Al día siguiente no fui a clases, me levanté a las siete de la mañana, y acompañé a mis padres a pegar carteles. Lo bueno de vivir en una ciudad pequeña, es que todo el mundo ayuda si se trata de cosas graves, así fue como papá logró conseguir que se hablara de ello en el diario local y en las noticias.
Mientras mis padres conversaban con los periodistas, yo me encargué de entregar panfletos en la plaza.
Mi cuerpo tiritaba, a pesar de que tenía bufanda, abrigo, gorro y guantes. El buen invierno estaba dando sus primeros atisbos de vida y mis ojos se mantenían abiertos, listos para recibirlo con todas sus furibundas noticias.
—Va a nevar. —Me dijo un hombre mirando el cielo, tras haber cogido mi panfleto.
—Espero que no—rogué mientras lo veía alejarse, pero los copos comenzaron a caer a eso de la una.
Con mis padres decidimos comer en un restaurante y pudimos ver como la plaza se cubría de nieve. Un silencio mortal nos envolvía a los tres y era fácil darse cuenta que nada volvería a ser lo mismo, sin importar si Nino se iba o volvía. Ya estaba en todas mis ideas y sólo el silencio lograba comunicar esos pensamientos.
Habíamos dejado a Fernandito con una amiga de la familia, ya que el clima no estaba propicio para sacarlo a tomar el aire, pero nosotros todavía debíamos buscar a mi hermana y no habría descansos con nieve o silencios.
—Creo que tendrá buena cobertura la búsqueda—masculló mi padre.
—Ojalá—dijo mi madre con los ojos apagados.
Cuarenta y ocho horas pueden llegar a demorarse los sistemas de búsqueda en iniciar actividades. El marido de Nino era violento. El pronóstico no era muy bueno. Era fundamental que nosotros comenzáramos lo más rápido posible. Tras pensar esto tragué saliva y me guardé cualquier lágrima. Nada de eso serviría si quería encontrar a mi hermana.
Durante la tarde, me hice cargo de mi sobrino y mis padres siguieron en labores de búsqueda.
Blas y Samuel se habían enterado ya de lo sucedido y se quedaron conmigo en la casa, creo que querían animarme, así que decidí sonreír, aunque dolía y más si al ver afuera la ventisca podía matar gente de hipotermia.
—¿Quieres que ponga la mesa? —preguntó Blas a eso de las seis.
—Sí, gracias. —Le indiqué el mueble donde estaba la loza y yo puse a hervir agua.
Estaba agradecida de mis dos amigos. Ellos por lejos son las mejores personas que he conocido.
Sonreí tras notar que Samuel y Fernandito parecían conocidos de toda la vida, la facilidad que tenía con los niños me parecía increíble. Samuel se tapaba los ojos y luego hacía caras graciosas. Fernandito parecía estar a punto de darse vuelta en el suelo de tanta risa.
—Creo que piensa como un niño, por eso es tan raro—comentó Blas mirando a Samuel y tomando asiento en la mesa junto a mí.
—Es probable—aprobé sin poder parar de mirarlos—, pero tú también puedes actuar como un verdadero niño.
—Tú también eres una inmadura. Por eso eres nuestra amiga, ¿no? —dijo Blas, jugando con un mechón de mi cabello que se encontraba depositado sobre la mesa.
—Puede ser.
De pronto, Samuel reparó en que los observábamos y sonrió.
—Vengan a jugar.
—Estoy bien así—enunció Blas firme.
En cambio yo, me levanté de mi asiento y fui a jugar con los dos, haciendo que Blas al cabo de un rato, también compartiera nuestra diversión. Jugamos con los trenes, los dinosaurios, los cubos y las pelotas. Cada una de las cosas que Fernandito elegía para nuestra diversión, esas usábamos.
— ¿Y tú cómo estás? —Me preguntó Samuel, una vez Fernandito se durmió y nos sentamos en el sofá.
—Asustada—respondí escondiendo mi cuerpo entre mis dos amigos.
El perfume amaderado que durante tantos años me había acompañado, estaba ahí, muy cerca, en los suéteres de mis dos amigos y por alguna razón sentí la tranquilidad de las suaves palabras de Nick Drake aconsejándonos otra vez. Cerré los ojos un momento y me dejé llevar por esa tranquilidad un instante.
— ¿Ya hablaron con su marido? —preguntó Blas aterrizándome en mi verdadero escenario.
Negué con la cabeza.
—Todavía no logramos contactarlo, creemos que...
Samuel me tomó la mano y me miró a los ojos.
—No tienes que preocuparte, Nino es grande y muy inteligente, igual que tú.
Blas me sirvió otra taza de té y dispuso un paquete de galletas.
—Come, lo necesitarás.
—Gracias, Blas.
—No es nada.
Estoy agradecida de tener personas tan buenas a mí alrededor. Estoy agradecida de haberlas conocido y haber podido enfrentar esos momentos difíciles y muchos otros a su lado, haciéndolos más llevaderos. Estoy agradecida de haber compartido tantos recuerdos con personas tan cálidas.
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Las cosas detrás del sol
Novela JuvenilChristina, Samuel y Blas han sido amigos desde la infancia, pero el otoño se acerca y ninguno se siente preparado para las ráfagas de viento que anuncian un invierno duro. El recuerdo de un horizonte soleado en el fin del mundo, es lo único que par...