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Me pasé las siguientes dos horas desde el almuerzo mirando el serbal frente a mi patio deshojarse.

El árbol de serbal es un árbol de tamaño mediano, que se crece testarudo en el frío. Según alguna vez me dijo mi madre, tiene origen europeo, pero fue secuestrado y plantado en América, como los cuentos de sirenas y vampiros, pero lo más llamativo del árbol de serbal siempre son sus pequeños frutos rojos y sus hojas doradas en otoño. A veces terrorífico, a veces galante, el árbol de serbal es una especie que se mece con el viento y tuerce con el tiempo.

En otoño, las hojas de los árboles comenzaban a desprenderse y por más que quisiéramos ocultarlas, nada lo lograría. Cuando el espectáculo ya se me hizo intolerable, salí de casa tan rápido que sólo atiné a cubrirme con las botas de goma de mi madre y un impermeable rojo que odiaba porque resaltaba las pecas que se posaban sobre mi cara adolescente. Tenía la idea de limpiar el patio y esperaba que al menos, si recogía una buena cantidad de hojas podría aplazar lo inevitable.

La llegada del otoño me ponía nerviosa. Como a muchos me gustaban sus hojas de colores desperdigadas por la acera y su sonido de música, cuando ya se podía saltar sobre ellas, pero sentía al otoño nostálgico. Barrer las hojas y quitar cualquiera de sus vestigios, era mi única forma de ponerle freno a esa sensación. Creo que el sonido de ellas, se sentía como el repiqueteo final de nuestra joven y frágil existencia, pero en aquel entonces, no lo sabía.

—¿Chris, qué estás haciendo?

Los ojos azules y el cabello pelirrojo de mi interlocutora, me hicieron soltar mi rastrillo y correr a saludar:

—¿A qué viniste? —pregunté jadeando.

—Vine a visitar. ¿Está mamá?

—Está descansando.

La visita de mi hermana me alegraba y desconcertaba. No la esperaba aquel día. La verdad, es que nunca la esperábamos.

—¿Cómo está Fernandito?-inquirí abriéndole la puerta para que pasara.

—Lo dejé en casa.

Aclaro que, Fernandito es mi sobrino y soy una feliz tía de un pequeño precioso que adoro ver crecer a mi lado.

—¿Por qué limpias el patio con tanta energía?

Me encogí de hombros y entré a la casa, intentando no causar un desastre con el lodo.

—Sólo pensé en recoger las hojas.

—Qué amable.

—¿Quieres un café, Nino?—dije tras notar que las manos de mi hermana tiritaban. Sospeché debía tener frío.

—Si, por favor.

Comencé a preparar la merienda de media tarde y la serví con presteza.

—Gracias.

—No es nada, siempre hago lo mismo para los papás cuando regresan del trabajo.

—Eres una niña muy buena, Chris.

Ninoska, mi hermana, no era alguien a quien conociera muy bien. Ella tenía treinta y dos para ese entonces y vivió su adolescencia mientras yo iniciaba mis primeros pasos en la vida. Ella se había casado con un hombre de buena apariencia y siempre parecían una pareja perfecta, de esas que se comunican todo entre silencios y miradas, pero a medida que mi hermana fortalecía su relación con su esposo, se desvanecía nuestra relación con su persona. Lo que antes era una llamada o una visita, en ese momento había sido reemplazado por un escueto saludo en Navidad.

— ¿Tienes problemas? —pregunté más seria.

—No, linda—respondió sonriente.

—Me alegra.

El amargo sabor, que me dejaba la visita de mi hermana, me escocía la garganta. Me hubiera gustado haberme equivocado en mis deducciones o darles más valor. Habría podido evitar las lágrimas que rozaron los ojos de mis seres queridos, ¿lo habría podido hacer realmente? Quizás, podría haber hecho algo para que no doliera tanto o al menos, abrigarme para la inminente llegada de los vientos que embisten a los transeúntes descuidados; cerca del invierno. La duda persiste en mi corazón, así como la culpa de haber tenido la certeza de lo que pasaba mucho antes siquiera, de haberme atrevido a pronunciarla.

Esa noche, de todas maneras, fue la primera de muchas noches en que escuché entre sueños el sonido de la puerta siendo golpeteada por una visita inesperada.




Esa noche, de todas maneras, fue la primera de muchas noches en que escuché entre sueños el sonido de la puerta siendo golpeteada por una visita inesperada

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Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora