CAPITULO 21 PARTE 1

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Sai se dio prisa en salir del ascensor y bajó hacia el vestíbulo, con los pantalones aún demasiado cortos moviéndosele alrededor de los tobillos. Llegaba tarde y no encontraba la oficina que buscaba.

–Perdone –preguntó a una joven que iba cargada con un montón de expedientes de casos–, ¿me puede decir dónde está la sala 719, la del caso Birnbaum?

La mujer lo miró de arriba abajo con aire escrutador y le contestó sin inmutarse.

– ¿Quiere usted decir Blumberg?

–¡Atshoo! –Estornudó él con fuerza–. Sí eso: Blumberg.

La mujer le indicó la dirección y se mantuvo en todo momento a una distancia excesivamente prudencial. Sin abandonar su aire de llevar prisa, se sonó la nariz con el pañuelo. Detestaba ese tipo de situaciones, en las que se veía obligado a hacerse cargo de un caso sin conocer antes a los implicados. Pero no había habido otro remedio, ya que su jefe, lo habían tenido que ingresar de urgencias por una fuerte inflamación del colon. Tal vez estaría semanas sin trabajar y le había pedido encarecidamente que se ocupara de aquel caso. No sabía muy bien si se trataba de un honor o de una prueba, pero lo cierto es que su ascenso dependería de aquel trabajo.

Era el caso de Blumberg contra Blumberg. El representaba al señor D. Lawrence Blumberg, de setenta y seis años, nacido en Queens, Nueva York, contra su propia esposa, la señora Jessica Blumberg, de setenta y cuatro años. No era el perfil característico de los casos de divorcio de los que solía ocuparse su experimentado socio, pero por lo visto tenía alguna relación familiar con el señor Blumberg y no le había quedado más remedio que ocuparse personalmente de aquel asunto. La situación parecía bastante sencilla, aunque no había tenido tiempo suficiente para conocer a su cliente en persona, ni para revisar el expediente con el detenimiento que le habría gustado. Nunca había pasado una época de tantísimo estrés: Sakura, su madre, el numerito de jugar al escondite haciéndose pasar por una desconocida y luego el tema de la tintorería y el haberse tenido que comprar ropa con urgencia. Había perdido el control rutinario de su vida, y, como resultado, agarrado un resfriado tremendo que daba cada vez más la impresión de que iba a acabar en una gripe de las fuertes. Se llevó la mano al pecho y escuchó con temor los graves pitidos de sus pulmones. Igual hasta acababa en neumonía.

Por fin encontró la sala 719. Se ató los zapatos, se sonó por última vez la nariz y abrió la puerta. En la pequeña zona de recepción había un anciano de pelo gris ralo y expresión de consternación en el rostro. Miró dubitativamente a Sai a través de sus gafas de media luna.

–¿Usted es?

–Soy Sai, señor Birnberg, digo, Blumbaum, quiero decir...

–Blumberg. Llega usted tarde.

–Sí, pero ya he llegado.

Con actitud ridícula, Sai mantenía sujeto el maletín como si aquello fuera la prueba de que era realmente un abogado.

–Jessie ya ha llegado –afirmó el señor Blumberg señalando con la cabeza hacia otra habitación–, con su abogada, una dama. Parece una mujer bastante exigente, de esas que lo quieren todo al instante, si entiende a lo que me refiero.

La expresión en el rostro del anciano daba a entender que él no le había producido la misma impresión que la abogada. Ocultó su irritación con una sonrisa profesional.

–Estoy seguro de que usted y yo seremos perfectos rivales para ellas. –Se sentó junto al señor Blumberg y sacó una carpeta de su maletín–. Ahora, me gustaría repasar unos cuantos aspectos antes de entrar...

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