6

23.4K 1.8K 89
                                    

La ciudad en que me crecí y la cual me guardo de mencionar con nombre, está al fin del mundo; en lo más recóndito de la Patagonia. Allí nada pasa sin ser embestido por el invierno y el frío que congela los semblantes. Por esto, mi hermana siempre tenía una mirada dura y mi madre al pensar en ella, ponía esa mirada. Tan fría, tan distante que casi podías ver glaciares en sus almas. Nunca quise ver el mundo de esa manera, por ende aferrarme a la calidez era mi única opción y cuando teníamos trece años, Samuel, Blas y yo, nos aferramos juntos al recuerdo más cálido del verano, para así sobrevivir al frío que atacaba todo el año.

Fue unos días después de que mi hermana llamara a mi madre y terminaran discutiendo. No sé el motivo de aquel incidente, pero luego mi madre estuvo triste largo tiempo y rondaba por la casa como un fantasma.

Samuel y Blas no tardaron en notar que esto me había afectado, así que ambos organizaron una noche de videojuegos y películas en casa de Samuel. Mi madre accedió con facilidad, creo que ambas lo necesitábamos y ella lo comprendió.

De esta manera, fue como me encontré con mis dos amigos evadiendo nuestras realidades entre chistes y música vieja que nos parecía recién creada.

Los padres de Samuel nos enviaron a dormir cuatro veces y finalmente, nosotros entre risas apagamos las luces y encendimos la televisión, para ponernos a ver una serie de terror. A Blas le encantaban esas series antiguas tipo: "La galería nocturna" y "Cuentos de la cripta", creo que disfrutaba con esos narradores que intercedían en la historia, engalanados y listos para causar los mayores estragos en la vida de algún pobre sujeto. Samuel en cambio, sólo se sentaba en total silencio y fruncía el ceño un rato, para luego sonreírme, con los años he llegado a descubrir que tiene una gran capacidad para fingirse serio cuando está muy asustado. Pero la noche no acabó al apagar la luz y rápidamente nos vimos transportados a hablar sobre lo que sucedía en casa:

—Chris —chistó Blas, mientras se distraía jugando con una linterna-, ¿qué te pasó esta semana?

Me quedé observando la luz golpear el techo de la habitación y ocultando la mitad de mi rostro en el saco de dormir, intenté obviar el tema:

—Chicos, me gusta ser su amiga-dije aquel día.

Creo fue en ese preciso momento, en el que sellé un poco el destino de los tres. Blas y Samuel se llevaban bien, pero no nos podíamos considerar buenos amigos. Si bien al estar juntos nos sentíamos como mosqueteros, ser amigos no era la palabra que nos unía a la edad de trece.

—A mí también me gusta—interrumpió Samuel a toda velocidad y con una sonrisa—. No sé si me consideran su amigo, pero no tengo muchos amigos, porque soy silencioso, pero me agradan y...

—¿Por qué son tan cursis? —Rio Blas interrumpiendo todo, para luego apagar su linterna con violencia y decir-, volveré a escucharlos cuando se les quite todo lo tierno.

Creo haber visto a Samuel lanzándole un cojín a Blas y comencé a reír de inmediato.

—Levántate —Le indicó—. Hoy no vamos a dormir.

Samuel entonces, nos explicó su plan para continuar con la noche. Él quería enseñarnos algo y para eso debíamos quedarnos despiertos hasta que sucediera.

—Es como miles de cristales reflejándose, no sé cómo explicarlo, sólo sé que debemos quedarnos despiertos, salir un rato de casa y veremos todo. —Nos dijo con total seriedad.

Blas sonrió emocionado ante la idea. Él jamás le decía que no a una aventura y ese día no fue la excepción, asimismo supe de inmediato, que la última palabra de cordura me tocaba a mí:

—Pero puede ser peligroso salir y si tus padres nos...—Guardé silencio tras notar que ya no importaba.

Mis dos nuevos amigos, estaban tan trastornados con la idea que negarse era imposible y juntos fuimos en búsqueda del "Amanecer del fin del mundo". De esa manera lo bautizó Samuel y sé que todavía debe pensar en él, cuando intenta buscar calma, en esa mente atiborrada que tiene.

Para mantenernos despiertos, hablamos de muchas cosas aquel día, cosas que sólo fueron tímidos indicios de lo que acontecería con los años. De cosas que nos asustaban, de silencios arraigados con suspiros y temblores que sólo atacan, luego de haber estado despierto durante horas.

Nunca me había pasado una noche en vela y nunca había sido parte de un grupo de amigos que me hicieran sentir tan segura. Por eso no me preocupé, cuando a eso de las cinco de la madrugada, cogimos nuestros abrigos y corrimos hasta el final de la calle.

Casi ningún auto pasaba a esas horas y el paseo junto al mar relucía con pequeños tonos de verdosa luminosidad. Los tres atravesamos la vía esperando no encontrar a nadie y nos sentamos en los troncos que decoraban y delimitaban las zonas peatonales.

Blas comenzó a temblar bajo su delgado suéter. Al poco rato, también sentí el frío calar mi espalda. Entonces, Samuel nos miraba con una sonrisa, como si con eso lograra llevarnos a la calma y logrando su objetivo, nos vimos embelesados por las tibias notas verde claro que se asomaron por el mar, para luego resurgir en tonos duraznos y rosados, que volviéndose más fuertes se transformaron en rojos intensos y violentos que se fundían con las olas. Tal cual nos prometió Samuel, era como un sol repleto de cristales.

Miré el rostro de mis amigos un instante y sonreí. Creo que a todos nos agrada este día, porque fue mucho antes de que las sonrisas se pudieran borrar de golpe, mucho antes de cualquier problema real de amor o de emociones graves. Supongo que fue la primera emoción profunda que nos develó los misterios del amor; y el vacío. Ese amanecer nos hizo notar que nuestros desamores no eran nada comparados a ese día y todavía, ningún día se compara a ese día para mí.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora