Mi familia cambiaba con la presencia de Nino en casa, mi madre se volvía más nerviosa y tímida y mi padre se transformaba en una roca dura y exigente. Tan contrarios eran a la personalidad que yo conocía, que me asustaba verlos en casa y había días en que sólo me escurría a mi habitación.
En esos momentos me dedicaba a escuchar música y ver vídeos graciosos en internet, como si así pudiera amagar algo que se gestaba en mis adentros. Era como una rabia punzante que se borraba con los minutos avanzando en la pantalla y las cientos de pestañas abiertas.
Conocí a mi hermana a través de fotografías y sé que cuando ella tenía dieciséis, era tan preciosa que se tornaba difícil borrarla de tu cabeza. Nino no parecía reparar en esos detalles. Ella solo parecía querer correr o al menos, es lo que creo quería, pues se fue y lo único que dejó en casa fue unos aros que mis padres le habían regalado y una carta que mamá todavía esconde en un cofre. Esta carta sólo dice: "Será mejor así, tú y yo tenemos muchas heridas. Espero comprendas".
No quería enojarme con mi hermana por haber llegado, pues la verdad no quería que se fuera nunca, pero la forma en que reaccionaban mis padres ante su presencia no dejaba de alterarme.
Adiós debía decirle a mis padres sonrientes, a mis padres casi ancianos, listos para vivir las mejores épocas de su vida. Con la llegada de Nino se fueron las noches de películas, y las cenas de sábado por la noche en la pizzería. Algo en mí me decía que la infancia se había ido, pero que no quería culpar a Nino, pues no lograba comprender qué había sucedido.
Al escapar del colegio no supe dónde ir, correr a casa ya no era opción, así que me senté en un columpio y comencé a balancearme. Quería pensar claro, y no podía eliminar los retortijones que me causaba el haberme escapado del colegio. No me gustaba ser una mala persona y que mis cercanos pensaran que actuaba de la manera incorrecta, pero mi miedo había sido mayor y no quería ver a Blas.
Cerré los ojos y rogué que el cielo comenzara a chispear y cuando así fue, una sonrisa se escabulló en mi rostro. Me sentía libre.
No tenía ánimos de cuidar a nadie, no quería alegrar a Samuel cuando Mariela lo hiciera llorar, no quería cuidar a Blas cuando el otoño nos golpeara y mucho menos, quería preocuparme por mí y cuando llegué a esa conclusión, pude notar que me sentía mal y la sonrisa se borró por completo.
Salté del columpio y me encaminé a casa, lista para recibir cualquier reproche, pero al llegar a nadie pareció importarle mi presencia. Para ese momento mi padre discutía en la cocina a viva voz con Ninoska:
— ¿Sobre qué hablaron?
—Nada, no le dije nada.
— ¡Eso no fue lo que me dijeron tus amigos!
Nino se cruzó de brazos.
— ¡¿Y desde cuando te importan mis amigos?! ¡¿Desde cuándo te importa mi vida?! Ya soy una adulta, reacciona.
— ¡Me importa desde que te volviste a vivir a esta casa! —gritó mi padre como nunca antes lo había visto gritar.
Mi madre lloraba en la sala, lancé las cosas en el suelo y me senté a consolarla. No entendía qué estaba pasando, pero mi familia estaba cambiando. Nunca había visto a mi madre llorar así o a mi padre gritar de esa forma.
— ¡¿Quieres arruinar tu vida?! ¡¿Quieres arruinar tu vida?! —Le preguntaba mi padre a mi hermana— ¡Pues hazlo sola, pero no arruines la de tu hijo!
Mi hermana lloraba y se escuchaban sus sollozos a pesar de que parecía estar haciendo esfuerzos en apagarlos.
—Ya va a pasar—susurré tranquilizando a mamá, ella asintió con la cabeza, mordió su labio inferior y gritó:
— ¡Basta, Joaquín, déjala en paz!
Mi padre salió de la cocina, estaba enfurecido y con lágrimas en los ojos, centró sus reproches en mí:
—¿Quieres ser como tu hermana? Porque si te escapas del colegio otra vez serás como ella, ¿entendido? —Negó con la cabeza y posó sus manos en su cinturón liberando un suspiro— ¡Ya no puedo más! ¡Ya no puedo más! ¿Es tan difícil querer hijas que me obedezcan al menos una vez? Sólo una vez, Clara, sólo una vez.
—Tus hijas son perfectas—afirmó mi madre sin ápice de ceder.
Estaba enojada y lista para atacar en defensa de algo que yo no lograba vislumbrar.
Mi padre tiritaba mientras lloraba y yo no sabía qué sentir, miré a Nino con odio, en parte, porque por primera vez en mucho tiempo recordé mi rabia hacia sus ausencias y su marcada presencia. Que me hubiesen comparado con Nino en ese momento, me hizo sentir vulnerable. Lo primero que pensé, fue en culparla, aunque creo fue una pésima deducción.
Nunca mis padres habían llorado por algo que hiciera mal, pero por ella lloraban mucho. Odiaba la idea de ser comparada con su persona. No lograba entender qué pasaba en ese lugar y mi corazón palpitaba intentando amagar las lágrimas, pero no pude y la casa se inundó aquella noche.
— ¡Muéranse todos! —dije encerrándome en mi pieza y luego me arrepentí, pero ya era tarde. Era tarde para capturar a aquellas palabras de su escape inminente, pero estaba a tiempo de pedir disculpas y cuando lo hice por alguna razón que luego, se tornó evidente, no me sentí tranquila.
Nunca entenderé porqué el mundo pareció cambiar cuando volvió Ninoska, ni tampoco cuántas heridas hubo antes de que yo tuviera conciencia de mi existencia. Sólo sabía que mis padres eran diferentes con ella y me parecía triste.
Si me hubieran dado a elegir entre conocer esa nueva faceta de mis padres y vivir en la ignorancia me hubiera costado elegir, pues deseaba seguir viendo a Nino.
Una vez en nuestros paseos, le pregunté a ella qué sucedió con mis padres antes de que yo naciera, y si me podía explicar las razones de que se fuera de la casa y ella sólo me dijo:
—Preciosa, el mundo era diferente antes, eres afortunada. —Me sonrió y comenzó a manejar.
ESTÁS LEYENDO
Las cosas detrás del sol
Teen FictionChristina, Samuel y Blas han sido amigos desde la infancia, pero el otoño se acerca y ninguno se siente preparado para las ráfagas de viento que anuncian un invierno duro. El recuerdo de un horizonte soleado en el fin del mundo, es lo único que par...