CAPITULO 5

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«... Una brizna plateada se alejaba diáfana por detrás de la luna, suspendida en el pozo de tinta de la noche. Mientras la contemplaba, Garth sintió una sacudida oscura y primitiva en las entrañas y emitió un gemido de añoranza como el graznido de un ganso abandonado a su soledad. Se sentía descender cada vez más a los abismos en un torbellino de desesperación. ¿Es que no iba a haber nada de amor para él sobre este cruel universo simplemente porque tuviera la piel negra?»

Naruto se puso el lápiz por encima de la oreja. Pasó la mano dubitativa por la página. ¿Por dónde empezar? Al final, se contentó con corregir la errata de diáfana, rodear con un círculo el ambiguo participio «suspendida» y dio dos nerviosos mordiscos al lápiz antes de volver a colocárselo en su lugar de reposo.

Serían las siete. En las últimas dos horas había fregado los cacharros, limpiado el salón, dejado una taza de té junto a la cama para la comatosa Sakura y sacado la basura. En aquel momento estaba sentado en el sofá frente al ventanal, con los pies metidos en las zapatillas y cómodamente estirados sobre el brazo del otro extremo, y con un fajo de papeles encima del pecho.

Comprobó cuántas páginas quedaban y suspiró. Por lo que había podido adivinar, Prohibido, con copyright universal de Hinata Hyuga, era una trágica historia de amor durante la Guerra Civil, entre una versión feminista de Scarlett O'Hara y un esclavo negro que al parecer estaba familiarizado con el existencialismo. La experiencia le hacía ver que no se trataba de una parodia.

¿Qué iba a decirle? Evidentemente la verdad no. No podía. Algunos fragmentos no estaban del todo mal, pero en conjunto era un bodrio. En su fuero interno, Naruto tenía serias dudas de que la escritura creativa se pudiera enseñar. Se quedó valorando la palabra «creativa», que le traía a la mente mujeres con vaporosos vestidos bailando descalzas y adornos romos, hechos de conchas de mar. La buena escritura era un oficio y la gran escritura, un arte; en realidad la escritura creativa no era por lo general nada.

Pero necesitaba el dinero. Por la misma razón escribía críticas y reseñas en revistas. Lo que le pasaban al mes ya no le llegaba para vivir. Pensó resentido en su padre, con su casa de la playa, su casa de la montaña y también la casa de Uzumaki, sus costosos puros habanos y sus aún más costosas esposas. Papá no tenía ni idea de lo caro que era vivir en Manhattan. La mensualidad apenas le daba para el alquiler, pero cuando se le ocurrió pedirle más, lo único que obtuvo fue la famosa sonrisa de gallito de su padre y la sugerencia de que se buscara un trabajo de verdad. No era de extrañar que todavía no hubiera acabado la novela. Un escritor necesitaba respirar aire puro, el aire del Olimpo de la imaginación, liberado de preocupaciones insignificantes, sin contaminar su talento con la degradante búsqueda de un trabajo remunerado.

Con todo, tenía sus compensaciones. Fue pasando partes del guion de Hinata para ver si había alguna escena picante; así podría inspirarse un poco para aquella noche, suponiendo que lograra hablar con ella, claro. Por desgracia, Hinata era más bien dada a la metáfora, aunque Naruto se animó un poco al leer una referencia a «la orgullosa protuberancia masculina». Dejó caer la cabeza en el brazo del sofá y cerró los ojos, imaginándose cómo podría resultar la velada. Primero, la llevaría a tomar unas copas al bar Z, donde podrían beberse unos cócteles en la terraza que había en la azotea y espiar a los famosos que hubiera por allí; a las chicas siempre les gustaban esas cosas. Lo principal era ventilarse la parte seria al principio de la noche, así que sacaría el guión cuanto antes y le haría una crítica. Practicó mentalmente algunas frases: es un concepto original... aguda observación... interesante... –no, mejor un uso más deslumbrante de la sonrisa–. Excelente puntuación. Después, más o menos en el segundo cóctel, le propondría un corte imprescindible, quitar, por ejemplo, la trama paralela del personaje al que le amputan un miembro del cuerpo, algo que la obligara a ponerse emocional. Discutirían, tal vez ella hasta se pusiera a llorar, él le pediría disculpas, se arreglarían y se irían a algún restaurante oscuro y enrollado, para después dejarla otra vez en casa.

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