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Mi vida de infancia con mis padres, en esencia era feliz. Siempre lo fue, nunca durante esos años dudé que se definían como un nicho de bondad. Todas sus órdenes y caricias, se acumulaban en mi corazón y me hacían sentir firme, pero mis padres ocultaban algo un pasado que yo todavía no logro dibujarme bien, pero que lastimosamente Nino sí y los odiaba por ello, al menos, eso era lo que siempre había gritado en su adolescencia.

—Tu hermana y Fernandito se quedaran por unos días en la casa —confesó mi madre con una sonrisa.

Intercambié miradas con mis padres sin entender en lo absoluto.

—Dormirán en la habitación de huéspedes.

Fruncí el ceño. Supe de inmediato que algo no estaba bien, pero nadie parecía querer decirme, sólo usaban palabras zalameras como: "Linda" o "pequeña".

—¿Mi hermana se va a divorciar? —Le pregunté a mis padres sin muchos ánimos de sonar amable.

Es que a veces sentía que Ninoska sólo venía a la casa cuando tenía problemas. Tanto era así que mi mamá tenía un refrán para cuando le preguntaba por mi hermana y sus ausencias, este decía así: "Cuando Nino venga es que penas lleva, celebra porque es feliz".

Me parecía muy cruel de su parte, ser de esa manera, preocupando a mi mamá y a mi papá, pero jamás siendo capaz de compartir sus alegrías con ellos. Creo que debí sospechar que tener un refrán como ese no era algo muy amable tampoco.

—Claro que no, linda—respondió mi padre con amabilidad—. Es simplemente que tiene problemas con la calefacción y la electricidad, pues se averió una parte del cableado.

—Ah—Jugué con las arvejas de la cena— ¿Y su marido no tiene para un hotel?

—No seas insolente, Christina.

Mi madre ya se había enojado, pues sólo me llamaba así cuando estaba molesta.

—No se enojen. Sólo pregunto, es que es raro que venga —aclaré y me dispuse a hacer abandono de la conversación.

Los ojos de mi hermana me encontraron del otro lado de la puerta. Arqueé la ceja y le dirigí una mirada soez.

—Espiar es de mala educación —critiqué antes de encerrarme en mi pieza.

Adentro, el teléfono estaba sonando y sentándome en el piso tomé el celular.

— ¿Qué pasa, Blas?

—Chris, ¿qué harás con el regalo del día de las madres? —Era muy extraño que él estuviera preguntando ese tipo de cosas. Me daba un poco de miedo.

—Todavía no decido.

—Que bien, es que quería decirte si podías ayudarme con mi trabajo.

—Bueno, no tengo problemas—afirmé sonriente, esperaba que él notara mi alegría en el tono de voz—. Si quieres podemos juntarnos después de clases y compramos los materiales.

—Gracias.

—No es nada, Blas.

—Genial, bueno, adiós—musitó tímido cortando la llamada.

Pateé el aire y luego apoyé mis pies desnudos, en la alfombra. Esperaba que la llamada no fuera un antecedente de algo malo, pero mi corazón estaba nervioso.

Me levanté de lugar y desesperada comencé a buscar mis botas de lluvia y herramientas, estaba determinada a limpiar el jardín.

Una vez afuera sentí la humedad tocándome en la punta de la nariz. Estaba chispeando, pronto comenzaría llover.

Cogí mi rastrillo y empecé a barrer las hojas. No quería seguir viéndolas, ni encontrándolas por todas partes. Mayo todavía no comenzaba, pero ellas estaban obstinadas en caer antes.

— ¿Necesitas ayuda?

Me di vuelta a toda velocidad y encontré la silueta desgarbada de Samuel. Al verlo no pude evitar ponerme contenta, pero tomando mi rastrillo, negué con la cabeza y hablé con dureza:

—No necesito tu ayuda.

Sus mejillas estaban levemente rojas por el frío, supuse las mías al ser tan pálida, debían estar peor; ya que Samuel tenía un tono bronceado bastante lindo, el cual siempre evitaba que ese tipo de cosas le pasaran.

—Tenemos que hablar—enunció intempestivamente, acercándose a mi persona y recogiendo hojas.

— ¿De qué?, si se puede saber, tú y yo no tenemos nada para hablar.

—De nosotros—afirmó con la respiración más alterada.

Estaba bajando la temperatura y el cielo ya se había terminado de cerrar por las nubes.

Que dijera esas cosas me alteraba. Oculté la mirada en mi labor; recoger y amontonar las hojas de tono tricolor. Sólo quería llorar y decirle cuanto me gustaba, pero él nunca me daba tiempo y las palabras de Blas tomaron fuerza. Estaba convencida de aquella verdad, Samuel siempre saldría con alguien más.

—Samuel...—susurré.

—No tienes que explicarte—Samuel me sonrió y me abrazó—. Lo siento.

Mi corazón dio un vuelco de felicidad. Parecía como si al fin estuviera entendiendo. Sonreí. Quizás, no tendría que explicar todo, quizás, sólo tenía que ser paciente. ¡Blas estaba equivocado! Mis ideas avanzaban a mil y por varios momentos estuve llena de pensamientos positivos.

—No me olvidaré de ustedes—continuó Samuel—. Eres mi mejor amiga y sé que lo arruiné la primera vez que salí con Mariela, sé que me alejé mucho de ti y de Blas, pero prometo no hacerlo nunca más.

Casi pude escuchar cómo mi corazón se hizo trizas.

—Sí, eso...—Me aparté y volví a mi labor.

— ¿Entonces todo bien?

Samuel era el rey de los inadecuados.

—No—respondí enojada—, pero con eso basta.

Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora