CAPITULO 31

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El padre de Naruto siempre había sido un purista respecto a las formas externas de conducta social. Un verdadero caballero sureño, invariablemente puntual, cortés con las damas y elegante en el vestir, lo que significaba llevar siempre chaqueta, corbata y zapatos de cuero con cordones (los zapatos sin cordones eran para las mujeres, los extranjeros y los yanquis). Por lo tanto, Naruto calculó con precisión hacer su entrada en el bar King Cole del Hotel Saint Regis veinte minutos más tarde de la hora de la cita, vestido con una camisa sin abotonar, en zapatillas de deporte y con Hinata detrás, sin prestarle demasiada atención. Como era domingo y todavía no se había hecho de noche, la sala panela da en madera estaba poco concurrida. No obstante, aunque hubiera estado atestada, a Naruto no le habría costado ningún trabajo ubicar a su padre con solo buscar la figura de un camarero inclinado con deferencia sobre alguna de las mesas. En todos los establecimientos que frecuentaba, su padre no tardaba en granjearse la más absoluta fidelidad del personal, y con frecuencia solía presentar al barman como «mi viejo amigo Alphonse» o «Eddie, el mejor camarero de este lado del Minato-Dixon», antes de pedirle que le hiciera algún servicio especial. No había ninguna duda de que, en la esquina del fondo, aquella figura sentada confortablemente a la mejor mesa del local era su padre, que charlaba amigablemente con una especie de mayordomo ataviado con guantes blancos. Casi podía adivinar el tema de su conversación: estaría diciéndole algo así como: «De todos los sitios que conozco...» o bien «Nueva York, el agujero más infecto del universo...».

Hinata lo agarró del brazo.

– ¿Es aquel? –susurró.

–Sí. –Se había pasado todo el día interrogándole, hasta la extenuación, para que le contara todo tipo de detalles–. Aquel de allí es mi padre. Ahora verás.

Entonces, Hinata emitió un murmullo de aprobación.

–Es bastante guapo, se parece a ti.

–Bueno, no tanto.

A medida que se iba acercando a la mesa, Naruto experimentó una mezcla confusa de sentimientos filiales, rebeldía, resentimiento, culpabilidad y una especie de familiaridad que se parecía bastante al afecto, aunque probablemente, se dijo a sí mismo, no sería más que el impulso inevitable de la genética. En aquel preciso momento, la rebeldía era lo más agudo. No estaba dispuesto a volver a casa para trabajar en el negocio familiar, ni aunque su padre se lo suplicara. Estaba decidido a pedirle un aumento de su asignación, nada excesivo, solo un aumento razonable de acuerdo con su edad y la vida que llevaba.

El padre se levantó de la silla, alto y corpulento como Naruto, con aspecto de sentir agrado al verlos. Se había vuelto a cortar el bigote; tenía el cabello blanco y espeso, escrupulosamente peinado y con la raya marcada: un hombre guapo, sin duda, aunque ya había pasado de los sesenta y cinco.

–Naruto, hijo mío, ¡qué gusto me da verte! –Le apretó la mano con calidez, y con la otra le sujetó por el hombro, en un gesto a mitad de camino entre el abrazo y el placaje.

–A mí también me agrada verte... –Justo a tiempo, se interrumpió para no pronunciar el «padre» que le habían obligado a decir desde muy pequeño–. Te presento a Hinata –dijo, señalándola como si fuera un trofeo o un escudo.

El rostro del padre se iluminó de interés. A papá le gustaban las mujeres, y a ellas él solía gustarles. Naruto había manifestado que no había ninguna necesidad de que Hinata se pusiera tan elegante para conocer a su padre, pero en aquel momento no pudo evitar un sentimiento de agradecimiento por la apariencia impecable de ella, con aquel vestido negro tan delicadamente sexy.

Tras los momentos de absurda confusión de tomar asiento y decidir lo que bebían, el padre sugirió una copa de champán rosa para la encantadora acompañante de su hijo; Naruto vio cómo los dos se entusiasmaban por el hecho de que ella nunca lo hubiera probado; le iba a resultar muy emocionante, y su padre se sentiría orgulloso de haber sido él el que le diera la oportunidad, bla, bla, bla. Solo por molestar, Naruto pidió una cerveza. Durante aquella absurda pantomima, el padre le presentó al servicial camarero como «mi buen amigo George».

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