CAPITULO 1

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A toda prisa, Sakura se quitó lo que llevaba puesto y se quedó de pie en ropa interior, contemplando su reflejo. Quería tener el mejor aspecto para sai aquella noche. No había tenido tiempo de ir a casa a cambiarse y no le quedaba más remedio que arreglárselas en el estrecho servicio de señoras que estaba en la planta de abajo de la oficina, con aquella luz despiadada y el típico olor a humedad de los sótanos. El vestido nuevo colgaba de la puerta del cubículo; no era el clásico negro ni tampoco uno a lo vampiresa de piel de leopardo, sino un elegante vestido de mil dólares, de un tono rosa claro y resplandecientes destellos gracias a unos adornos geométricos de cuentas opalescentes; un atuendo de cenicienta, elegido para darle un aspecto femenino y delicado como el de una muñeca de porcelana. Esa era la imagen que quería conseguir.

«¿Por qué no vamos a algún sitio especial? - le había propuesto Sai mientras desayunaban el lunes por la mañana - algún sitio donde podamos hablar.» De inmediato, una batería de preguntas asaeteó la mente de Sakura: hablar ¿de qué?, ¿por qué no podían hacerlo en el apartamento? Prefirió no preguntar y optó por irse de compras.

Sin embargo, durante toda la semana las palabras de Sai no dejaron de martillearla, como una bomba de relojería instalada en la boca del estómago. ¿Había llegado el momento? ¿Por fin estaba a punto de convertirse en Señora de, podría refunfuñar sobre la situación de los colegios y el estado del césped de su urbanización?

Con cierto temblor en la mano, abrió el grifo y se mojó las mejillas con agua fría. Ahora tocaba la fase de embadurnarse con la pintura de guerra. Empezó a maquillarse: lápiz perfilador para oscurecer las pálidas cejas; un poco de rímel para centrar en foco en sus ojos verdes. ¿Qué barra de labios? Obviamente, Rubor de Beso; ese sí era adecuado. Se lo extendió con soltura sobre los labios y forzó una sonrisa para comprobar con satisfacción el perfecto contraste del blanco de los dientes entre el rojo. «Yo uso hilo dental, tú usas hilo dental, y que Dios bendiga a la industria dental norteamericana.»

¿Y si no era lo que ella estaba pensando? Quizá Sai solo quería hablar del nuevo recibo de la comunidad o ultimar los detalles de su viaje a Inglaterra. Sakura ladeó la cabeza para colocarse un pendiente mientras sopesaba esa posibilidad. La descartó. Sai era abogado, y además hombre. Seguir costumbres fijas era su segunda piel. Todos los años se compraba los trajes en las rebajas de enero; siempre dos, siempre Armani, bien en azul marino o en gris marengo. Llamaba a su madre todos los domingos a última hora de la tarde, tenía su ataque anual de alergia el 2 de febrero, coincidiendo con el Día de la Marmota, y sus propinas eran siempre el diez por ciento justo del importe de la cuenta. Nada en Sai era impredecible, gracias a Dios. Si quería «hablar», era porque tenía algo importante que

Manteniendo con dificultad el equilibrio a lo flamenco, primero sobre una pierna y luego sobre la otra, Sakura consiguió subirse las medias hasta arriba, para introducirse después con sumo cuidado en el precioso vestido rosa y ajustárselo al cuerpo, temblando al sedoso contacto de aquella opulencia. Subió con perfecta soltura una oculta cremallera lateral que vino a ceñirle sus reducidos pechos y, por obra de un milagro, a crearle un discreto escote. Encajó los pies en unos zapatos planos. Unos retoques, una ráfaga de perfume y ya estaba lista. ¿Tenía el aspecto adecuado para su papel? Sakura se descubrió la mente desbordada de palabras con las que nunca se había identificado:

Prometida, pedida, luna de miel, señor y señora... papá y mamá. Se sujetó al lavabo con las dos manos y se observó de cerca: una cara afilada y estrecha, una piel tan pálida como la mantequilla, piernas y brazos largos. - Era alta en comparación con otras personas que hacían parte de su entorno; Se tocó la melena recién cortada, tenía un pelo tan claro que casi parecía incoloro con aquella luz. «La bella Sakura», solía decirle su madre, dándole el nombre de una bella flor de cerezo, amada por todos los hombres. Pero eso fue cuando tenía seis años. Imposible saber lo que su madre diría ahora de ella.

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