CAPITULO 41

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En una esquina de su cerebro que todavía funcionaba, Naruto consideró que aquello no era una conducta muy habitual para una futura novia. Aun así, si ella quería, ¿por qué discutir? No era más que sexo. A él le gustaba el sexo. Aflojó la mano que sujetaba el pie de Karin y lo dejó juguetear arriba y abajo. Empezó a acariciarle la parte interna de la pierna con la yema de los dedos. Cuando llegó a la piel suave y sedosa de su muslo, ella relajó aún más las piernas y se echó hacia atrás. Naruto desveló la última parte de su cuerpo que seguía aún tapada por el vestido. En aquel momento, podía verla entera, podía olería. El corazón se le empezó a acelerar. Le habían tratado mal; tenía derecho a resarcirse.

Karin estiró una mano hacia su copa e introdujo en ella el dedo corazón. Cuando lo sacó, Naruto pudo ver cómo se resbalaba el whisky por encima de aquel cuerpo, cayendo en grandes gotas doradas.

–Espero que te guste el whisky –dijo ella.

Excitado por aquella insinuación, Naruto se abalanzó sobre ella. La escuchó lanzando gemidos de placer y sintió las pequeñas manos calientes de ella bajándole los pantalones. Karin logró por fin vencer la última resistencia de la cremallera y lo atrajo sobre ella entre caricias, retorcimientos y gemidos. Tenía la cabeza apoyada en el borde del sofá y el pelo rozaba la moqueta. Naruto extendió los dedos sobre la carne turgente de sus pechos. Estiró las piernas bruscamente para librarse de los pantalones y se cayeron los dos del sofá. Ella cayó de espaldas entre los montones arrugados de papel de envolver, con tanta fuerza que él pudo oír sus gemidos de dolor. Pero tenía los ojos encendidos de deseo. Se notaba que le estaba gustando. Con los dedos, ella le desgarró la camisa de abajo a arriba. Después, se puso medio sentada y le dio un empujón en el hombro para obligarle a tumbarse. El pelo le cubría la cara cuando se sentó a horcajadas encima de él, con los labios medio abiertos y los pechos hinchados y colgantes. Le acarició el vientre con deseo, subió luego por el pecho hasta las curvas rígidas de sus hombros y sus brazos. Su cara de gata se derretía de placer.

–Oh, Naruto, eres, demasiado maravilloso para mi hermana mayor –murmuró, inclinándose sobre él.

Karin sabía muchos trucos, no paraba de retorcerse con su cuerpo lascivo y serpenteante, apretando y haciéndole cosquillas, hasta que Naruto la agarró con fuerza y la tumbó en el suelo. Al hacer aquel movimiento, notó que había golpeado algo con los pies; oyó el crujir de la madera y el sonido de una pieza de porcelana al romperse. Karin se estiró exponiéndose para él, que le sujetó los brazos por detrás de la cabeza, tensándole todo el cuerpo. El pensamiento se disolvió en la sensación. A continuación, pudo oír el respirar entrecortado de ella, cada vez más rápido, a punto de llegar al clímax. Abrió los ojos y la vio con la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta. Por instinto, le puso el borde de la mano entre los labios para amortiguar sus gritos, mientras el cuerpo de ella se arqueaba en medio de sacudidas de placer. La fuerza con que le apretaba la mano entre los dientes era tan salvaje que sentía el impulso de empujar cada vez con más rapidez e intensidad. Uno, dos, tres, cuatro...

Se acabó. Naruto se tumbó sobre ella todo lo largo que era, con los ojos cerrados, la mente vacía, el corazón acelerado, la piel caliente y sudorosa, y una chisporroteante sensación que le recorría todo el cuerpo. Poco a poco, se le fueron relajando los músculos y volvió a respirar con normalidad. Con un gemido, se apartó del cuerpo de Karin.

Oyó el delicado sonido de un carillón de reloj. Recuperó la conciencia, de forma repentina y desconcertante, como cuando un tren sale a toda velocidad de un oscuro túnel. Levantó la cabeza. Una taza de café del juego italiano yacía a sus pies, hecha añicos. En uno de los bordes del sofá, estaban sus vaqueros blancos arrebujados, con una pierna del revés. La copa dorada se había caído al suelo y estaba bocabajo, con las páginas medio abiertas y el papel rasgado. Con torpeza, Naruto consiguió ponerse de cuatro patas. Miró a su lado el cuerpo blanco y sonrosado de Karin, que seguía tumbada en el suelo como una muñeca. Contempló el brillo de sus ojos medio cerrados, la dejadez de su boca, que no había besado ni una sola vez en medio del desenfreno. Se le había enredado en la maraña del pelo un trozo de cinta de regalo, de color plateado y uno estampado con campanitas de boda. De la oscuridad entre sus piernas, salía un pálido reguero de esperma que se abría camino lentamente sobre las toallas con las iniciales bordadas. 

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continuara



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