CAPITULO 37

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De nuevo en el pueblo, recogieron las cajas de polietileno con el pescado conservado en hielo y las guardaron en el coche para dirigirse después a la estación de tren. Sakura no conocía a Suigetsu, aunque ya había oído su nombre un par de veces, emparejado con el de Karin. Todo lo que sabía era que se trataba de un hombre de veintinueve años y que tenía una ocupación muy bien remunerada en el sector inmobiliario. Karin había presumido varias veces del piso súper elegante que tenía su novio, que compartía con ella la mayoría de las noches, en una nave industrial convertida en vivienda en la parte sur del río, con una fabulosa vista de Tower Bridge. Lo había comprado por una ridícula cantidad de dinero, gracias a una transacción comercial algo sospechosa. Pero cuando llegó el tren, no hubo duda de quiénes eran los tres jóvenes que irrumpieron ruidosamente en el andén, con camisas de llamativos colores por encima de amplios pantalones cortos. El trayecto en tren desde Londres duraba cinco horas, y daba la impresión de que se las habían pasado todas bebiendo. Tras colocar las maletas en un carrito para el equipaje, dos de ellos lo empujaron bruscamente por el andén al tiempo que voceaban «viva el novio», mientras el tercero, supuestamente Suigetsu, iba encaramado encima. De pelo blanco con un ligero tinte azul, piel blanca y ojos altaneros por lo pesado de los párpados, resultaba de una belleza insolente. Cuando Sakura se dio a conocer, Suigetsu le miró las piernas y le dijo que podía contar con él en cualquier momento, lanzando grandes risotadas. Sus amigos se llamaban Jugo (el típico jugador de rugby gilipollas, se dijo Sakura a sí misma) y Deidara (de pelo rubio, con cara de haber ido a un colegio caro; en definitiva, el clásico pijo). Los tres tenían una actitud tan estúpida, de niños de parvulario, que si no hubiese sido por Naruto, Sakura no habría sido capaz de llevarles el equipaje en el coche y aguantarlos gritando y protestando en la parte de atrás.

– ¿Y cómo está mi maravillosa princesita Karin? –preguntó Suigetsu, al tiempo que Sakura aceleraba el coche para salir del aparcamiento de la estación–. ¿No habrá cambiado de opinión, no?

–Por supuesto que no –dijo Sakura.

–Mala suerte, Suigetsu –bromeó Jugo–. Eres un hombre marcado. –Y tras decir eso, empezó a tararear la marcha fúnebre.

– ¡Deja de decir sandeces! –gruñó Suigetsu.

–Tiene razón –dijo Deidara–. Hasta que «la muerte os separe» y todo eso.

– ¡Callaos de una vez!

–La muerte o el divorcio –añadió Deidara.

– ¡Que te calles!

Sakura oyó una bofetada en el asiento de atrás.

–Pero ten en cuenta que todavía te queda esta noche –dijo Jugo, bajando la voz de forma sugerente–. Aún hay tiempo para que te libres de las garras del matrimonio.

–Como decía aquella actriz en la escena de...

– ¡Shhhh!

Los tres hombres estallaron en carcajadas y resoplidos. El coche estaba invadido de un olor agrio a cerveza y cigarrillos. Suigetsu les pidió que guardaran silencio mientras hacia una importante llamada de negocios con su móvil.

–Puede que de esta me retire –les dijo–. Hay una comisión de veinte millones.

Sakura apretó el pie contra el acelerador. Le daba igual la fanfarronería de Suigetsu, pero se suponía que Karin amaba a aquel hombre o al menos le gustaba. En cierto modo, Sakura entendió por qué eran pareja. Suigetsu tenía dinero; Karin, las credenciales de una mansión de campo. Los dos eran avaros y ambiciosos. Él se dedicaría a sus transacciones comerciales, mientras que ella iría de compras y a comer, para engrasar el engranaje social de la carrera de su marido. Los dos eran personas de éxito y con gran estilo. No era el tipo de vida que a Sakura le atraía, pero tal vez hiciera feliz a Suigetsu y a Karin. Miró a Naruto y le agradó comprobar como él levantaba ligeramente una ceja hacia el asiento de atrás y abría los ojos, indicándole su complicidad en silencio.

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