CAPITULO 27

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¿Fresas...? ¿O mejor frambuesas?

Sakura dudó un poco, antes de meter las dos cosas en el carrito de la compra. Lanzó un suspiro de felicidad. Era sábado por la mañana; pasadas siete horas, Gaara iría a recogerla a su apartamento para salir por la noche, su primera cita real. ¡Hubba, Hubba!, cómo suelen decir en Norteamérica.

Se había despertado pronto, animada por la perspectiva del día. Hacia las once ya había hecho la gimnasia, tomado el desayuno y visto un precioso vestido en el escaparate de una boutique del Village y se lo había comprado, para regresar después al apartamento en el que aún reinaba el silencio; al parecer Naruto seguía durmiendo. Pletórica de energía, había decidido irse al supermercado para llenar la casa de víveres. Al fin y al cabo, no podía descartar que Gaara se acabara quedando allí hasta el día siguiente o durante algunos días (y noches). Un hombre sano como él necesitaba alimentarse bien. Naruto podría tomarse los restos de sus sándwiches.

Sakura empujó el carro por la sección de panadería, preguntándose si a Gaara le gustarían los cruasanes para desayunar. ¿O preferiría muffins? ¿O tal vez tortitas? ¿Quizá huevos? A lo mejor lo que le gustaban eran los súper saludables cereales con pequeños trocitos de chocolate. Sakura decidió comprarlo todo e incluso metió también yogur orgánico de cabra, como una buena medida. Estaba deleitándose con los salamis en el mostrador de los embutidos cuando sintió que la rozaban en el hombro.

–Hola, Hinata –dijo, sorprendida–. ¿Qué tal estás? – Hinata sacó la lengua.

Sakura se estremeció.

–¡Guaag! ¿Qué es eso?

–Un pendiente de lengua –contestó esta, con una maliciosa sonrisa–. Es una sorpresa para Naruto.

–Sí... Seguro que se va a sorprender.

–No ha querido que nos viéramos en toda la semana por el asunto ese de las relaciones entre profesor y alumna. Así que pensé: « ¿por qué no aprovechar la oportunidad?». Tarda unos días en bajar la hinchazón.

– ¿No te ha hecho mucho daño? –El arete de plata estaba embutido en la carnosidad, rodeado de grasa, en la lengua amoratada de Hinata. Sakura decidió no llevarse salami.

–Pero Naruto se lo merece todo. He venido para comprarle café y cosas para el desayuno. Nunca tenéis comida en el apartamento.

–Ahora sí –explicó Sakura, señalando el carro–. La verdad es que me alegro mucho de que hayas aparecido, Hinata. Así, después de que compre un poco de queso, me podrás ayudar a llevarlo todo a casa.

Hinata respondió a su sugerencia con sorprendente entusiasmo. Era una chica de buen carácter, pensó Sakura, aunque de corta inteligencia.

– ¿Qué tal está Naruto? –preguntó, mientras Sakura engrosaba la compra con una Torta Di San Gardenzio–. No he querido llamarle porque con esto de la lengua hablaba un poco raro.

Sakura frunció el ceño.

–No nos hablamos.

–Eso es terrible. Yo pensaba que erais muy buenos amigos. Naruto me ha contado todo eso de que llegaste a Nueva York sin dinero, que te matriculaste en la Escuela de Arte, trabajaste en lugares horribles y descubriste a artistas famosos, y cómo los dos vivisteis en la misma casa compartida y siempre ibais al cine junto...

– ¡Dios mío, Hinata!, ¿estás pensando en escribir mi biografía?

Sakura no supo si sentirse enfadada o halagada por las muchas cosas que Naruto le había contado.

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