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—¿Por qué estás tan obsesionada con recoger estas hojas? —preguntó Samuel con seriedad.

Me froté la frente y aparté mi cabello, intentando evitar que se escapara de sus trenzas.

—Porque no me gustan —expresé.

Samuel puso la mirada en blanco y liberó un soplido.

— ¿Sólo eso?

—Sí—agregué determinada—. Creo que me dan asco. —Deposité la mirada en las hojas.

— ¿Es por lo del año pasado?

Afirmé con la cabeza. No me gustaba recordar esas cosas, pero el otoño no se me hacía igual a los anteriores.

—No debes tenerle miedo, Chris—Samuel se botó sobre las hojas, y se hizo un bigote con algunas de ellas—. El otoño es divertido, y verás que éste lo será también, además con las hojas se pueden hacer cosas geniales.

Sonreí y me senté junto a él.

—Haremos que sea divertido, ¿cierto?

Samuel me cubrió la cabeza con un puñado de hojas.

—Será la mejor época del año, Chris, lo prometo—Agité mi cabeza intentando que desaparecieran—. No las elimines, te ves graciosa.

Lo intenté desacreditar con la mirada, pero tras notar que no pude, cogí un puñado y se lo lancé.

— ¿Te gusta el otoño? , ¿te gustan las hojas?

Tomé otro puñado y lo enterré mientras él reía.

—Chris, a ti te encantan. —Se defendió botándome en la ruma.

Comencé a reír y mi corazón palpitaba más fuerte por el frío y la alegría. Las nubes eran oscuras, y las gotas de lluvia caían sobre mi rostro suavemente.

Samuel estaba muy cerca y quise besarlo. De pronto, su rostro se acercó al mío, permitiéndome oír su respiración, pero luego apartó su cuerpo, se estiró sobre las hojas y musitó:

—Me dejarás mal, Chris, quedaré enfermo.

—Los dos nos enfermaremos si seguimos aquí—expresé intentando ocultar la mirada en algo más frío como las nubes.

—Probablemente—respondió Samuel airoso y aclarando la garganta.

No recordaba el preciso momento en que nuestra relación se había vuelto tan cercana.

—¿Chris, estás enojada conmigo?

—No estoy enojada, Samuel, es sólo que...

—¿Tanto te desagrada Mariela?

Entorné la mirada, detestaba sentir que el espacio de mi jardín se había reducido.

—No es tanto mi odio, pero si me enoja que te arrastres tanto por una chica con la que no tienes nada en común.

—Entiendo.

Samuel ladeó la sonrisa y agachó la mirada. Estaba enojado.

—No, tú todavía no entiendes—repuse cruzándome de brazos.

—Discúlpame por ser un idiota—expresó con sarcasmo, a lo que respondí con un bufido.

—Eres insoportable. —Le critiqué, y pude ver la expresión compungida de sus ojos al decirle esto.

Me arrepentía de tratarlo así, pero me enojaba que él todavía insistiera con el tema. Parte de mí se sentía triste, pues no me gustaba tratar así a Samuel.

—Lo siento.

—Lo siento, Chris.

— ¿Por qué viniste en realidad?—inquirí más seria y él susurró escueto:

—Todavía te dan miedo las hojas, como amigo debo cuidarte a ti... y a Blas. Debo cuidarlos, yo soy quien cuida, Chris.

—Tu respuesta es absurda—dije desafiante y burlona, era incapaz de creer lo que estaba sucediendo, pero Samuel jugueteaba con mis dedos apoyados en la tierra.

—¿Te gusto así, Chris? —Me dirigió una mirada risueña que me sacó de mis casillas. El nombre de Mariela todavía estaba adherido a mi mente, hiriéndome, aterrizando mi corazón ahora, emocionado. Lo único que atiné a hacer presa del pánico, fue cruzarme de brazos, morderme el labio y decir:

—Tú nunca me has gustado de ninguna manera, Samuel. No te creas tanto, además, no salgo con chicos que tienen novia. —Pasado el instante, me sentí derrotada y tonta.

—Era una broma, no me pegues—respondió él mirándome fijo, para luego volver a sonreír con la mirada encogida y añadir con voz seria—. Supongo que ser bueno en mayo es mi única forma de pedirte perdón ¿no?

—Supongo.

Samuel frunció el ceño un instante y pensé diría algo ofensivo, porque lucía impenetrable, pero sólo sonrió y preguntó:

—Haremos que sea divertido, ¿cierto?

Después hizo un nido de hojas que crujían y se rozaban. Se botó sobre ellas y me invitó a compartir su invento. Quise negarme, pero mi corazón latía anunciándome que ese tipo de oportunidades no se repetirían. Acomodé silenciosa mi cuerpo en el suelo y miré las nubes aparentando que nada de esa situación me alteraba y al poco rato, Samuel me envolvió otra vez en un abrazo, para susurrarme:

—Chris...—Pero luego no dijo nada y sólo sentí su rostro perderse en mi cabello.

Podría haber pasado el resto de mi vida en ese lugar, no me importaba el frío, sólo me alegraba estar junto a Samuel y su apacible figura.

—¿Qué ibas a decir? —Me atreví a preguntar.

—Nada. Todo va a estar bien. Haremos que sea divertido, yo te cuidaré, Chris, yo cuidaré de ustedes, porque soy su amigo —añadió Samuel.

Me agradaba tanto como crujían las hojas.

Me agradaba tanto como crujían las hojas

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Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora