Luego de la conversación con mi hermana, hice lo que me dijo y con determinación me acerqué a mis dos amigos en el recreo del día siguiente:
—No me arrepiento de lo dicho, sigo enojada, pero me importan, así que comenzaremos con el trabajo lo más pronto posible.
Eso fue lo que quise decir, no lo hice tal cual lo narro ahora, pero con todo y cuerdas vocales temblorosas, sentí que lo dicho había bastado para que olvidáramos todo incidente en el pasado y comenzáramos de cero. La llamada que recibí al día siguiente, me hizo dudar:
— ¿Chris, estás con Blas?
La voz de la abuela de éste, hizo que todos los recuerdos ahogados reflotaran con más fuerza.
—No, ¿sucede algo?
—Nada importante, sólo no ha regresado y no logro contactarlo.
— ¿Necesita ayuda con algo?
—No, linda, cualquier cosa te avisaré, no te preocupes.
—Bueno—añadí escuchando como la llamada terminaba.
Sólo eso bastó para causarme terror. Cogí mi bolso, mi chaqueta y bufanda, para salir con dirección a la casa de Samuel.
Pocos entienden en la actualidad, el motivo de mis miedos frente al otoño que oscurecía el cielo sobre Blas, pero todo comenzó hace ya mucho tiempo. Él odia esta época, pues su madre murió a finales de abril y esta tristeza siempre termina de explotar para el segundo domingo del mes de mayo, exactamente en el día de las madres. Sus estados de ánimo en esa época del año podían ser abruptos e impulsivos otras veces sólo nostálgicos. Era común verlo desequilibrarse como un balancín.
Así todos los años para la misma fecha, Blas actuaba extraño, y como dije antes, se deshojaba por completo ante los ojos de sus seres queridos, pero el año de nuestros quince a diferencia de otros años, en que se remitía a meterse en problemas en el colegio hasta que lo suspendieran y alejarse de sus seres queridos con una que otra herida en la piel. Sucedió algo que no olvidaré jamás, ese año Blas habló con su padre.
No había sido una conversación amable, no podía serlo, su padre no era un sujeto amable. Lo que a veces era un pequeño accidente o una herida extraña en el cuerpo, se transformó en algo nuevo y a la misma hora en que yo bebía un té en la cocina de mi casa, Blas dio un portazo a la puerta de la suya.
No estaba muy segura si eso podía suceder de nuevo. Con ese temor todavía en la cabeza, toqué la puerta de la casa de Samuel y cuando los ojos verdes de Blas se encontraron con los míos, no hice más que comenzar a reír y darle un abrazo.
—Eres un tonto, creí que te había pasado algo—confesé tímida—. Por favor, no te desaparezcas así otra vez.
—No haré nada, Chris, vine a ver a Samuel para terminar el trabajo.
Samuel salió del taller y yo a toda velocidad me desprendí del cuerpo de Blas, y le saludé.
—Hey—Me dijo mirando la escena—, ¿qué haces aquí?
No supe cómo reaccionar y renegando del enunciado, comencé a hablar con Blas.
—Tú abuela me llamó porque no sabía dónde estabas, la preocupaste.
—Ya llamó para acá, Chris—aclaró Samuel.
Jugué con mis pies, mientras intentaba omitir que me sentía como la tonta más exagerada del mundo. De todas maneras, no me arrepentía. El día en que Blas se fue, su abuela y Samuel me llamaron preguntando por él en la noche. Los tonos habían sido distintos, pero ambos fueron igual de preocupantes:
—Chris, ¿has hablado con Blas?
—No, pero su abuela acaba de llamarme. Dice que no ha regresado.
—Chris...Es mi culpa. Te hice caso.
—¿Hablaste con él?
—Había que terminarlo y...—Samuel se puso a llorar y recuerdo que en ese momento comenzó el temor.
—¡¿Qué le dijiste?!
—Discutimos, es mi culpa. Yo iré a buscarlo—sentenció. Aunque no lo encontró, porque es difícil encontrar a alguien que no sabe dónde está.
Cuando Blas regresó a nuestras vidas, lo encontré bajo el árbol de serbal.
Era de noche y las hojas le cubrían su cuerpo helado que no paraba de sangrar. Se notaba llevaba bastante tiempo de esa manera. Tenía moretones en el rostro, cardos en la ropa y un tajo en la frente que no paraba de sangrar.
Grité pidiendo ayuda, pero el tiempo se hizo lento e infinito. Parecía haber sido congelado por el frío que despedía el cuerpo de Blas. Me aferré a él, mientras escuchaba a mis padres acercarse. No tengo conciencia si lloré ese día o cuánto tiempo en realidad, transcurrió, pero recuerdo la humedad de las hojas de serbal enrojecidas.
Sólo me desprendí de Blas cuando la ambulancia llegó. Me quedé sentada en los escalones de la entrada observándolo todo. En el cielo no había estrella alguna y las ramas del serbal se agitaban con los pequeños frutos rojos que permanecían acurrucados bajo el manto de la luz que despedía la ventana de la cocina. Estaban ahí, recordándome lo que había sucedido. Ahora, al ver aquel serbal, recuerdo las hojas cayendo, los frutos agitándose y la sangre siendo absorbida de manera grosera por la tierra que alimentaba ese árbol sin reparar en cómo.
Blas había ido a verme y nunca supe del todo su motivo, pero el recuerdo de ese día se repite sin parar en mi cabeza.
—Estoy bien. —Me dijo Blas girando para demostrarme que estaba entero y que aquel incidente no se repetiría.
Comencé a llorar y a reír a carcajadas.
—Me alegra.
Mis pensamientos de felicidad retornaron a la realidad con un estrepitoso golpe de puerta. Blas y yo intercambiamos miradas de confusión al notar que Samuel se había encerrado en su estudio sin decir nada.
— ¿Qué le sucedió? —pregunté viendo aquella puerta que nos separaba.
—No te preocupes, ya se tranquilizará. —Me consoló Blas.
Supongo debo haber puesto rostro de espanto, porque no estaba acostumbrada a ese tipo de tratos por parte de Samuel y Blas no paraba de calmarme.
—Espera aquí—ordenó adentrándose en el estudio y yo obedecí paciente, hasta que de pronto él salió y cogiendo su abrigo, empezó a abandonar la casa—. Ven, vamos, Chris, el artista no tiene ánimos de soportarnos.
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Las cosas detrás del sol
Teen FictionChristina, Samuel y Blas han sido amigos desde la infancia, pero el otoño se acerca y ninguno se siente preparado para las ráfagas de viento que anuncian un invierno duro. El recuerdo de un horizonte soleado en el fin del mundo, es lo único que par...