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—Esto es mi culpa—enunció mi padre sentándose en la mesa y comenzando a llorar—. Fui muy duro con ella.

—No es la culpa de nadie—Le consoló mi madre—. No sacamos nada con criticar cómo actuamos, debemos ver cómo encontrar una solución.

Permanecí sentada en las escaleras espiando la conversación.

Nino todavía no regresaba y aunque era una adulta, el hecho de que no diera noticias de su paradero era atemorizante. Había salido a eso de las cinco a buscar a Fernandito al jardín, pero a las siete llamaron a mis padres diciendo que nadie había ido a recogerlo todavía.

— ¿Crees que se fue con él?

—No digas eso, ella jamás haría eso, dejó a Fernandito con nosotros.

— ¿Y entonces qué?

No hubo explicaciones por parte de mi madre y el llanto de Fernandito me dio el aviso, de que era momento propicio para encerrarme en mi habitación y fingir que dormía, pero mi cuerpo no logró moverse de su lugar, me quedé ahí esperando a que mamá subiera.

Al encontrarse nuestras miradas, ella sólo me sonrió.

—Si quieres me acompañas y cuidamos juntas a tu sobrinito.

Apreté los puños y sonreí también, para luego caminar detrás de mi madre.

Permanecimos varias horas despiertas. Fernandito ya no tenía sueño y nunca pensé que cuidar un bebé costara tanto. Él jugaba con sus juguetes y se dejaba llevar por la situación, mi madre lo acurrucó entre sus brazos y lo paseó hasta que el sueño lo venció otra vez.

—Está nervioso—afirmó mi madre dejándolo en su cama—. Debe ser muy duro para él tantas cosas nuevas.

Asentí con la cabeza y comencé a pensar en mi hermana y lo dicho por mi padre. La figura del hombre que nos encontramos en el centro comercial, me daba vueltas y no podía evitar dibujarla como un ser muy distinto a los que yo conocía.

—El esposo de Nino la maltrata, ¿es eso cierto? —pregunté.

—Sí—Me respondió mi madre—, pero ahora se separaron.

Agaché la cabeza y no pude seguir negando todo. En un principio estaba enojada con Nino por haber regresado, por haberse ido, porque siempre podía alterar todo el paisaje con su presencia, pero ya la verdad no se podía tapar con el dedo, aunque quisiera, aunque doliera. Porque mamá, parecía asustada todo el tiempo y papá se había vuelto tan duro con todo. Las cosas habían cambiado o quizás, siempre había sido muy similar, pero sólo con la llegada de Nino pude percibirlo y dolía saber que esa era la realidad.

— ¿Qué haremos mañana?

—Nosotros llamaremos a todos sus amigos e iremos a colgar carteles, tú si quieres puedes dormir hasta tarde.

Negué con la cabeza.

—Quiero ayudar.

—Me ayudas más si estás bien.

Sonreí, mamá me tomó la mano y me envolvió con su brazo.

—Estaremos bien—murmuró poniéndose a llorar.

Y yo perdí mi cabeza en el suave perfume de vainilla que desprendía su blusa. Ese que me había tranquilizado cuando tenía fiebre, cuando tenía pena y miedo, pero que ahora me recordaba que quizás, era mi tiempo de tranquilizar a los demás.

—Estaremos bien—expresé firme intentado calmarla—. Estaremos bien.

Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora