CAPITULO 18

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Sakura giró en la Quinta Avenida y caminó enérgicamente sobre sus elevados tacones hacia la calle Madison. Hacía calor, y se sintió a gusto de encontrarse en el exterior un viernes por la noche en medio de todo el bullicio y con una cita pendiente. Aparte de la noche que había estado en casa de Ino ayudándola a hacer un pastel de polenta al limón para otra fiesta de la familia Yamanaka, se había pasado toda la semana encerrada en el apartamento, presa del mal humor y los arrebatos de ira de Naruto, y soñaba verdaderamente con poder salir de allí. Además, Naruto no quería que ella estuviera en casa aquella noche: él y Hinata iban a cocinar la cena, je, je, ¡a cocinar! Y ella se había sentido muy satisfecha de poderle informar que tenía –y era cierto–, una cita.

–¿Ah, ¿sí? –El tono incrédulo de Naruto le había resultado sumamente irritante.

–Sí. De hecho, he quedado con un profesor de literatura inglesa. No me vendrá mal recibir algún estímulo intelectual, para variar.

Al parecer, aquello le resultó tan gracioso a Naruto que se limitó a arquear las cejas con escepticismo, como si la cita que tenía Sakura pendiente no fuera a ser ni mucho menos tan estimulante como la que él anticipaba con Hinata. Los hombres eran descarnados. Solo se concentraban en sus apetitos animales, incapaces de comprender la importancia, para las mujeres, de la vida del espíritu.

Afortunadamente, había excepciones. Sakura no cesaba de repetirse a sí misma las palabras del anuncio que había llamado su atención. Profesor universitario, 36, culto, con sentido del humor, con experiencia de la vida, pero sin heridas, busca mujer madura para encuentros estimulantes. Al final de aquel anuncio aparecía la sigla HBD que, según Sakura había descubierto, significaba Hombre Blanco Divorciado, y ella se había imaginado a un varón atractivo, con ojos interesantes y una sugerente sonrisa. Habían hablado una vez por teléfono, y le habían causado muy buena impresión su educación que casi rozaba la cortesía de los esquemas más formales, y sus ganas de conocerla. Incluso le había citado unos párrafos de Shakespeare que guardaban alguna relación con su «magna obra», como él la llamaba. Aun así, esperaba que no se pasara la noche hablándole en latín.

Se llamaba Danzo, inconscientemente, sacó hacia delante la barbilla, felicitándose a sí misma por su elección. Danzo era un hombre educado, maduro sin ser viejo, acostumbrado a la dureza de la vida, pero sin estar ajado por ella. Le gustaban las mujeres «maduras», no las jovencitas del planeta de infantilandia. Tener una cita a ciegas no era nada de lo que avergonzarse. Si el tal Danzo no resultaba adecuado para sus fines, al menos habría disfrutado una noche con alguien de conversación inteligente.

Por fin llegó al restaurante. Empujó la puerta y entró en aquel recinto chic, de iluminación minimalista. Mientras el maître consultaba su lista para comprobar si el profesor Shimura había llegado, ella se quedó mirando una enorme pecera, intentando no captar la atención de las criaturas armadas con pinzas y ásperos bigotes que había dentro. La comida japonesa no era una de sus favoritas, pero siempre y cuando no le exigieran comer nada crudo, sería capaz de soportarla.

–Por aquí, por favor. El caballero la está esperando.

Pasaron al bar sushi, donde un hombre de blanco que cortaba con una mano las verduras en pequeñas tiras, les indicó con la otra que siguieran hacia delante hasta unas mesas de ébano. En una de aquellas mesas, se elevó una solitaria figura para saludarla –alto, ligeramente encorvado y sonriente como si no pudiera creer lo que veían sus ojos.

–¿Danzo? –Al tiempo que le hizo la pregunta, Sakura adelantó la mano.

En lugar de darle la mano, el caballero sujetó la de ella y se la llevó a los labios con una galantería que a ella le resultó deliciosa.

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