me da ganas de llorar. No me imagino mi vida sin ti, sin alguno de ustedes y pensar que te puedes ir un otoño—Samuel comenzó a llorar—. La sola idea de pensar que se pueden ir, me hace sufrir y no sé cómo catalogar esto. No sé cómo explicarlo sin sentirme culpable. ¡Chris...Blas y yo nos besamos!

Luego sus palabras se volvieron ininteligibles. Sólo balbuceos de tristeza que, se encorvaban en la mesa.

—Ya lo sé. —Le consolé, acariciando el copete de su cabeza.

—Ya lo sabe—repitió Blas con amabilidad, dándole un golpecito en el hombro y haciendo que volviera a erguirse en su puesto.

Samuel con el rostro enrojecido, nos miró, frunció el ceño y supe que era el momento. Miré mis manos buscando centrar mi cabeza en algo tangible, porque lo que quería decir era tan etéreo que me era difícil. Llevaba años guardando esa sensación, ese brillo que te da el amor y ahora, era el momento de decir la verdad, de ponerle fin a todo, aunque doliera o diera miedo.

—Sé que Blas nos quiere a ambos por igual y tú nos quieres también—Sonreí y busqué su mirada—. Samuel, estás en todos mis recuerdos, estás en todo y podemos seguir así.

Cuando terminé de decir la verdad pensé que me había arrancado la piel, pero estaba feliz y seguí sonriendo, hasta que noté que mi interlocutor no reaccionaba como esperaba.

—Todavía no lo entienden—Samuel sonrió en forma forzada y se levantó deprisa buscando su chaqueta—. Salgamos a caminar.

—No vamos a salir hasta que te expliques, Samuel—interrumpió Blas tajante— ¿Porque hiciste el cuadro?

Samuel asintió con la cabeza, luego tomó aire y con lágrimas en los ojos dijo:

—Me voy a mudar... Y siento... siento que es muy tarde. 

 

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Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora