CAPÍTULO 8

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Mientras Ino intentaba captar la atención de la camarera, Sakura se quedó pensativa mirando a su amiga, su rostro expresivo y vivaracho, su cremosa piel y su larga masa lisa de pelo rubio, su voluptuosa figura que hacía caso omiso del culto a los cuerpos esqueléticos, y se sintió de repente furiosa contra la estúpida población masculina de Nueva York. Todos los hombres deberían desvivirse por conseguir a Ino.

–Y si has dejado de salir con hombres, ¿dónde estabas el viernes cuando yo te necesitaba imperiosamente?

En casa de mi hermana, cuidando al niño. Le di el biberón a kazumi y le canté una canción; después me bebí dos Martinis con vodka y recalenté los espaguetis, puse la cinta de Cuando Harry encontró a Sally por décima vez y me quedé dormida en el sofá.

–La noche perfecta.

–A las pruebas me remito. –Ino adoptó una actitud de suficiencia–. Y ahora, escúchame. Lamento no haber estado en casa el viernes, pero sabes que puedes dormir en mi sofá durante todo el tiempo que quieras. Me encantaría.

–Gracias, Ino, pero me voy a quedar en casa de Naruto. Ahora estoy allí.

–¿Es ese rubio alto que estaba en la fiesta de la playa el año pasado?

–Si iba rodeado de un surtido de ninfas, probablemente.

–Mmmmm. – Ino se relamió los labios en un vulgar gesto italiano–. Podrías presentármelo formalmente un día de estos.

Sakura frunció el ceño.

–Pero si acabas de decir que ya no te interesan los hombres.

–Lo que he dicho es que el matrimonio no es una posición defendible para una feminista. Siempre puedo revisar mi teoría. Los ojos de Ino se iluminaron.

–Vale... siempre que tengas bien claro que Naruto no es material con el que una se pueda casar. – Sakura sintió que era su deber advertir a su amiga–. Si quieres, digamos ir a la playa o ver una película antigua, o hacer cualquier cosa descabellada como ir a patinar sobre hielo al Centro Rockefeller, entonces Naruto es el compañero perfecto. Para todo lo demás, está todavía en pañales.

–Pero a ti te gusta –señaló Ino.

–Yo soy distinta, soy inmune.

–Ya entiendo. Bueno, quédate en su casa si quieres, pero ten cuidado.

–No hay necesidad, solo somos amigos.

–Los hombres son raros, te ven por ahí con la toalla de baño o en ropa interior y de pronto les entran ganas de abalanzarse sobre ti. Es algo instintivo.

–¿Abalanzarse? –repitió Sakura–. ¿Naruto?

Se imaginó a un gorila rubio en pantalones vaqueros cortos y con gafas, lanzándole una mirada lasciva desde la maraña de maleza.

–Ríete, pero la proximidad es la primera ley de la atracción sexual. Los hombres son vagos, cogen lo que tienen a su alcance. Por eso todos se lían con sus secretarias. La gente se cree que es porque las secretarias son jóvenes, guapas y serviles, pero es sencillamente porque están ahí. Si pudieran, las pedirían de encargo por teléfono, desde el despacho. –Ino se acercó a la oreja un auricular imaginario y bajó un poco la voz–: Una, poco hecha, que le guste el sexo de lado, descarte las gruñonas.

–¡Para, por favor! – Sakura se aclaró la garganta–. Casi me trago la piedra esta de lichi.

Ino estaba mirando el reloj.

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