CAPÍTULO 14

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Naruto abrió la puerta de su habitación. Llevaba puesta una camiseta de pijama arrugada y unos calzoncillos desteñidos, con un beso de lápiz de labios estampado en la nalga derecha. Después de recobrar por completo el equilibrio, apoyado en el quicio de la puerta, emprendió una trayectoria que, con un poco de suerte, lo llevaría a atravesar el lado norte del salón y dar la vuelta a la esquina del pasillo en dirección al cuarto de baño. Con paso de autómata y los ojos medio cerrados por el sueño, consiguió dar la vuelta a la esquina y alcanzar de un manotazo la puerta del cuarto de baño, como hacía siempre. Normalmente se abría al instante con suavidad; aquel día casi le costó la muñeca. ¡Estaba cerrada con pestillo! Retrocedió de inmediato y se tocó repetidas veces el brazo, resentido de dolor.

-Será solo un segundo -chirrió una voz, una voz femenina: Sakura. Naruto se olvidaba continuamente de que ella estaba allí.

Se oyó entonces el chorro del agua, lo que indicaba que acababa de empezar a ducharse. Las mujeres tardaban siglos. Murmurando entre dientes, se dirigió a la cocina, la atravesó y abrió la puerta que daba al patio, aquel vertedero de malas hierbas y cajas de cartón en proceso de putrefacción.

Después de dar unos cuantos pasos por el desigual piso de cemento, acabó orinando con fuerza sobre un seto de diente de león. A medida que se le iban despejando los sentidos, fue consciente de un molesto ruido silbante. Por fin Naruto logró ver una cosa marrón pequeña en el muro trasero: un estúpido pajarillo cantarín. Detestaba las manifestaciones de alegría por las mañanas.

Algo que se ondulaba en un lateral le llamó la atención por el rabillo del ojo, giró la cabeza y se quedó boquiabierto. Habían puesto una improvisada cuerda de tender en una de las esquinas del patio, y de ella pendían distintas piezas de indudable apariencia femenina, incluidos delicados manojillos de ropa interior. Era espantoso. ¿Qué pensarían los vecinos? Sobre todo, Iruka Umino, el del piso de arriba, que estaba prácticamente adherido a su esposa y dependía de Naruto para vivir una masculinidad brutal, sin domesticar. Cruzó sin dudar el accidentado terreno, arrancó las ropas de la cuerda y las metió para adentro.

El plan que había pergeñado consistía en colocarse con un sillón en medio del trayecto de Sakura hacia su dormitorio, y hacer mientras mucho ruido, al pasar con impaciencia las hojas del periódico hasta que por fin ella saliera. Pero, para su sorpresa, encontró el cuarto de baño ya vacío exhalando un vapor cálido y perfumado. Puso gesto de disgusto. ¿Y si aquel olor había invadido las cañerías? No tenía ningún interés en salir de allí oliendo a chica.

Acto seguido, él también se encerró en el cuarto de baño y solo cuando estuvo dentro se dio cuenta de que aún estaban allí las prendas de Sakura. Las apiló sobre la taza del váter, echó agua en el lavabo y se cubrió la cara con espuma de afeitar. Hundió la cuchilla en el agua caliente y se rasuró una larga tira de espuma. ¡Ay! Soltó un leve quejido, y se frotó la mejilla dolorida con agua fría; después se acercó al espejo para valorar el daño. Tenía la mitad de la cara cubierta de pequeños puntos rojos que empezaban a sangrar. ¿Qué le pasaba a aquella cuchilla? De inmediato supo la respuesta. Abrió la puerta del cuarto de baño.

-¡Sakura! -gritó.

-Buenos días, Naruto -dijo una voz que estaba a unos cuatro metros de él-. Iba a hacer café, ¿quieres un poco?

Sakura estaba de pie a la entrada de la cocina, limpia y aseada, vestida ya con su vigoroso traje de mujer profesional.

Naruto blandió la cuchilla en el aire, como si fuese a agarrar un novillo a lazo.

-¿La has utilizado para afeitarte las piernas?

-Puede ser. Sí, he sido yo. Perdona. Me dejé la mía en casa de Sai.

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