CAPITULO 33

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–Una cama estupenda.

Naruto no dejaba de botar sobre el colchón de la cama con dosel, al tiempo que una nube de pequeñas partículas de polvo salía despedida de las desgastadas colgaduras. Miró hacia arriba en medio de la polvorienta nebulosa. No le hubiera sorprendido lo más mínimo que viviera allá arriba una familia entera de ratones, que llevaran allí viviendo generaciones y generaciones, desde los tiempos de la reina Isabel I. Sir Ratón y lady Ratona, con sus aristocráticos ratoncillos. Se imaginó cómo sería su escudo de armas: una rata rampante por el borde de un trozo de queso Cheddar, con un lema en latín: In lectum non catum. Se tumbó riéndose levemente.

Aquella bebida rosa que le había dado el padre de Sakura tenía un efecto impresionante.

–Me alegro de que te guste. –Sakura se disponía a sacar las cosas de su maleta–. Tendrás oportunidad de admirar todos los detalles desde ahí –dijo, señalando hacia una parte de la habitación–. Desde la chaise-longue.

Naruto apoyó la cabeza en un codo para echar un vistazo a aquella pieza del mobiliario, con forma angular, que tenía el aspecto de una cruz, algo intermedio entre una litera de cárcel y una antigua silla de dentista.

– ¡Oh, venga ya! Soy demasiado alto. ¿Quieres que vaya a la boda con el aspecto del jorobado de Notre Dame?

–No, no digas «notre dan». Estamos en Europa. Aquí tienes que decir «notgre dahm»; así es como se pronuncia. Y deja de poner esa cara tan fea.

Ok, madame. Pero yo no voy a dormir en esa cosa.

–Uno de los dos tendrá que hacerlo. No te olvides de que no somos una pareja de verdad, solo estamos haciendo como si lo fuéramos.

–Qué alivio. Porque no sé cuánto tiempo voy a aguantar con tantas cursiladas. ¡Ay! ¡No me has dado!

Naruto se agachó hasta el borde de la cama para recoger el misil que Sakura le había lanzado, uno de sus zapatos. (De los ocho pares que se había traído, ocho, como pudo descubrir cuando se ofreció galantemente a llevarle la maleta en el aeropuerto y estuvo a punto de quedarse sin brazo.) Le dio la vuelta al zapato en la mano, sorprendido de ver la fragilidad del elevado tacón afilado y las estrechas tiras que, de alguna manera, mantenían el artefacto adherido al pie. Volvió a lanzárselo.

–Ahí tienes, Cenicienta.

Sin hacer ningún comentario, Sakura lo depositó en el enorme armario de madera labrada que se inclinaba hacia delante formando un ángulo peligroso sobre el desnivelado suelo del dormitorio, y siguió desempaquetando sus cosas. Naruto decidió hacer lo mismo. Sakura había mantenido aquella actitud, tensa como un alambre, desde que habían aterrizado. Durante aproximadamente la primera hora del prolongado trayecto hasta Cornualles, él apenas había podido concentrarse en el paisaje, ya que estuvo todo el rato mirando al indicador de velocidad del coche alquilado, que en ningún momento bajó de los 140 kilómetros por hora. Sakura conducía de la misma manera que lo hacía todo, con rapidez, aire desafiante y un punto de peligro.

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