Sakura fue andando hasta la parada del autobús, dejando sobre la pegajosa acera manchas alternas de color rojo. Había pisado sin darse cuenta un tubo de rojo cadmio durante su visita de apoyo moral a uno de sus artistas en el estudio que él tenía en Alphabet City. Normalmente, esa era la parte de su trabajo que más le gustaba. Le encantaban el olor a trementina y aceite de linaza, los lienzos apilados, el revoltijo de aerosoles, grapadoras y trapos viejos manchados de pigmentos, que daban la vertiginosa sensación de que una obra de arte estaba en marcha. Le agradaba ir construyendo una relación de sinceridad con los propios artistas, cuando tenía que convencerlos de que salieran de la penuria económica, apiadarse de sus luchas interiores, indicarles nuevos caminos, conseguir que confiaran en ella. La creatividad era un misterio. Algo así como encender una hoguera sin cerillas. A veces, solo algunas veces, se las arreglaba para conseguir que una refulgente chispa se convirtiera en una llama. No había nada comparable con aquel momento en que retiraban por fin un lienzo del caballete o le daban la vuelta a un cuadro que tenían mirando a la pared, para revelar, ante sus privilegiados ojos, el producto reciente y puro de sus esfuerzos.
Pero aquel día no se había concentrado todo lo necesario. Matt Scardino era una de sus jóvenes promesas, cuya primera exposición en solitario estaba prevista para el otoño siguiente. Él la había llamado aquella mañana para decirle que estaba bloqueado, totalmente vacío de inspiración. No iba a poder tenerlo todo listo para el otoño; era preciso que cancelara la exposición. Sakura se había personado de inmediato en su estudio y se había pasado más de la mitad del día hablando con él sobre sus problemas, intentando encontrar soluciones. Pero nada de lo que le dijo le había subido el ánimo. Creyó conveniente dejarle solo, y ahora se sentía enfadada consigo misma y decepcionada.
Se quitó de la frente unas gotas de sudor mientras veía acercarse el autobús en medio del bullicio del tráfico. En un día así parecía imposible acordarse de que la ciudad de Nueva York hubiera resultado alguna vez la ciudad del encanto. Era otro día de una humedad insoportable. Notaba sobre la piel el polvo y la grasa. Notaba el esfuerzo de sus pulmones con cada inspiración. Todo el mundo tenía aspecto de estar agotado y de mal humor. La ciudad tenía el color de una herida seca, bajo una pútrida franja de contaminación.
El autobús iba llenísimo. Distintos codos se le clavaban en las costillas, podía oler a goma caliente y al sudor de las demás personas. El vestido chic que se había puesto por la mañana se le había quedado pegado a la espalda. Se las arregló como pudo para encontrar unos milímetros donde mantener el equilibrio agarrada a una de las asas de la barra superior, mientras leía los anuncios que la instaban a hacerse un seguro médico y a acudir a la consulta del dentista. Se sentía agotada por las interminables demandas de aquella ciudad: Viste esto. No comas aquello. Entusiasmo. Rebajas. Empuja. Consigue. ¡Venga, venga, venga! En ocasiones, sentía ganas de taparse los oídos y gritar: «¡Que se pare todo! ¡Que vaya todo más despacio, por favor, necesito pensar!». Pero nunca había tiempo. Un sentimiento de desesperanza y fracaso la abatía. Había conseguido abrirse camino en Nueva York partiendo de cero, dólar a dólar, trabajo a trabajo, amigo a amigo, y ahora todo parecía deshacerse bajo sus pies. Después del episodio de Sai, había experimentado una humillación tras otra, y tenía el terrible presentimiento de que todo era culpa suya. Nada marchaba bien en su vida. Se había comportado como una idiota con Danzo y aún peor con Gaara. Justo cuando necesitaba a una amiga, Ino estaba demasiado ocupada para verla, haciendo no sé qué, que Sakura ni se podía imaginar. Estaba harta de vivir acampada en la esquina del estudio de otra persona y en la casa de otra persona. Vivir con Naruto, con el que siempre se había llevado tan bien, se había convertido en una pesadilla. Pero la verdadera pesadilla, lo que la obsesionaba de una forma insoportable, el pensamiento que la llevaba a sentirse presa del pánico y la desesperación era saber que dentro de dos días tendría que volver a casa para la boda de Karin.
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SIMPLEMENTE AMIGOS
RandomNaruto y Sakura son amigos. solamente. Hace muchos años que se conocen, han tenido sus más y sus menos, pequeñas discusiones, pero su amistad ha superado todas las barreras. pero ahora Sakura se ha quedado sin novio y en la calle, y el apartamento...