38

16.7K 1.4K 282
                                    

¿Había maneras más normales que otras para sentir el amor? Yo no lo creía, Samuel se había enamorado de Blas por las mismas razones que yo y era posible que las razones de que Blas y yo quisiéramos a Samuel fueran iguales. Después de todo, compartimos casi las mismas vivencias desde hace años. Tras escuchar aquella confesión, me levanté de mi asiento y cogí mi chamarra. Planeaba acompañar a mi amigo, donde quisiese ir y Blas pensó lo mismo.

Resultó ser que al fin, los padres de Samuel se separarían y desde hace días su madre había estado pensando en mudarse. Él no había querido decirnos hasta que lo tuviera por certeza, por ende, se lo había guardado todo el tiempo que había podido.

No importaba cuantos amaneceres de verano viéramos juntos, aquel día sentí que mayo había acabado con nuestra amistad y deberíamos despedirnos de los días de bicicleta, los sábados de ver nubes, de las horas escuchando música y las noches de películas de terror. Estábamos creciendo, nos alejábamos sin importar nada y crecer se había llevado nuestras declaraciones de amor también.

Samuel se fue de nuestro lado poco tiempo después de terminar con Mariela y admitir la verdad, nuestra verdad. Blas no volvió a perderse entre las hojas de otoño y yo evité con todas mis fuerzas, esconderme de la realidad entre silencios. En cambio, me centré en los días que vivía, en que deseaba con toda mi alma aplacar la rabia que a veces, se filtraba en mi corazón. Dedicarme horas enteras a disfrutar con mi familia y unir cada pequeño pedazo de afecto.

El sábado por la mañana de la semana siguiente a nuestra declaración de amor, me junté con Samuel y Blas para ver el amanecer. Decidimos vivir como queríamos el tiempo que pudiéramos, aunque solo fuera por unos días, creo que fui feliz.

Samuel en un inicio sólo quería llorar, así que se encerraba en su taller durante horas, fingiendo que nada pasaba. Para alegrarlo, con Blas decidimos ayudarlo a buscar una academia de arte en su nueva ciudad, donde pudiera estudiar y mejorar. Lo cual logró sacarle una que otra sonrisa que más tarde lo hizo divertirse durante horas y luego años.

Debo decir, que ya no me dan miedo las hojas del árbol de serbal, en cambio tengo un lindo cuadro en mi habitación en donde descansan los primeros rayos de un amanecer incontrolable. Siempre recordándome que existen días de amaneceres gloriosos y que quizás, nunca esté lista del todo para las cosas malas, pero siempre podré tener una sonrisa con la eterna remembranza de esos momentos llenos de dicha junto a Blas y Samuel.

Es difícil, pensar en estas cosas ahora, pues sé que jamás volveremos a ser los tres niños de aquella época y me aterra la idea de escribir todo esto cuando ya estoy a punto de partir.

Mis dos mejores amigos también han tomado rumbos diferentes y por primera vez en mucho tiempo, nos veremos las caras en mayo. Los tres hemos decidido juntarnos en la misma ciudad. No sé lo que sucederá, quizás, sólo hablemos, pero me hace remover todos mis recuerdos infantiles.

Al igual que Samuel, Blas se fue al año siguiente con su abuela a otro lugar. Esto sólo fue el resultado de un intento saludable de alejarse del padre de mi amigo y de los recuerdos que solían agobiarlo todo el tiempo. Ambos estuvieron muy bien según me contaba Blas y él estaba tan feliz, que incluso, sus notas repuntaron.

Cuando mis dos mejores amigos se fueron, me sentí devastada por sus ausencias, pero el tiempo cicatrizó todos los vacíos y ahora, puedo decir que he crecido, he sido feliz y espero ellos también.

El aroma que despedían las hojas en el otoño, el día en que hablamos sobre nuestra verdad, perfumaba las calles, haciéndome sentir como si la realidad fuera el cuadro dibujado por Samuel y eso me hacía sentir segura, querida y tranquila. ¿Y qué es si no es eso el amor? Si no fuera una sensación de tranquilidad, si no fuera una sensación de plenitud, si no fuera como una caminata donde tu corazón palpita brillando y se siente querido. Entonces, sería algo más, pero tengo por seguro que ese algo más no merecería tu primera, ni tu última declaración de amor.

No sé si lograré caminar por las calles con el amor otra vez, no sé si un día todo parecerá un sueño; o una pintura del horizonte susurrada entre consejos amables, pero creo que sólo me queda esperar.

La noche de la verdad salimos a caminar casi en silencio, porque pienso que ninguno sabía decir alguna cosa que calzara con la situación, pero algo era seguro y esto era que alguna vez, dentro de los primeros atisbos de nuestra juventud, nos quisimos y lo tuvimos por verdad.

Los tres nos esforzamos en dejarlo claro, en reír aunque quisiéramos llorar, en bromear aunque sabíamos que mayo había terminado para nosotros. 

Y es que la felicidad de intercambiar miradas con alguien, cuando sabes que eres correspondido, es como los escalofríos y una chaqueta delgada, mientras corres por las calles buscando el horizonte y dices:

—¡Oigan, los quiero!

—¡Los quiero como un demente!

—¡Los quiero como el mar, como el amanecer, como lo suave y lo profundo!

Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora