CAPÍTULO 9

321 27 0
                                    


Lo importante –dijo Sasuke– es la posición que quieras adoptar.

–A mí está, aquí, en este taburete de bar, me parece estupenda –bromeó Naruto y se llevó la botella de cerveza a los labios.

Lo cierto es que estaba sumamente incómodo sobre aquel asiento de plástico, elevado sobre unas delgadas patas de cromo hasta una altura extraña que le obligaba a apoyar el pie alternativamente en el suelo o en el reposapiés. Aquellos objetos podían tener un diseño muy moderno, pero estaban hechos para italianos, y no para un norteamericano de metro noventa al que le gustaba estar derecho. Pero no pensaba quejarse, por una comida gratis podía soportarlo todo.

Estaban sentados junto a una reluciente barra con forma de herradura que se extendía bastante hacia el fondo, dejando aprisionados a dos atractivos camareros, uno blanco y otro negro, que enganchaban perfectamente con la decoración: sillas y sofás en cuero negro y beige, dispuestos a discreción sobre alfombras de piel de cebra. El colorido lo daban los tonos básicos chillones de los cuadros que había por las paredes y las pilas de naranjas y limones en cestas sobre la barra. Sonaba algo de U2 y podía oírse el zumbido de las conversaciones de quienes habían ido allí a comer: una mezcla de trajes de estilo, chaquetas de cuero, colas de caballo y vestidos de una brevedad fascinante.

Era el Club SoHo, un garito selecto para gente de los medios de comunicación, ubicado en un hermoso edificio antiguo de hierro fundido, embellecido con columnas y adornos italianizantes, como un palazzo del Nuevo Mundo. Aunque Naruto había leído algo sobre su fascinante clientela: guionistas, actores, agentes, productores, era la primera vez que iba allí. Le gustaba. Había un ambiente desenfadado, sin clases, anti puritano y lo más alejado que uno podía imaginarse de los antiguos clubes de centros universitarios con su tenebrosa acústica, sus moribundos encargados y los habituales pijos clónicos. Aunque no había visto fuera ningún cartel que dijera «Prohibida la entrada a los mayores de treinta», el mensaje flotaba en el aire. No había tipos de empresa ni figurones de los setenta; nada de pasta antigua. Si estabas allí, estabas en la onda. Tú ponías las reglas. El hecho de que Sasuke estuviera fumando y no lo hubieran linchado hablaba por sí solo.

–Lo digo en serio –insistía Sasuke–. La gente ya no tiene tiempo para imaginarse las cosas. Tienes que decirles lo que deben pensar. Hacer que la cosa fluya. Conectar.

–«Solo conecta» –musitó Naruto distraído–. ¿Quién escribió eso?

Sasuke se estiró la corbata, que tenía un atrevido estampado de piel de serpiente y que estaba agresivamente combinada con una camisa roja.

–Ni idea. No fui a la universidad.

Aquella confesión era sorprendente en alguien del mundo literario. Naruto sintió curiosidad.

–¿Y eso?

–No tuve tiempo, ni dinero.

–¿Y tus padres no....?

–Mi padre era un boxeador fracasado y mi madre una católica irlandesa que dejó el colegio a los catorce años. Dos borrachines. Están muertos. Yo me metí en los libros después. Pero ya me he puesto al día. –Esgrimió una leve sonrisa y apagó el cigarrillo–. Vamos a comer.

Naruto le siguió escaleras arriba al tiempo que intentaba encajar aquel último dato en el extraño rompecabezas que era Sasuke. Se conocían desde hacía años, ya que ambos rondaban el ambiente literario, esperando una oportunidad para saltar a la palestra y deslumbrar, pero hasta entonces habían sido más bien conocidos, no amigos. Sasuke le había parecido siempre una figura casi cómica, un descarado relaciones públicas y empollón del mundo editorial, que podía citar de memoria el caché y las cifras de ventas de los principales autores, o nombrar a los ganadores de todos los premios literarios de los últimos veinte años. Pero lo gracioso es que se iba a la cama todas las noches con ese cúmulo de datos y cifras, y no con una mujer. Habían estado mucho tiempo sin verse, hasta la semana anterior, en que después de hablar un buen rato en la fiesta de presentación de un libro, él lo invitó por un impulso a la partida de póquer. Aun así, Naruto estaba al día sobre la meteórica reputación de Sasuke. Por extraño que fuera su estilo, la realidad es que en aquellos dos últimos años Sasuke se había convertido en un agente literario de enorme éxito. Y solo tenía treinta y un años. No todo el mundo aprobaba sus métodos para conseguir escritores –solía «ladronear-celos» a otros agentes–, pero era innegable que cuando apostaba por el talento de alguien sabía muy bien cómo rentabilizarlo. Se preguntaba si estaría interesado en él, y la posibilidad no dejaba de entusiasmarle.

SIMPLEMENTE AMIGOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora